Bajo la fiel custodia de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael caminamos seguros por la senda de la salvación
Apoc. 12, 7-12; Sal.137; Jn. 1, 47-51
‘Bendecid al Señor, Ángeles
suyos, poderosos ejecutores de sus ordenes, prontos a la voz de su palabra’. Era la antífona con la que
comenzaba hoy nuestra celebración. Estamos celebrando en una misma fiesta a los
Arcángeles, san Miguel, san Gabriel y san Rafael. Antes de la reforma litúrgica
se celebraban por separado en diferentes fiestas, pero tras la reforma
litúrgica del concilio Vaticano II se unificaron en una misma fiesta.
Ángeles y Arcángeles que con todos los coros
celestiales alaban a Dios por toda la eternidad en el cielo. Bendecid al Señor,
repetimos en diferentes momentos de la liturgia, en donde con todos los ángeles
y arcángeles nosotros nos unimos a los coros celestiales para cantar la gloria
del Señor, como hacemos, por ejemplo, en el prefacio de la plegaria
eucarística.
Arcángeles que hoy celebramos que aparecen en la
Sagrada Escritura como ejecutores de las órdenes de Dios, como decíamos en la
antífona antes reseñada, cual mensajeros divinos que nos hacen llegar la
voluntad de Dios en su plan de salvación para nosotros los hombres, o nos
manifiestan esa presencia y esa protección de Dios en los caminos de nuestra
vida y de nuestra fe.
El arcángel Gabriel como mensajero divino anuncia
primero a Zacarías el nacimiento de quien iba a ser el precursor del Mesías, y
luego a María el nacimiento del Hijo del Altísimo de sus purísimas y virginales
entrañas, donde el Hijo de Dios se encarnase.
El arcángel Rafael como compañero de camino para Tobías
y como signo de la medicina de Dios que le liberaba de la fuerza de los
espíritus malignos, pero que también abría los ojos al anciano Tobías como
señal de la misericordia divina que premiaba también sus desvelos y su
dedicación a la atención de los necesitados.
Finalmente el arcángel Miguel como su mismo nombre
indica fuerza de Dios en el combate contra el mal y que nos señala como
teniendo a Dios con nosotros siempre podremos sentirnos victoriosos frente a
las fuerzas del maligno.
Es lo que se expresa en cierta manera en el sentido de
las oraciones de la liturgia de esta fiesta de los santos arcángeles. Ya en el
evangelio Jesús nos aseguraba que veríamos ‘el
cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre’. En
otros momentos, que recordaremos dentro de unos días al celebrar a los santos
ángeles custodios, Jesús nos habla de los Ángeles que están en el cielo
contemplando para siempre el rostro del Padre celestial. En este sentido
pedíamos en la oración litúrgica ‘vernos
siempre protegidos aquí en la tierra por aquellos que te asisten continuamente
en el cielo’.
Contemplan los ángeles la gloria de Dios, el rostro del
Padre del cielo, y al mismo tiempo se convierten en protectores nuestros en
nuestro camino de la tierra con la esperanza de que un día nosotros podamos
contemplar también en el cielo el rostro de Dios, o lo que es lo mismo,
participar y gozar de la gloria de Dios. El camino no es fácil porque siempre
nos vemos tentados por las fuerzas del maligno que nos quieren apartar de ese
camino de Dios, pero nosotros sentimos en nuestra vida la protección de los
ángeles. ‘Que caminemos seguros por la
senda de la salvación bajo la fiel custodia de los ángeles’.
En la primera
plegaria eucarística pedimos ‘humildemente
que esa ofrenda sea llevada a tu presencia - a la presencia de Dios - hasta el altar del cielo, por manos de tu
ángel’. Y el arcángel Rafael le decía a Tobías que su oración había sido
escuchada porque los santos ángeles la habían presentado ante el trono de Dios.
Es lo que ahora también nosotros queremos suplicar humildemente al presentar al
Señor ‘este sacrificio de alabanza lo
recibas con bondad por intercesión de tus ángeles y nos sirva para nuestra
salvación’.
Bendecimos, sí, al Señor con todos los Ángeles y arcángeles
esta fiesta porque así sentimos su protección, nos sentimos conducidos por los
camino de la fidelidad al Señor y sabemos que son intercesores nuestros en el
cielo que hacen llegar hasta Dios nuestras suplicas y nuestras peticiones.
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