Vistas de página en total

domingo, 10 de agosto de 2014

En las turbulencias de la vida tenemos la certeza de que Jesús siempre está tendiéndonos su mano salvadora

1Reyes, 19, 9.11-13; Sal. 84; Rm. 9, 1-5; Mt. 14, 22-33
‘La barca iba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque el viento era contrario’. Así nos describe el evangelista la situación de los discípulos que atravesaban el lago, tantas veces en calma, pero que en muchas ocasiones se transformaba en fuertes tormentas que hacían peligrar las barcas que lo atravesaban. Y Jesús no iba con ellos.
En otra ocasión se levantará también una fuerte tormenta mientras a, travesaban el lago, aunque entonces Jesús sí estaba, aunque dormía a popa sobre un almohadón, como si no sintiera o no le importara la tormenta que ponía en peligro sus vidas.
Estas descripciones nos quieren decir mucho más que la situación física de peligro que pasaban los discípulos en aquel momento o quienes se aventurasen en medio de una tormenta a atravesar el lago. Puede describirnos situaciones anímicas por las que podemos pasar en muchas ocasiones en la vida o que podemos contemplar también en otras personas en nuestro entorno. Situaciones que ponen en peligro la paz del espíritu, que pueden poner en peligro también nuestra fe y el sentido de nuestro vivir.
Todos conocemos cosas así que pasan o pueden pasar. Hace pocos días contemplaba a un padre al que se le había muerto un hijo en la flor de la vida como consecuencia de un cáncer que padecía. Sufría en silencio, por lo que primero pude contemplar, pero se adivinaba la tormenta que estaba pasando en su interior; más tarde alguien me comentaba su reacción contra Dios, del que no quería oír hablar, porque decía que tanto que le había pedido pero Dios no lo había escuchado.
O es la situación de personas, que incluso habían vivido e intentaban seguir viviendo una vida religiosa, pero que sintiéndose débiles por el paso de los años, los achaques propios de las enfermedades que van debilitando sus cuerpos, pierden las ganas de luchar, tiran la toalla como se suele decir, y casi se dejan morir. Ya no saben, a pesar de ser personas muy religiosas, ni qué pedir a Dios. Son los que se enfrentan a la muerte de seres queridos, como antes mencionábamos, o se tienen que enfrentar a sus propios sufrimientos y enfermedades.
Son las personas que les abruman los problemas personales o familiares, no encuentran o no saben encontrar solución o salida para esas situaciones, todo se les vuelve negro en su interior, pero se encierran en sí mismas, pierden los deseos de relacionarse con los demás; gritan en su oración a Dios pidiendo ayuda, pero en la oscuridad en que viven sus vidas lo ven todo oscuro y todo lo confunden.
Muchas situaciones y experiencias diversas que podríamos recordar y todos conocemos y ya sabemos que no siempre sabemos reaccionar con un verdadero sentido religioso y cristiano y que en muchas ocasiones hay personas que se dejan influenciar por falsas religiosidades muy lejanas a un verdadero sentido cristiano de la vida. Como nos decía hoy el evangelio, cuando viene Jesús a su encuentro allí en medio del lago, ellos creen ver un fantasma.
El verdadero creyente cristiano sabe que en esas turbulencias de la vida no estamos solos porque podemos tener la certeza de que Cristo viene a nuestro encuentro. Aunque lo veamos todo turbio porque los problemas nos agobien y nos cieguen hemos de estar preparados para tener ojos de ver y saber descubrir la presencia del Señor a nuestro lado. Algunas veces pensamos que la solución está en pedir milagros o acciones extraordinarias de Dios que nos liberen de esos males, y claro cuando no es esa la respuesta de Dios tenemos el peligro de que nuestra fe se nos debilite o la perdamos, como antes comentábamos.
La Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado y no solo el Evangelio nos trata de dar una luz clara sobre todo esto. Es lo que escuchábamos en la primera lectura. Elías en su misión profética lo está pasando mal porque se ve acosado por todas partes y perseguido. Huye al desierto con deseos incluso de morir; en los versículos anteriores a lo que hoy hemos escuchado veríamos cómo Dios le va enviando señales en aquel ángel de Dios que se le manifiesta una y otra vez ofreciéndole pan y agua para que siga el camino; ahora le vemos llegar al monte de Dios, al Horeb.
Allí va a tener una experiencia maravillosa de la presencia de Dios en su vida que no se le va a manifestar precisamente en cosas grandiosas. ‘Sal y ponte en pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!’ Pasó un huracán, pasó un terremoto, vino un fuego, pero ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego estaba el Señor. Se hizo silencio, solo se escuchaba el susurro de la brisa y Elías se sintió envuelto de la presencia del Señor.
Buscamos cosas grandiosas, milagros extraordinarios, queremos encontrar a Dios entre los estrépitos de la vida, pero no lo encontramos. Hagamos silencio en el corazón y como un suave susurro vamos a sentir la presencia de Dios, nos vamos a sentir inundados de verdad por la presencia del Señor. Pero cuánto nos cuesta hacer ese silencio, porque somos nosotros los que quizá con nuestra palabrería incluso en nuestras oraciones, hacemos que nuestros oídos estén sordos, nuestro corazón esté cerrado a esa presencia y a esa Palabra de Dios que nos habla en nuestro interior.
En el mismo sentido nos ayuda el texto del Evangelio. Nos da la seguridad de que muchas pueden ser las turbulencias en las que nos veamos envueltos en la vida, pero siempre el Señor estará tendiéndonos la mano para darnos seguridad, para ser nuestra luz, para darnos esa fuerza que necesitamos, para llenarnos de paz el corazón.
Hay ocasiones en que nos puede parecer muy fuerte la tormenta por la situación anímica que estemos pasando, se nos puede cegar el corazón y todos pueden ser confusiones en nuestro interior. No nos vayamos tras cualquier canto de sirena que se nos acerque, sino en silencio, aunque haya mucho dolor en el corazón, busquemos a Dios, queramos escuchar a Dios en nuestro corazón. Muchos cantos de sirena podemos escuchar camuflados en espiritualidades salidas al final no sabe uno de donde. Muchos fantasmas de soluciones fáciles nos pueden aparecer por aquí o por allá; cuántas seudo religiosidades nos podemos encontrar a nuestro alrededor que lo  que hacen es crearnos dependencias y esclavitudes que nos alejan de Jesús y de su evangelio.

Pidámosle al Señor que por muy mal que lo estemos pasando nunca nos falte paz en nuestro espíritu; pidámosle al Señor que nos llene de su luz para que nuestros ojos se abran de verdad y podamos reconocerle. Nuestra verdadera espiritualidad la encontramos en el Evangelio y el Espíritu del Señor quiere habitar en nuestro corazón. Terminemos reconociendo de verdad que Jesús es nuestro único Señor y Salvador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario