En las turbulencias de la vida tenemos la certeza de
que Jesús siempre está tendiéndonos su mano salvadora
1Reyes, 19,
9.11-13; Sal. 84; Rm. 9, 1-5; Mt. 14, 22-33
‘La barca iba muy lejos de la costa, sacudida por las
olas, porque el viento era contrario’. Así nos describe
el evangelista la situación de los discípulos que atravesaban el lago, tantas
veces en calma, pero que en muchas ocasiones se transformaba en fuertes
tormentas que hacían peligrar las barcas que lo atravesaban. Y Jesús no iba con
ellos.
En otra
ocasión se levantará también una fuerte tormenta mientras a, travesaban el lago,
aunque entonces Jesús sí estaba, aunque dormía a popa sobre un almohadón, como
si no sintiera o no le importara la tormenta que ponía en peligro sus vidas.
Estas
descripciones nos quieren decir mucho más que la situación física de peligro que
pasaban los discípulos en aquel momento o quienes se aventurasen en medio de
una tormenta a atravesar el lago. Puede describirnos situaciones anímicas por
las que podemos pasar en muchas ocasiones en la vida o que podemos contemplar
también en otras personas en nuestro entorno. Situaciones que ponen en peligro
la paz del espíritu, que pueden poner en peligro también nuestra fe y el
sentido de nuestro vivir.
Todos
conocemos cosas así que pasan o pueden pasar. Hace pocos días contemplaba a un
padre al que se le había muerto un hijo en la flor de la vida como consecuencia
de un cáncer que padecía. Sufría en silencio, por lo que primero pude
contemplar, pero se adivinaba la tormenta que estaba pasando en su interior;
más tarde alguien me comentaba su reacción contra Dios, del que no quería oír
hablar, porque decía que tanto que le había pedido pero Dios no lo había
escuchado.
O es la
situación de personas, que incluso habían vivido e intentaban seguir viviendo
una vida religiosa, pero que sintiéndose débiles por el paso de los años, los
achaques propios de las enfermedades que van debilitando sus cuerpos, pierden
las ganas de luchar, tiran la toalla como se suele decir, y casi se dejan morir.
Ya no saben, a pesar de ser personas muy religiosas, ni qué pedir a Dios. Son
los que se enfrentan a la muerte de seres queridos, como antes mencionábamos, o
se tienen que enfrentar a sus propios sufrimientos y enfermedades.
Son las
personas que les abruman los problemas personales o familiares, no encuentran o
no saben encontrar solución o salida para esas situaciones, todo se les vuelve
negro en su interior, pero se encierran en sí mismas, pierden los deseos de
relacionarse con los demás; gritan en su oración a Dios pidiendo ayuda, pero en
la oscuridad en que viven sus vidas lo ven todo oscuro y todo lo confunden.
Muchas
situaciones y experiencias diversas que podríamos recordar y todos conocemos y
ya sabemos que no siempre sabemos reaccionar con un verdadero sentido religioso
y cristiano y que en muchas ocasiones hay personas que se dejan influenciar por
falsas religiosidades muy lejanas a un verdadero sentido cristiano de la vida.
Como nos decía hoy el evangelio, cuando viene Jesús a su encuentro allí en
medio del lago, ellos creen ver un fantasma.
El
verdadero creyente cristiano sabe que en esas turbulencias de la vida no
estamos solos porque podemos tener la certeza de que Cristo viene a nuestro
encuentro. Aunque lo veamos todo turbio porque los problemas nos agobien y nos
cieguen hemos de estar preparados para tener ojos de ver y saber descubrir la
presencia del Señor a nuestro lado. Algunas veces pensamos que la solución está
en pedir milagros o acciones extraordinarias de Dios que nos liberen de esos
males, y claro cuando no es esa la respuesta de Dios tenemos el peligro de que
nuestra fe se nos debilite o la perdamos, como antes comentábamos.
La Palabra
de Dios que hoy se nos ha proclamado y no solo el Evangelio nos trata de dar
una luz clara sobre todo esto. Es lo que escuchábamos en la primera lectura.
Elías en su misión profética lo está pasando mal porque se ve acosado por todas
partes y perseguido. Huye al desierto con deseos incluso de morir; en los
versículos anteriores a lo que hoy hemos escuchado veríamos cómo Dios le va
enviando señales en aquel ángel de Dios que se le manifiesta una y otra vez ofreciéndole
pan y agua para que siga el camino; ahora le vemos llegar al monte de Dios, al
Horeb.
Allí va a
tener una experiencia maravillosa de la presencia de Dios en su vida que no se
le va a manifestar precisamente en cosas grandiosas. ‘Sal y ponte en pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!’ Pasó
un huracán, pasó un terremoto, vino un fuego, pero ni en el huracán, ni en el
terremoto, ni en el fuego estaba el Señor. Se hizo silencio, solo se escuchaba
el susurro de la brisa y Elías se sintió envuelto de la presencia del Señor.
Buscamos
cosas grandiosas, milagros extraordinarios, queremos encontrar a Dios entre los
estrépitos de la vida, pero no lo encontramos. Hagamos silencio en el corazón y
como un suave susurro vamos a sentir la presencia de Dios, nos vamos a sentir
inundados de verdad por la presencia del Señor. Pero cuánto nos cuesta hacer
ese silencio, porque somos nosotros los que quizá con nuestra palabrería
incluso en nuestras oraciones, hacemos que nuestros oídos estén sordos, nuestro
corazón esté cerrado a esa presencia y a esa Palabra de Dios que nos habla en
nuestro interior.
En el
mismo sentido nos ayuda el texto del Evangelio. Nos da la seguridad de que
muchas pueden ser las turbulencias en las que nos veamos envueltos en la vida,
pero siempre el Señor estará tendiéndonos la mano para darnos seguridad, para
ser nuestra luz, para darnos esa fuerza que necesitamos, para llenarnos de paz
el corazón.
Hay
ocasiones en que nos puede parecer muy fuerte la tormenta por la situación
anímica que estemos pasando, se nos puede cegar el corazón y todos pueden ser
confusiones en nuestro interior. No nos vayamos tras cualquier canto de sirena
que se nos acerque, sino en silencio, aunque haya mucho dolor en el corazón,
busquemos a Dios, queramos escuchar a Dios en nuestro corazón. Muchos cantos de
sirena podemos escuchar camuflados en espiritualidades salidas al final no sabe
uno de donde. Muchos fantasmas de soluciones fáciles nos pueden aparecer por
aquí o por allá; cuántas seudo religiosidades nos podemos encontrar a nuestro
alrededor que lo que hacen es crearnos
dependencias y esclavitudes que nos alejan de Jesús y de su evangelio.
Pidámosle
al Señor que por muy mal que lo estemos pasando nunca nos falte paz en nuestro
espíritu; pidámosle al Señor que nos llene de su luz para que nuestros ojos se
abran de verdad y podamos reconocerle. Nuestra verdadera espiritualidad la
encontramos en el Evangelio y el Espíritu del Señor quiere habitar en nuestro
corazón. Terminemos reconociendo de verdad que Jesús es nuestro único Señor y
Salvador.
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