La pasión y la pascua de Jesús, con la pasión y pascua de los hermanos ha de ser también nuestra pasión y nuestra pascua
Ez. 1, 2-5.24- 2,1; Sal. 148; Mt. 17, 21-26
Cuando queremos a alguien y nos enteramos que le ha
pasado algo que no es bueno o sabemos que lo está pasando mal o lo va a pasar
mal nos llenamos de tristeza y de preocupación. Son las consecuencias del amor.
Y entre Jesús y los discípulos más cercanos poco a poco se habían ido creando
unos lazos de amor que les hacía que les doliera y les costara meter en la
cabeza los anuncios que Jesús va haciendo de su Pascua.
‘Mientras Jesús y los
discípulos recorrían juntos la Galilea, les dijo Jesús: A Hijo del Hombre lo
van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer
día’. Y comenta el
evangelista ‘ellos se pusieron muy
tristes’. Es la segunda vez que en el evangelio de san Mateo Jesús les hace
este anuncio. Ya sabemos de las reacciones que habitualmente tienen los
discípulos ante estos anuncios, que no terminan de entender. Hoy nos dice que ‘se pusieron tristes’, manifestando con
esa expresión la preocupación que sentían por lo que Jesús les anunciaba que le
iba a pasar. En otros momentos veremos cómo Pedro trataba de convencer a Jesús
de que eso no le podía pasar y que se lo quitara de la cabeza, a lo que Jesús
le replicará - lo hemos escuchado hace pocos días - que se aparte de El porque
lo está tentando como el tentador.
Entender todo lo que significa el misterio pascual nos
cuesta. Como nos cuesta aceptar todo lo que pudiera ser dolor o sufrimiento. En
cierto modo es una reacción natural. Pero podría enseñarnos muchas cosas.
Aceptar que el misterio de nuestra redención pasa por la pascua, y la pascua es
pasión y muerte, pero también
resurrección. Entender que todo es un misterio de amor, porque la entrega que
Jesús hace es una entrega de amor, del amor más sublime.
Y eso tenemos que mirarlo para nosotros mismos en lo
que hemos de asumir esa pascua en nosotros, porque también pasamos muchas veces
en la vida por ese camino de dolor y de sufrimiento desde los problemas que nos
pueden abrumar, desde los sufrimientos que nos van apareciendo en la vida con
nuestras limitaciones y hasta nuestras enfermedades, o desde ese esfuerzo de
superación que hemos de saber vivir en nuestra vida para crecer humana y
espiritualmente, para purificarnos de tantas cosas que nos manchan la vida o
nos entorpecen nuestra marcha.
Hemos de saber asumir todas esas situaciones en las que
nos vamos encontrando sabiendo unirnos a la pascua del Señor, sabiendo hacer
entonces también de nuestra vida una ofrenda de amor para que encontremos un
sentido a lo que tenemos que pasar o sufrir, y sabiendo unirnos a la pascua de
Jesús, no olvidando que la pascua adquiere su plenitud total con la
resurrección. No es un morir para quedarnos en la muerte; no es un sufrir
estoicamente porque no nos quede más remedio; no es un aguantarnos en nuestros
dolores o en nuestros problemas, sino que hemos de saber encontrar en todo ello
el camino que nos lleve a la vida, que nos haga partícipes también de la
resurrección del Señor sintiendo como renacemos a una vida distinta y mejor
cuando hacemos esa ofrenda de amor. Cuánta oportunidad tenemos de
santificarnos, de santificar nuestra vida en ese camino de pascua que cada día
hemos de aprender a vivir.
Y me surge un nuevo pensamiento que podría ayudarnos a
completar toda esta reflexión. Y es aprender a mirar no solo nuestro
sufrimiento, sino el sufrimiento y el dolor de cuantos nos rodean. Tiene que
despertarse nuestro corazón a la solidaridad, a sentirnos de verdad en comunión
con nuestros hermanos que sufren. No es que simplemente vayamos a decir ¡ay
probrecitos! ¡Cuánto están sufriendo!, para lamentarnos como unas plañideras,
sino que esa pascua que nosotros vivimos nos hace saber estar al lado de los que
sufren; ahí tiene que estar nuestra compañía y nuestro consuelo; ahí tiene que
estar nuestra palabra de aliento o el remedio que nosotros podamos poner ante
esos sufrimientos; ahí hemos de saber estar sintiendo como nuestro ese dolor, y
acompañando aunque solo fuera en silencio, para que nos sientan a su lado,
cuando no podemos hacer otra cosa.
La pasión y la pascua de Jesús tiene que ser también
nuestra pasión y nuestra pascua; la pasión y el dolor que vemos en los demás,
que es pasión y pascua de Jesús que asumió en si todo el dolor y el sufrimiento
de todo ser humano, hará que también sea nuestra pasión y nuestra pascua desde
el amor y desde una auténtica solidaridad. Todo eso nos dará una nueva luz y
sentido para nuestro vivir.
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