Desde el amor una nueva vivencia de la presencia de Dios y una nueva experiencia de relación con los demás
Ez. 9, 1-7; 10, 18-22; Sal. 112; Mt. 18, 15-20
Cuando ponemos como base y fundamente de nuestra vida
el amor va a surgir una nueva vivencia de la presencia de Dios en nuestra vida
y una nueva y distinta experiencia de relación con los demás, con cuantos
convivimos o cuantos nos rodean.
Una nueva vivencia de la presencia de Dios, porque
siendo Dios Amor allí donde haya amor verdadero está Dios, se hace presente
Dios, se siente de manera especial la presencia de Dios. Es de lo que nos habla
hoy Jesús en el Evangelio, aunque empecemos por el final, cuando nos dice que
si dos o tres estamos reunidos en su nombre, allí estará El en medio de
nosotros. ‘Porque donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’.
Estar reunidos en el nombre del Señor implica algo,
pues no es estar reunidos de cualquiera manera; estar reunidos en el nombre del
Señor implica que entre aquellos que estamos unidos hay comunión, hay amor del
verdadero, queremos amarnos con un amor como el de Jesús. Y El nos asegura que
estará con nosotros.
Pero es que Jesús nos asegura más cosas, y es que si pedimos
algo a Dios, no cada uno por su cuenta, sino en unión con los demás, El nos
garantiza también que seremos escuchados.
‘Os aseguro, además, nos dice, que si
dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi
Padre del cielo’. ¡Qué importante la oración en común, la oración
comunitaria! Cómo esa comunión que tendría que haber entre nosotros, nacida del
amor que nos tenemos, nos tiene que llevar también a vivir esa misma comunión
en la oración.
¡Qué hermoso lo que hemos ido rescatando en la piedad
del pueblo cristiano tras la reforma litúrgica del concilio Vaticano II! Hemos
aprendido a orar en común; hemos aprendido a vivir la Eucaristía en comunidad,
en comunión los unos con los otros. Vivíamos antes una piedad muy
individualista, en que cada uno venía a la Misa y mientras el sacerdote celebraba
cada uno estaba con sus devociones, o muy encerrado en sus oraciones o
peticiones particulares. Hemos aprendido a orar y a celebrar en común, aunque
mucho camino nos queda por realizar. ¿Nos quedará algo todavia de aquella
piedad individualista?
Pero decíamos al principio que poniendo el amor como
fundamento de nuestra vida comenzábamos a vivir una nueva experiencia de
relación con los demás, con aquellos con los que convivimos de una forma más
cercana. Cuando nos amamos queremos el bien los unos para con los otros; cuando
amamos nos sentimos en comunión entre nosotros y sabremos aceptarnos, pero
también tenemos que aprender cómo mejor ayudarnos mutuamente mejorando así
nuestra convivencia y nuestra comunión.
Es el tema de la corrección fraterna, el otro aspecto
del que nos habla hoy el evangelio. Buscamos el bien, queremos el bien del
otro, y querer el bien del otro es ayudarlo a que haga las cosas bien. Todos
cometemos errores y tenemos fallos; muchas veces nos comportamos de forma torpe
y hacemos lo que no deberíamos hacer. ¿Somos siempre conscientes? Deberíamos de
serlo, pero en ocasiones nos cegamos. Y aquí es donde entraría el amor de los
demás para ayudarnos a corregir aquello que no hacemos bien.
Una tarea difícil y delicada es la corrección fraterna,
para saberla hacer bien con todo amor y humildad, y para saberla aceptar
también desde ese amor y con mucha humildad por nuestra parte. Quien quiere
corregir a otro no lo puede hacer nunca desde la superioridad ni la soberbia de
creerse mejor que los demás; estaría echando a perder las bases necesarias del
amor. Si en mi conciencia creo que debo de hacerle una corrección a alguien,
tengo que ir siempre desde la humildad de yo sentirme primero pecador y sujeto
a muchos errores y fallos. Es como verdaderamente nos podemos ayudar.
Jesús nos da unas pautas que hemos de saber seguir;
pero siempre por encima de todo tiene que estar el amor. Es una experiencia
hermosa que podemos vivir si sabemos hacerlo con todo amor. Y para que sepamos
hacerlo siempre bien, siempre antes de atrevernos a acercarnos a los demás para
esa corrección fraterna oremos mucho al Señor, por quien vamos a corregir, pero
también para que el Señor nos acompañe con su gracia en momentos tan delicados
y El con la fuerza de su Espíritu ponga en nosotros las palabras, los gestos,
la delicadeza necesario para hacerlo siempre desde el amor y con amor.
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