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lunes, 20 de septiembre de 2021

Abramos nuestro corazón a la luz, a la fe, a Dios y encontraremos paz para nuestro espíritu, sentido profundo para vivir con la mayor intensidad la vida

 


Abramos nuestro corazón a la luz, a la fe, a Dios y encontraremos paz para nuestro espíritu, sentido profundo para vivir con la mayor intensidad la vida

Esdras 1,1-6; Sal 125; Lucas 8,16-18

La luz es para alumbrar, para que nos ilumine cuando la necesitemos. No podemos hacer nada sin luz, no nos acostumbramos; en otras épocas con mayores carencias tratábamos de arreglarnos, ahora fácilmente aunque esté resplandeciente el sol tenemos la luz encendida en la habitación. Para todo la necesitamos. Y no es que me esté refiriendo a la luz como a la energía, sino simplemente eso, la luz. Nos ilumina en nuestros caminos, nuestras calles y plazas necesitamos tenerlas bien iluminadas, en cualquier lugar que estemos, ya sea por razones de trabajo o en la convivencia de cada día, no soportamos que el lugar en que estamos esté en penumbras.

Pero claro que no estamos ahora aquí para teorizar sobre si encendemos o no encendemos la luz, sino que cuando hablamos de la luz estamos también hablando de ella como de una imagen. Decir que necesitamos luz es algo más que una luz que nos ayude a ver con nuestros ojos de la cara en cualquier lugar en el que estemos. Nos referimos a la luz y estamos pensando en aquello que nos aclara nuestros pensamientos y nuestras ideas; pensamos en esa sabiduría de la vida que necesitamos adquirir para entender cuanto sucede o para darle un sentido a lo que hacemos; pensamos en esos conocimientos que necesitamos no solo en un aprendizaje de las ciencias, podríamos decirlo así, sino en ese aprendizaje de la vida.


Y hoy nos dice Jesús en el evangelio que la luz no es para ocultarla, sino que cuando encendemos la lámpara la colocamos en el lugar más apropiado para que ilumine bien a los de la casa. Es la luz de la Palabra de Dios que no podemos ocultar sino que más bien tenemos que saber buscar con sabiduría para hacernos encontrar el camino de Dios. Es la luz de la fe que ha de brillar fuertemente en nuestro corazón para que conozcamos a Dios, para que en verdad nos encontremos con El, para que escuchemos y comprendamos su palabra, para que se nos revelen en nuestro corazón los secretos del misterio de Dios.

Algunas veces podemos rehusar esa luz, la ocultamos porque no nos queremos dejar iluminar por ella. Quizás podemos vislumbrar que si nos dejamos iluminar por esa luz de la fe habrían muchas actitudes que cambiar, habría muchas cosas que tendríamos que hacer de manera distinta, nos haría tener una mirada nueva a nuestra propia vida, pero también una mirada nueva a los demás. Quizás nos hemos acostumbrado a nuestras oscuridades, tenemos miedo a la luz, porque saldrían a luz – valga la redundancia – nuestras obras y nos daríamos cuenta de que no son tan buenas.

Qué malabarismos hacemos algunas veces con nuestra fe con tal de seguir con nuestras rutinas, para no arrancarnos de nuestras comodidades, para no tener que rendirnos ante Dios porque nos parece que con eso estaríamos perdiendo en nuestra autosuficiencia. No queremos reconocer que desde la luz de la fe es desde donde vamos a encontrar nuestra mayor grandeza y dignidad; podemos tener todas las habilidades del mundo, podemos dominar todas las ciencias y todas las filosofías, pero es desde la luz de la fe donde descubrimos nuestra mayor grandeza, porque descubrimos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, que Dios ha querido hacernos hijos suyos.

Yo no tengo fe, nos dicen algunos y no hacen ningún esfuerzo por abrir su corazón a la luz; yo no tengo fe y permanecen en sus sombras, y dejan que su vida se llene de amarguras, y no sabrán encontrar la fuerza para sus luchas y para levantarse una y otra vez de sus oscuridades y caídas, y no sabrán encontrar caminos para salir de esas encrucijadas en que les mete la vida, o no serán capaces de ponerse por encima de las cosas y dejan que cualquier cosa les afecte y les haga perder la paz; yo no tengo fe te dicen y después creen en cualquier cosa que vengan contándole desde los lugares más exóticos.

Abramos nuestro corazón a la luz, abramos nuestro corazón a la fe, abramos nuestro corazón a Dios y encontraremos paz para nuestro corazón, fortaleza en nuestra debilidad, caminos ciertos en nuestras oscuras encrucijadas, sentido profundo para vivir con la mayor intensidad la vida.


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