Nos
está haciendo pensar en el sentido nuevo de nuestro vivir, de esa vida que
tenemos que afrontar de entrega y de servicio porque siempre tiene que ser una
vida de amor
Sabiduría 2, 12. 17-20; Sal. 53; Santiago 3,
16–4, 3; Marcos 9, 30-37
Nos sucede a veces; tenemos la
intuición de que algo va a suceder, pero casi evitamos pensarlo, intentamos
distraernos con otras cosas, aunque aquello no nos lo podamos quitar de la
mente. Será un problema que se nos presenta y nos machaca allá en nuestro
interior, serán quizás malos momentos que hemos pasado en nosotros mismos o con
alguien, pero nos cuesta afrontar la realidad; nos cuesta, como se suele decir,
coger el toro por los cuernos. Podríamos preguntar a alguien, podría pedir
ayuda o consejo a quien nos lo puede ofrecer, pero nos da miedo, nos da
vergüenza, y tratamos de convencernos de que eso no va a suceder.
Así andaban los apóstoles y poco menos
que para pensar en otra cosa hacían aflorar sus sueños y sus ambiciones. Ahora
no era intuición, habían sido las palabras de Jesús que por segunda vez les
había repetido lo mismo, el sentido de aquella subida a Jerusalén, pero no
entendían o no querían entender, porque quizá todo aquello les echaba abajo los
sueños que se habían ido construyendo; ellos no eran distintos a la gente del común,
y muchos cuando pensaban en el Mesías, pensaban en un caudillos triunfador y
liberador del pueblo de las opresiones de pueblos extranjeros, devolviéndole a
Israel las glorias de tiempos pasados. Por eso en el camino habían aflorado de
nuevo sus sueños de grandezas, de lugares de poder, de primeros puestos, aunque
no querían que se enterara el maestro de lo que ellos iban cavilando por su
cuenta.
Atravesando Galilea, dice el
evangelista, iban instruyendo a sus discípulos, a aquellos que había escogido
como apóstoles, y más cercanos a El estaban. No quería Jesús incluso mientras
atravesaban Galilea que la gente se enterara de su paso, porque quería
aprovechar la ocasión. Les hablaba claramente: ‘El Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los
tres días resucitará’. Pero nos dice el evangelista que ni se enteraban ni
entendían lo que Jesús les decía ni se atrevían a preguntarle. ¿Intuían quizá
que se les venían abajo sus sueños, los castillos en el aire que se habían
creado?
Claro que hablar de muerte, de
sufrimientos, de prendimientos y posibles cárceles, cuando ahora parecía que
todo iba tan bien, no era pensamiento de gusto agradable. Siempre lo que sea
sufrimiento lo rehuimos, y cuantas veces en la vida nos lo queremos incluso
ocultar. Se le oculta al enfermo la gravedad de su situación, se lo oculta a
los niños la realidad de la enfermedad o de la muerte, no queremos dar una
noticia triste a una persona mayor porque eso le puede afectar tanto; pero es
que en nosotros mismos nos cuesta aceptar lo que nos sucede, nos vemos con
problemas en ocasiones y le quitamos la importancia, nos vemos enfermos y no
queremos aceptar la realidad de que podemos enfermarnos y se pueda poner la vida
en peligro. Cuántos miedos tenemos en la vida y nos los queremos ocultar a
nosotros mismos, nos ponemos a pensar en otras cosas.
Y Jesús que quería instruirlos, los
dejó; dejó que hicieran el camino y no intervino más en la conversación. Como
sería normal en el camino ellos irían en corrillos y allí comenzaron las
discusiones entre ellos. Pero cuidado que el Maestro no se entere y seguro que
trataban de disimular su acaloramiento.
Pero como nos sucede en la vida, cuando
andamos dándole vueltas y más vueltas en nuestra mente a las cosas y tratamos
de disimular para que nadie se entere de lo que nos pasa, de lo que nos
preocupa, siempre viene alguien que nota algo en nosotros y nos preguntará que
nos pasa y hasta dará en el clavo señalándonos en concreto lo que nos pasa por
dentro y nosotros tanto tratábamos de disimular.
Es lo que les pasó a los discípulos; habían
ocultado sus miedos y trataban de disimular las ambiciones que hasta podrían
convertirse en enfrentamientos. Cuando llegan a casa lo primero que les
pregunta Jesús es ¿de qué hablabais por el camino? ¿De que estaban
discutiendo? Y vaya si Jesús sabía. Habían venido discutiendo quién entre
ellos iba a ser el primero y principal. Y Jesús los llamó y les dijo: ‘Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos’.
Y continúa diciéndonos el evangelista: ‘Y
tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge
a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me
acoge a mí, sino al que me ha enviado’. Acoger a un niño es acoger a Jesús,
acoger a un niño es acoger al que ha enviado a Jesús.
El niño que no he considerado para nada
en aquella sociedad. Hoy hablamos de los derechos del niño o de los derechos
humanos, que nos afectan a todos, pero en aquella sociedad eso no era así. El
niño no contaba, no se le tenía en cuenta, y ahora Jesús lo pone en medio. Es
algo nuevo, es una actitud nueva ante las personas, es una actitud nueva que
tiene que haber en mi corazón; había hablado de ser el último de todos y el
servidor de todos, y ahora en ese todo incluye a quien nada valía, a un niño,
pero que es una imagen de cómo nadie puede ser discriminado; como de todos
tenemos que ser servidores.
Y esto lo escuchamos en el contexto de
los anuncios que ha venido haciendo Jesús que tanto les cuesta aceptar. Es que
nos está hablando Jesús del sentido de su vida, el Hijo del Hombre que no ha
venido para ser servido, sino para servir. Y ese es el sentido de todo lo que
le va a suceder a Jesús, de su pasión y de su muerte, de su pascua, que por
supuesto no va a ser una derrota porque al mismo tiempo les está anunciando
Jesús su resurrección.
¿Nos valdrá algo todo esto para nuestra
vida? Nos está haciendo pensar en el sentido nuevo de nuestro vivir, nos está
hablando de esa vida que tenemos que afrontar que tiene que ser de entrega y de
servicio porque siempre tiene que ser una vida de amor, nos está hablando
también de que muchas veces ese camino se nos puede volver duro, se nos puede
hacer difícil, pero es la entrega que hemos de vivir porque ese es el sentido
de nuestro ser cristiano.
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