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martes, 29 de abril de 2014

La contemplación del misterio de la pasión inflame nuestro corazón de deseos de Dios

La contemplación del misterio de la pasión inflame nuestro corazón de deseos de Dios

1Jn. 1, 5-2, 2; Sal. 148; Mt. 11, 25-30
¿Cómo podemos conocer a Dios? ¿Cómo podemos llegar a toda la hondura y profundidad de su misterio? Ciertamente el hombre en lo más intimo de sí mismo, aunque algunas veces no quiera reconocerlo, siente deseos de Dios, porque siente deseos de plenitud, de perfección, de algo grande, vamos a decirlo así, que sacie su sed más profunda. Pero Dios nos sobrepasa porque ¿quiénes somos nosotros ante la inmensidad de Dios? Pero hemos de reconocer, desde nuestra fe, que esa ansia de Dios, esa sed de Dios que sentimos en lo más hondo de nosotros mismos, es Dios mismo quien la ha puesto en nuestro corazón, quien la ha suscitado en nuestro espíritu.
Pero no podemos acudir a Dios de cualquier manera ni con cualquier actitud.  Primero porque nunca el conocimiento que podamos tener de Dios es cosa de nuestra sabiduría humana, sino que es revelación que Dios quiere hacernos de sí mismo. Es cierto que nos ha dado inteligencia y saber en la dignidad de la que nos ha dotado desde la creación, pero es Dios quien se nos revela para que podamos conocerle; pero conocerle no es como apoderarnos de Dios sino es más bien llenarnos de El, de su vida,  de su Espíritu que El quiere concedernos.
Y luego no podemos acercarnos a Dios desde nuestros orgullos y autosuficiencias, sino siempre con espíritu humilde, de apertura humilde de nuestro corazón para acoger ese misterio que se nos revela y se nos da, porque al revelársenos nos hace participes de su misma vida, de su Espíritu, de su Sabiduría eterna e infinita.
Es lo que hoy escuchamos en el evangelio. Jesús da gracias al Padre porque se ha revelado y se ha manifestado no a los grandes y poderosos, no a los que se creen sabios y se llenan de orgullo y autosuficiencia, sino a los que humildes y sencillos se acercan con amor a Dios. ‘Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla’.
¿Quiénes son los que acogieron y aceptaron a Jesús? Primero serían los pobres pastores de Belén los que van a recibir el anuncio del ángel, y luego a través de todo el evangelio veremos que son los pequeños, los pobres, los humildes los que serán capaces de descubrir las maravillas de Dios que se manifiestan en Jesús. Si alguien que pudiera estar en un estadio de mayores conocimientos se acercara a Jesús lo haría, como lo hizo Nicodemo, que era maestro en Israel, con espíritu humilde y siempre queriendo dejarse sorprender por las maravillas de Dios.
Cuánto nos enseña todo esto para nuestra vida y para nuestros deseos de acercarnos a Dios para conocerle más y para vivirle mejor. Pero nos estamos haciendo esta reflexión a la luz de la Palabra de Dios hoy proclamada en la fiesta de santa Catalina de Siena. ¿Quién fue Catalina de Siena? Alguien que con corazón de pobre y desde la humildad y sencillez, desde la pequeñez de su vida supo abrirse a Dios y así se pudo llenar de Dios. Era una mujer casi analfabeta - muchas de sus cartas y escritos simplemente los dictaba porque pocos eran sus conocimientos en escrituras y ciencias humanas - y sin embargo hoy la consideramos una doctora de la Iglesia. Abrió su corazón a Dios y Dios se le reveló con una altura mística que le hace meterse en el misterio de Dios; se dejó conducir por el amor del Señor y fueron muchas las cosas que hizo a favor de la Iglesia y de la reconciliación de los hombres de su tiempo.
‘Hiciste arde a Santa Catalina de amor divino en la contemplación de la pasión de tu Hijo’, hemos rezado en la oración. La contemplación de la pasión de Jesús le hizo, sí, arder con ardores místicos su corazón. Desde muy niña se unió a la Orden Tercera de Santo Domingo, y ahí creció en espiritualidad y en amor a Cristo y a la Iglesia.
Esa fue su otra gran pasión, el amor a la Iglesia. Vivió en momentos difíciles para la Iglesia, cuando el Papa no residía en Roma sino en Avignon en Francia, influenciado por poderes humanos y políticos. Luchó fuertemente para que el Papa volviese a Roma buscando la reconciliación y el encentro lleno de paz de los diversos grupos que había entonces en la Iglesia que la hacían andar dividida llegándose entonces al tristemente llamado Cisma de Occidente.
Por ello entregó su vida hasta enfermar, muriendo muy joven, a los treinta y tres años, viendo ciertamente al Papa establecido en Roma, aunque surgía al mismo tiempo el cisma y la división por otros lugares. En ese mismo sentido quiso ser puente de reconciliación entre los diversos pueblos de Italia que andaban también llenos de divisiones y enfrentamientos.

Que crezcan nuestros deseos de conocer más y más el misterio de Dios; pero que sepamos acudir a Dios siempre con corazón humilde y sencillo. Que se inflame más y más nuestro corazón en el amor de Dios contemplando el misterio de su pasión para que crezcamos más en nuestros deseos de santidad y en nuestro espíritu de servicio. Que aprendamos de santa Catalina de Siena a amar cada día más a la Iglesia y con su ejemplo siempre seamos instrumentos de reconciliación y de unidad entre nuestros hermanos.

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