La contemplación del misterio de la pasión inflame nuestro corazón de deseos de Dios
1Jn. 1, 5-2, 2;
Sal. 148; Mt. 11, 25-30
¿Cómo
podemos conocer a Dios? ¿Cómo podemos llegar a toda la hondura y profundidad de
su misterio? Ciertamente el hombre en lo más intimo de sí mismo, aunque algunas
veces no quiera reconocerlo, siente deseos de Dios, porque siente deseos de
plenitud, de perfección, de algo grande, vamos a decirlo así, que sacie su sed
más profunda. Pero Dios nos sobrepasa porque ¿quiénes somos nosotros ante la
inmensidad de Dios? Pero hemos de reconocer, desde nuestra fe, que esa ansia de
Dios, esa sed de Dios que sentimos en lo más hondo de nosotros mismos, es Dios
mismo quien la ha puesto en nuestro corazón, quien la ha suscitado en nuestro
espíritu.
Pero no
podemos acudir a Dios de cualquier manera ni con cualquier actitud. Primero porque nunca el conocimiento que
podamos tener de Dios es cosa de nuestra sabiduría humana, sino que es revelación
que Dios quiere hacernos de sí mismo. Es cierto que nos ha dado inteligencia y
saber en la dignidad de la que nos ha dotado desde la creación, pero es Dios
quien se nos revela para que podamos conocerle; pero conocerle no es como
apoderarnos de Dios sino es más bien llenarnos de El, de su vida, de su Espíritu que El quiere concedernos.
Y luego no
podemos acercarnos a Dios desde nuestros orgullos y autosuficiencias, sino
siempre con espíritu humilde, de apertura humilde de nuestro corazón para
acoger ese misterio que se nos revela y se nos da, porque al revelársenos nos
hace participes de su misma vida, de su Espíritu, de su Sabiduría eterna e
infinita.
Es lo que
hoy escuchamos en el evangelio. Jesús da gracias al Padre porque se ha revelado
y se ha manifestado no a los grandes y poderosos, no a los que se creen sabios
y se llenan de orgullo y autosuficiencia, sino a los que humildes y sencillos
se acercan con amor a Dios. ‘Has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla’.
¿Quiénes son
los que acogieron y aceptaron a Jesús? Primero serían los pobres pastores de
Belén los que van a recibir el anuncio del ángel, y luego a través de todo el
evangelio veremos que son los pequeños, los pobres, los humildes los que serán
capaces de descubrir las maravillas de Dios que se manifiestan en Jesús. Si
alguien que pudiera estar en un estadio de mayores conocimientos se acercara a Jesús
lo haría, como lo hizo Nicodemo, que era maestro en Israel, con espíritu
humilde y siempre queriendo dejarse sorprender por las maravillas de Dios.
Cuánto nos
enseña todo esto para nuestra vida y para nuestros deseos de acercarnos a Dios
para conocerle más y para vivirle mejor. Pero nos estamos haciendo esta reflexión
a la luz de la Palabra de Dios hoy proclamada en la fiesta de santa Catalina de
Siena. ¿Quién fue Catalina de Siena? Alguien que con corazón de pobre y desde
la humildad y sencillez, desde la pequeñez de su vida supo abrirse a Dios y así
se pudo llenar de Dios. Era una mujer casi analfabeta - muchas de sus cartas y
escritos simplemente los dictaba porque pocos eran sus conocimientos en
escrituras y ciencias humanas - y sin embargo hoy la consideramos una doctora
de la Iglesia. Abrió su corazón a Dios y Dios se le reveló con una altura mística
que le hace meterse en el misterio de Dios; se dejó conducir por el amor del
Señor y fueron muchas las cosas que hizo a favor de la Iglesia y de la
reconciliación de los hombres de su tiempo.
‘Hiciste arde a Santa Catalina de amor divino en la
contemplación de la pasión de tu Hijo’, hemos rezado en
la oración. La contemplación de la pasión de Jesús le hizo, sí, arder con
ardores místicos su corazón. Desde muy niña se unió a la Orden Tercera de Santo
Domingo, y ahí creció en espiritualidad y en amor a Cristo y a la Iglesia.
Esa fue su
otra gran pasión, el amor a la Iglesia. Vivió en momentos difíciles para la
Iglesia, cuando el Papa no residía en Roma sino en Avignon en Francia,
influenciado por poderes humanos y políticos. Luchó fuertemente para que el
Papa volviese a Roma buscando la reconciliación y el encentro lleno de paz de
los diversos grupos que había entonces en la Iglesia que la hacían andar
dividida llegándose entonces al tristemente llamado Cisma de Occidente.
Por ello
entregó su vida hasta enfermar, muriendo muy joven, a los treinta y tres años,
viendo ciertamente al Papa establecido en Roma, aunque surgía al mismo tiempo
el cisma y la división por otros lugares. En ese mismo sentido quiso ser puente
de reconciliación entre los diversos pueblos de Italia que andaban también
llenos de divisiones y enfrentamientos.
Que crezcan
nuestros deseos de conocer más y más el misterio de Dios; pero que sepamos
acudir a Dios siempre con corazón humilde y sencillo. Que se inflame más y más
nuestro corazón en el amor de Dios contemplando el misterio de su pasión para
que crezcamos más en nuestros deseos de santidad y en nuestro espíritu de
servicio. Que aprendamos de santa Catalina de Siena a amar cada día más a la
Iglesia y con su ejemplo siempre seamos instrumentos de reconciliación y de
unidad entre nuestros hermanos.
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