El trabajo que nos dignifica es bien y desarrollo de toda la humanidad
Gen.
1, 26-2, 3; Sal. 89; Col. 3, 14-15.17.23-34; Mt. 13, 54-58
El
misterio de la Encarnación y de la Redención, centro y eje de nuestra fe, nos
vienen a manifestar cómo Dios se acerca de tal manera a su criatura, el hombre,
que quiere asumir nuestra propia vida humana en todas sus realidades para
ayudarnos a descubrir la dignidad y grandeza de que El nos ha dotado, pero
además quiere restaurar lo que con nuestro pecado habíamos empañado esa
dignidad y grandeza.
Todo lo
humano es fruto del amor de Dios que nos ha creado, pues toda la creación es la
obra del amor de Dios que, por así decirlo, se sale de si mismo y realiza toda
la maravilla de la creación, pero que
como rey de esa creación ha puesto el ser humano con toda su dignidad.
La sagrada
Escritura nos enseña cómo hemos sido creados a imagen y semejanza del Creador,
lo que viene a significar nuestra dignidad y grandeza más profunda; pero toda
esa obra de la creación Dios la ha puesto en las manos del hombre para que
desde su inteligencia y voluntad, con su trabajo vaya prolongando esa creación
en el desarrollo que para bien del mismo hombre y que desde esa fuerza y esa
vida que Dios ha puesto en el ser humano podemos realizar.
El trabajo
viene a expresar esa dignidad y esa grandeza; es la riqueza de la vida del
hombre y no hablamos sólo desde un sentido económico, sino por cuanto ayuda al
propio desarrollo del hombre. Nunca el trabajo o la manera de realizarlo
tendría que mancillar esa dignidad humana, sino todo lo contrario por el
trabajo lograr la mayor grandeza del hombre.
Todo lo
que sea procurar ese bien de la persona humana y cuidar su propia dignidad es
proclamar al mismo tiempo la gloria del Señor. ‘Todo lo que de palabra o de obra realicéis, nos dice el apóstol san
Pablo, sea en nombre de Jesús, ofreciendo la acción de gracias a Dios Padre por
medio de él’. Lo que algunos santos nos han traducido en una frase como un
lema: ‘todo para la mayor gloria de
Dios’. Es lo que tenemos que buscar siempre con el desarrollo de todo ser
humano en la realización de su trabajo. Y esto siempre con todo trabajo, en
cualquier trabajo realizado siempre con dignidad.
Hablábamos
al principio del misterio de la Encarnación y de la Redención. Dios que se
encarna y se hace hombre asume toda nuestra vida humana también con sus
trabajos, sacrificios y alegrías. Lo que viene a expresar su sentido más
profundo, como decíamos. Pero Dios se ha encarnado para redimirnos; y en ese
sentido de redención El viene a purificar todo lo que hemos manchado nuestra
vida cuando hemos dejado meter en ella el egoísmo y la maldad humana; el
trabajo al que desde el egoísmo de los hombres hemos mancillado en su dignidad,
en la dignidad de las personas que lo realizan, viene a ser redimido también
con la presencia de Jesús, el Hijo de Dios en medio de nosotros.
Así lo
contemplamos en el hogar y en el trabajo de Nazaret, como el hijo del
carpintero como lo llamaban sus convecinos. Trabajando Cristo con sus manos nos
viene a enseñar el valor de nuestros trabajos, pero viene también a redimirlos
para darles también un valor y un sentido sobrenatural y de gracia, como todo
lo que sale de las manos o del corazón de Cristo.
Nos
estamos haciendo esta reflexión, cuando la Iglesia en este día primero de mayo,
en que en nuestra sociedad se celebra el día del trabajo muchas veces sólo
desde el aspecto de las reivindicaciones aunque pienso que tendría que ser algo
más, nos presenta a san José Obrero para nuestra celebración y para nuestra
consideración. Tendría que ser algo más porque esta fiesta del trabajo podría
ser el momento en el que valoráramos y destacáramos cuanto con nuestro trabajo
en el desarrollo de nuestro ser más profundo vamos logrando cada día para el
bien y el desarrollo de toda la humanidad. Es lo que en verdad tendríamos que
celebrar, lo que tendría que llevarnos a la verdadera fiesta del trabajo.
Celebrar a
san José como Obrero, es contemplarlo en aquellas labores y trabajos humanos
que hubo de realizar para el sostenimiento de aquel hogar de Nazaret pero
también como cauce y expresión de su propio desarrollo humano y personal. En
aquel hogar, en aquel taller de Nazaret estaba Jesús, el Hijo de Dios que se
había encarnado, y participaría también de esas labores y trabajos con sus
propias manos y con el desarrollo también de sus cualidades y valores como
persona. Esa presencia de Jesús nos santifica y santifica nuestro trabajo.
Decíamos
que Cristo con su redención quiere dar a toda la actividad humana un valor y un
sentido sobrenatural y de gracia; es que toda la actividad que el hombre ha de
realizar puede convertirse en un camino para nuestra propia santificación
personal. Es lo que contemplamos en San José, a quien hoy miramos bajo ese
prisma de obrero. Es el ejemplo que contemplamos en Jesús trabajando junto a
san José en aquel hogar y en aquel taller de Nazaret.
Todo
siempre para la mayor gloria de Dios, para el bien y para la santificación del
hombre, de todo hombre.
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