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martes, 24 de octubre de 2023

Vigilancia y atención para que no olvidemos ni abandonemos lo que verdaderamente nos hace grandes y lo que da verdadera trascendencia a nuestra vida

 


Vigilancia y atención para que no olvidemos ni abandonemos lo que verdaderamente nos hace grandes y lo que da verdadera trascendencia a nuestra vida

Romanos 5,12.15b.17-19.20b-21; Sal 39; Lucas 12, 35-38

¿Y si no esperamos a nadie? Cuando no esperamos a nadie nos da igual como estemos. Supongamos que estamos en casa, haciendo nuestras cosas, nuestras obligaciones de cada día o nuestros entretenimientos, no esperamos a nadie, no nos preocupamos de estar arreglados, nos da igual estar vestidos de una manera o de otra, puede llegar a tanto nuestra desidia que ni nos preocupemos de tener la casa recogida y arreglada; total, pensamos, estamos solos, por aquí no viene nadie, para qué vamos a vestirnos bien, para qué vamos a tener las cosas arregladas, estamos de cualquier manera. Nos hemos acostumbrado a vivir la vida así, sin mayores preocupaciones.

Se suele decir a las personas que viven solas, que son mayores, que se preocupen de si mismas, que cuiden de sus cosas, que se arreglen aunque no esperen a nadie, porque incluso uno tiene que sentirse a gusto con uno mismo, gustarse, por decirlo de alguna manera; y no podemos caer en esa despreocupación, en ese simplemente dejar las cosas pasar. Pero bueno, no venimos aquí a hablar de cómo tienen que arreglarse y cuidar de si mismo los que son mayores o los que viven solos.

Pero, bueno, es una imagen de cómo andamos en la vida. Nos preguntábamos al principio ¿y si no esperamos a nadie? Es en algo que vamos cayendo en la vida cuando perdemos un sentido de trascendencia para aquello que hacemos o que vivimos; es una vida sin sentido y sin horizonte que algunas veces nos vamos construyendo; es el abandono del sentido espiritual de la vida en que vamos cayendo quizás influenciados por ese tono gris de indiferencia en que muchos viven a nuestro alrededor y que puede ser también una tentación para nosotros cuando se nos enfría la fe y la esperanza.

Muchos en la vida han perdido esa trascendencia, muchos van perdiendo un sentido espiritual de la existencia, muchos van cayendo en ese materialismo, por llamarlo de alguna manera, que nos va envolviendo cuando perdemos el norte de la fe. Y no esperamos a nadie, porque ya ni siquiera en los momentos más apurados contamos con Dios.

El evangelio de hoy quiere despertarnos, nos invita a la vigilancia, nos invita a mantener viva la esperanza, nos invita a esperar y llegar a sentir esa presencia de Dios en nuestra vida. Andamos tan preocupados de lo material, del día a día, del trabajo con sus ganancias, del vivir bien, del disfrutar de todo, que olvidamos ese sentido espiritual de nuestra vida. Somos algo más que una materia, somos algo más que un cuerpo material.

No todo es trabajar para tener con qué vivir, con qué alimentarnos o con que poder disfrutar de los goces de la vida. No todo es un cuerpo que tenemos que tener equilibrado para que se mantenga sano y si no ya utilizaremos todos esos compuestos químicos, las medicinas que decimos, que curen esas deficiencias somáticas. Hay algo mucho más hondo que da sentido a nuestro ser. Busquemos a Dios que da respuesta a esas ansias profundas que tenemos dentro de nosotros y que nos elevan por encima de lo material. 

Vigilancia y atención nos está pidiendo Jesús para que no olvidemos ni abandonemos lo que verdaderamente nos hace grandes. Nos habla del criado vigilante para abrir la puerta cuando llegue su señor de la boda. Llega el Señor a nuestra vida y tenemos que saber estar atentos a su presencia, con las lámparas encendidas como aquellas previsoras doncellas de la boda. El gozo de la presencia de Dios en nuestra vida no tiene comparación con ninguno de los disfrutes de esta vida.

Hoy nos dice que seremos dichosos porque si el Señor nos encuentra así vigilantes, será El quien se ciña y se ponga a servirnos a nosotros, como contemplamos a Jesús en la última cena, lavando los pies de sus discípulos. Es el gozo de la presencia del Señor, es el gozo de saber que con El nos sentimos seguros, es el gozo que nos anima para vivir en esa esperanza a pesar de las oscuridades de la noche de la vida.


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