Una nueva bienaventuranza para
quienes saben escuchar la Palabra de Dios y plantarla en su corazón, como lo
hizo María
Joel
4,12-21; Sal
96; Lucas
11,27-28
Cuantas veces nos sentimos impresionados por algo y nos
dan ganas de gritar para que todo el mundo conozca aquello maravilloso que nos
causa admiración. Es algo espontáneo que nos surge por dentro y que si tantas
veces no hacemos es quizá por aquello del sentido del ridículo o los respetos
humanos.
Pero aquella mujer del evangelio no se pudo callar. Escuchaba
a Jesús y seguramente sus palabras estaban haciendo mella en su corazón. Como
tantas veces nos cuentan los evangelistas de la admiración de las gentes ante
lo que Jesús hacía y lo que Jesús enseñaba. Ya sabemos que algunos con el
corazón demasiado encerrado en si mismos iban con ojo crítico a escuchar a
Jesús y siempre estaban viendo doble sentido en lo que Jesús hacia o decía y le
oponían sus dudas no porque tuvieran deseos de que Jesús las aclarase y ellos
quisieran seguir a Jesús sin con un espíritu corrosivo que lo que querían eran
desprestigiar al maestro.
Aquella mujer sencilla del pueblo no puede callar y
como saben hacer los humildes y sencillos de corazón no solo alaba a Jesús por
sus palabras y acciones, sino que la alabanza se transporta a la madre que lo
crió. ‘¡Dichosa la mujer que te llevó en
su seno y cuyos pechos te amamantaron!’, es el grito de aquella mujer.
Alababan a Jesús como a un profeta y hasta se preguntaban si no sería el Mesías;
reconocían que la mano de Dios estaba en El porque de lo contrario no podría
realizar los signos que hacía. Pero ahí está el corazón de una mujer sencilla,
que seguramente será madre también y quizá ella piensa en sí misma en la
alegría y gozo que tendría en su corazón si tuviera un hijo así. Por eso la
alabanza a Jesús se transporta a la madre de Jesús. ¡Dichosa la mujer… dichosa
la madre que tuviera un hijo así!
Ya María inspirada lo había anunciado en el cántico del
Magnifica. ‘Dichosa me llamarán todas las
generaciones’. Pero es el corazón de los humildes y sencillos el que es
capaz de descubrir los misterios de Dios, a quienes Dios se les revela.
Pero Jesús sin mermar para nada aquella alabanza
espontánea que había surgido en honor de su madre quiere decirnos algo más.
Algo para nosotros para que sepamos encontrar la dicha verdadera, pero algo que
viene a aclararnos también por qué María es la dichosa en el Señor. La
respuesta o la réplica de Jesús ya la hemos escuchado. ‘Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen
en práctica’. Ya en otra ocasión nos dirá también en un momento con clara
referencia a la presencia de María, que su
‘madre y hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en
práctica’.
Una nueva dicha o bienaventuranza además de las
proclamadas allá en el Sermón del Monte que nos viene a señalar quienes son
verdaderamente la familia de Jesús y cómo seremos realmente felices y dichosos
si escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica, la cumplimos, la
realizamos en nuestra vida.
No nos quedamos en la admiración y en la alabanza
aunque también las tengamos, sino que hemos de saber escuchar, acoger, plantar
en nosotros esa Palabra de Dios. Como lo hizo María, porque si ella fue
merecedora de que el Verbo de Dios se encarnase en sus entrañas, antes ella
había ido plantando esa Palabra de Dios en su vida. Así surgiría su
disponibilidad, la ofrenda de su vida:
‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra’, que le
dijera al ángel.
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