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sábado, 10 de octubre de 2015

Una nueva bienaventuranza para quienes saben escuchar la Palabra de Dios y plantarla en su corazón, como lo hizo María

Una nueva bienaventuranza para quienes saben escuchar la Palabra de Dios y plantarla en su corazón, como lo hizo María

Joel 4,12-21; Sal 96; Lucas 11,27-28
Cuantas veces nos sentimos impresionados por algo y nos dan ganas de gritar para que todo el mundo conozca aquello maravilloso que nos causa admiración. Es algo espontáneo que nos surge por dentro y que si tantas veces no hacemos es quizá por aquello del sentido del ridículo o los respetos humanos.
Pero aquella mujer del evangelio no se pudo callar. Escuchaba a Jesús y seguramente sus palabras estaban haciendo mella en su corazón. Como tantas veces nos cuentan los evangelistas de la admiración de las gentes ante lo que Jesús hacía y lo que Jesús enseñaba. Ya sabemos que algunos con el corazón demasiado encerrado en si mismos iban con ojo crítico a escuchar a Jesús y siempre estaban viendo doble sentido en lo que Jesús hacia o decía y le oponían sus dudas no porque tuvieran deseos de que Jesús las aclarase y ellos quisieran seguir a Jesús sin con un espíritu corrosivo que lo que querían eran desprestigiar al maestro.
Aquella mujer sencilla del pueblo no puede callar y como saben hacer los humildes y sencillos de corazón no solo alaba a Jesús por sus palabras y acciones, sino que la alabanza se transporta a la madre que lo crió. ‘¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!’, es el grito de aquella mujer. Alababan a Jesús como a un profeta y hasta se preguntaban si no sería el Mesías; reconocían que la mano de Dios estaba en El porque de lo contrario no podría realizar los signos que hacía. Pero ahí está el corazón de una mujer sencilla, que seguramente será madre también y quizá ella piensa en sí misma en la alegría y gozo que tendría en su corazón si tuviera un hijo así. Por eso la alabanza a Jesús se transporta a la madre de Jesús. ¡Dichosa la mujer… dichosa la madre que tuviera un hijo así!
Ya María inspirada lo había anunciado en el cántico del Magnifica. ‘Dichosa me llamarán todas las generaciones’. Pero es el corazón de los humildes y sencillos el que es capaz de descubrir los misterios de Dios, a quienes Dios se les revela.
Pero Jesús sin mermar para nada aquella alabanza espontánea que había surgido en honor de su madre quiere decirnos algo más. Algo para nosotros para que sepamos encontrar la dicha verdadera, pero algo que viene a aclararnos también por qué María es la dichosa en el Señor. La respuesta o la réplica de Jesús ya la hemos escuchado. ‘Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica’. Ya en otra ocasión nos dirá también en un momento con clara referencia a la presencia de María, que su ‘madre y hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’.
Una nueva dicha o bienaventuranza además de las proclamadas allá en el Sermón del Monte que nos viene a señalar quienes son verdaderamente la familia de Jesús y cómo seremos realmente felices y dichosos si escuchamos la Palabra de Dios y la ponemos en práctica, la cumplimos, la realizamos en nuestra vida.
No nos quedamos en la admiración y en la alabanza aunque también las tengamos, sino que hemos de saber escuchar, acoger, plantar en nosotros esa Palabra de Dios. Como lo hizo María, porque si ella fue merecedora de que el Verbo de Dios se encarnase en sus entrañas, antes ella había ido plantando esa Palabra de Dios en su vida. Así surgiría su disponibilidad, la ofrenda de su vida: ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra’, que le dijera al ángel.

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