Saboreemos que Dios es nuestro Padre que nos ama y todo comenzará a ser nuevo en nuestra vida en nuestra relación con Dios y con los hermanos
Jonás
4,1-11; Sal
85; Lucas
11,1-4
Con Jesús todo tiene un sabor distinto; con Jesús
vivimos un sentido nuevo de la vida; con Jesús comenzamos a saborear de una
manera nueva el amor y la presencia de Dios en nuestra vida; con Jesús nuestra
mirada se transforma y tenemos una manera nueva de caminar junto al hombre
nuestro hermano; con Jesús comenzamos sentir un nuevo calor de amor en nuestro
corazón; con Jesús nos sentimos amados por un Dios que es Padre y todo se
reduce a partir de entonces a corresponder a ese amor con una vida nueva, una
relación nueva con Dios y una nueva relación con los que caminan a mi lado en la
peregrinación de la vida.
Comenzó diciéndonos Jesús que comenzaba algo nuevo y
había que creer en esa buena noticia que nos anunciaba; nos decía que llegaba
el Reino de Dios y pronto pudimos ir comprendiendo que ese Reino de Dios no era
a la manera de los reinos de este mundo. El gran descubrimiento que Jesús una y
otra vez nos recordaba es que ese Dios que es nuestro Rey y Señor es un Padre
bueno que nos ama. Una nueva palabra tenía que comenzar a brotar de nuestra
boca y desde lo hondo de nuestro corazón, Padre.
Así llamaba Jesús a Dios porque se sentía su Hijo; así
había sido proclamado desde el cielo allá en el Jordán cuando el bautismo y más
tarde solemnemente desde lo alto del Tabor. ‘Este
es mi Hijo amado, mi predilecto, el elegido’, era el mensaje del cielo.
Pero así ahora Jesús nos enseñaba a llamar a Dios, Padre. Se trata de saborear
esa palabra que es más que una palabra. Se trata de saborear ese sentido nuevo
de Dios. Se trata de saborear el sentirnos hijos amados. Se trata, pues, de
comenzar a vivir de una manera nueva.
Los discípulos ven a Jesús orando con frecuencia, cómo
se retira en momentos determinados a lugares apartados para orar o se levanta
al amanecer; contemplan y palpan cómo Jesús continuamente se siente en la
presencia del Padre porque su alimento es hacer la voluntad del Padre; le
escuchan invocarle o darle gracias por cómo se va manifestando Dios y su poder,
cómo se va manifestando continuamente su amor poderoso que todo lo transforma.
Ellos quieren hacer como Jesús, quieren orar como Jesús, le piden a Jesús que
les enseñe a orar.
Y Jesús les dice cómo han de hacerlo, no solo como una
formula que se repita, sino como algo que hay que aprender a saborear. Se trata
de saborear esa palabra en todas sus consecuencias, llamar a Dios Padre pero
aprender a gozarnos en su amor sintiendo como todo se transforma en nuestro
corazón y en nuestra vida, como todo ha de transformarse en ese mundo en el que
vivimos.
No nos contentemos a repetir mecánicamente las palabras
de Jesús para nuestra oración. Saboreémoslas empezando cuando llamamos a Dios
Padre. Todo lo demás vendrá como consecuencia. Porque si sentimos y saboreamos
su amor es justo que le alabemos y bendigamos, que queramos hacer su voluntad,
que nos pongamos ante El con nuestras necesidades que Dios bien conoce, que ya
nuestra vida comience a ser distinta y aprendamos a amar y a perdonar, a pedir
perdón reconociendo nuestros errores y a luchar contra lo malo con la certeza
que Dios está con nosotros y nos ayuda a superar el mal y la tentación.
Comencemos por saborear que Dios nos ama, que es
nuestro Padre y se derramará sobre nosotros una lluvia del amor de Dios.
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