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domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Nuestro camino o el camino de Jesús?

Is. 50, 5-9;
Sal. 114;
Sant. 2, 14-18;
Mc. 8, 27-35


Nos decimos cristianos porque creemos en Jesús y queremos ser sus discípulos, seguirle. Pero esa es precisamente la cuestión que nos podemos plantear. Cuando decimos que queremos seguirle y ser sus discípulos ¿estaremos en verdad queriendo escuchar lo que El nos dice o nos plantea, o más bien nosotros nos hemos hecho nuestra idea y es sólo eso lo que escuchamos y hacemos? ¿será nuestra idea o pensamiento, o será el pensamiento de Dios?
Los discípulos habían ido conociendo a Jesús poco a poco, estaban viendo sus actividades, siendo testigos de los signos que hacía y escuchando sus enseñanzas. Hoy hemos visto en el evangelio que Jesús se lleva al grupo más íntimo de discípulos a lugares apartados – Cesarea de Filipo quedaba bien al norte, cercana al territorio de Fenicia –y ahora les hace unas preguntas y unos anuncios que ayudarán a clarificar la idea que tenían de El.
‘¿Qué piensa la gente del Hijo del Hombre? ¿Qué pensáis vosotros?’ Hoy diríamos que estaba haciendo una encuesta. ‘Que eres uno de los grandes profetas como Elías o el recientemente desaparecido Juan el Bautista’. Pero vosotros, sí vosotros, ¿qué pensáis? Y allí está la respuesta de Pedro, el primero, el impulsivo, el que toma enseguida la palabra. ‘Tú eres el Cristo, el Mesías’. Pero Jesús no quiere que se lo digan a la gente. ‘Les prohibió terminantemente decírselo a la gente’. ¿Por qué? Ahora lo veremos claro.
‘Jesús empezó a instruirlos’. ¿De qué les hablaba? ‘El hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitará al tercer día’.
‘El se los explicaba con toda claridad’,
pero ellos no entendían. Comprendemos nosotros ahora por qué les prohibió terminantemente decir a nadie que El era el Mesías. Tenían otra idea. El Mesías era un triunfador, un libertador que se iba a poner al frente del pueblo para libéralo de la dominación extranjera. Era lo que pensaban entonces que haría el Mesías. Lo que estaban todos esperando. Vemos que a Pedro no le cabe en la cabeza lo que Jesús acaba de anunciar. A Ti no te puede pasar eso. ‘Se llevó a Jesús aparte y se puso a increparlo’. Jesús lo rechazó. ‘Apártate, quítate de mi vista… piensas como los hombres, no según los planes de Dios’. Tú lo que tienes que hacer es seguirme, ir detrás de mí.
Ahí lo tenemos, nos hacemos nuestra idea, como Pedro, como la gente de la época, de lo que tenía que ser y hacer el Mesías. Pero si queremos seguir a Jesús tenemos que ir detrás de El. No somos nosotros los que señalamos el camino, sino que nuestro camino es seguir su camino. ‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’. Es seguir a Jesús. Y seguir a Jesús es comenzar a pensar como piensa El; y comenzar a actuar como actúa El. Y El se entrega, se da, es capaz de perder la vida para ganarla. ‘El que pierde su vida por mí y por el evangelio, la salvará’.
Esto que estamos reflexionando es serio y tendríamos que sacar muchas consecuencias. Y me lo digo a mí mismo. Porque nos pasa como a Pedro, como le pasaba a aquella gente en tiempos de Jesús. Como nos sigue pasando hoy. ¿En qué se queda muchas veces nuestra fe en Jesús?
En estos días en nuestros pueblos se están haciendo muchas fiestas a Cristo Crucificado. Vamos a sus santuarios donde se veneran Imágenes de Cristo con mucha devoción – Cristo de La Laguna, Cristo de los Dolores de Tacoronte, Cristo del Calvario de Icod, Cristo de la Salud de Arona, por mencionar algunos en mi tierra tinerfeña -; asistimos devotamente a muchos actos de culto y a muchas procesiones, sentimos enorme emoción religiosa al ponernos ante sus impresionantes imágenes, pero, ¿estaremos dispuestos seriamente y de verdad a vivir un amor y una entrega como la que El vivió que le llevó a la Cruz y a la muerte?
Tenemos devoción a una determinada imagen de Cristo en Cruz, pero cuando nos llega el dolor, el sufrimiento, la cruz de una enfermedad ¿cuál es nuestra reacción? Aquello que nos decía Jesús de cargar con nuestra cruz de cada día, ¿nos dice algo?
¿Seremos capaces de ver la cruz de la gente que sufre a nuestro lado – enfermedades, problemas de todo tipo, carencias y necesidades en esta situación social por la que estamos pasando, limitaciones de todo tipo – y estaríamos dispuestos a convertirnos en auténticos cireneos que con nuestro compromiso, nuestra entrega, nuestro tiempo les ayudemos a llevar su cruz?
¿Nos quedaremos solamente en esos momentos emotivos y de fervor, o seremos capaces de traducir todo eso en un compromiso serio, por ejemplo, de arrancarnos de nuestros vicios y pecados para vivir una vida más santa?
¿Sucederá que los que vienen a nuestras fiestas del Cristo les cuesta entender todo ese camino de compromiso y de amor por una vida nueva y distinta? ¿Nos dirán también, no nos compliquen la vida ahora que la cosa no es para tanto, que yo tengo mi fe y a mí no me la van a cambiar ahora?
Fue hermoso que Pedro fuera capaz de confesar su fe en Jesús proclamándolo el Cristo y el Mesías, pero le era más difícil aceptar un camino de entrega y de pasión, un camino de amor hasta el final que le llevar a la muerte y a la resurrección.
Que seamos capaces de confesar valiente e íntegramente nuestra fe en Jesús. Nos lo está planteando hoy el evangelio. Pero que lo hagamos con toda nuestra vida, con una mayor santidad, arrancándonos del pecado, viviendo un compromiso de amor por los demás en medio de la Iglesia y del mundo, que lo testimoniemos con el ejemplo de nuestra vida en los momentos fáciles y de fervor, pero también en los momentos difíciles, que seamos capaces de dar la cara por Cristo y por su Evangelio.

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