Con la Palabra de Dios proclamada nos sentimos alentados y fortalecidos en nuestra fe
Hechos, 5, 27-33; Sal. 33; Jn. 3, 31-36
La Palabra de Dios que se nos proclama y escuchamos
cada día es una palabra viva, llena de vida y que nos da vida. Por la Palabra nos
vamos introduciendo cada vez en el misterio de Dios, porque sólo si El se nos
revela podemos conocerle; pero a través de esa Palabra vamos escuchando también
lo que Dios quiere de nosotros, nos va señalando los caminos de nuestra vida y
cómo hemos de dar respuesta a lo que Dios nos pide; y en la Palabra nos
sentimos alentados en nuestra fe porque nos sentimos amados de Dios que así
quiere revelársenos y estar con nosotros. Con ese gozo, con ese deseo y con esa
esperanza venimos cada día a escuchar la Palabra del Señor.
Es Jesús, verdadero Verbo de Dios, el que nos ayuda a
conocer a Dios, nos revela el misterio
de Dios. Ya nos lo decía El mismo que ‘nadie
conoce al Padre sino el Hijo y nadie conoce al Hijo sino el Padre y aquel a
quien se lo quiere revelar’. Es el Verbo de Dios que está en Dios desde
toda la eternidad pero que viene a nosotros como Palabra, como Revelación que
hemos de escuchar para encontrar así el camino de salvación que Dios quiere
ofrecernos.
De ahí la fe que tenemos que poner en Jesús para
alcanzar la vida eterna. Es lo que nos ha dicho hoy. ‘El que cree en el Hijo posee la vida eterna’. Fue levantado en lo
alto, como Moisés levantó la serpiente en el desierto, para que todo el que
cree en El alcance la vida eterna. Lo
hemos meditado muchas veces, pero estos días en la conversación de Jesús
con Nicodemo lo hemos escuchado una vez más. ‘Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que
ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga vida
eterna’.
La Palabra de Dios que hoy hemos escuchado, como en
todos estos días de Pascua, quiere avivar y alentar nuestra fe. Cuando venimos
a la celebración queremos dar gloria al Señor y cantar su alabanza, queremos
darle gracias por tantos beneficios que de El recibimos – ya es un regalo de
amor que nos ofrezca cada día también la riqueza de su Palabra - y le
presentamos también todas nuestras necesidades y las necesidades del mundo,
pero en nuestra celebración nos sentimos reconfortados en nuestra fe; alimentamos
nuestra fe, nos sentimos fortalecidos para poder hacer con toda seguridad el
camino de nuestra vida cristiana.
El texto que hemos escuchado de los Hechos de los
Apóstoles en la primera lectura eso pretende también, para eso nos vale. Una
vez más escuchamos una confesión de fe, una proclamación de la fe en Cristo
resucitado que Pedro hace valientemente ante el Sanedrín cuando una vez más es
apresado y conducido a presencia del Sumo Sacerdote y el Sanedrín. No pueden
dejar de obedecer a Dios y por eso no pueden dejar de hablar de Jesús, de
confesar y proclamar ante todos la fe que tienen en Jesús. Ellos son testigos
que no pueden callar. El Espíritu Santo está en ellos fortaleciéndoles.
‘El Dios de nuestros
padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. La
diestra de Dios lo exaltó haciéndole jefe y salvador, para otorgarle a Israel
la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y
el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen’. Es la proclamación clara y valiente
que hace Pedro. No se arredra ante las prohibiciones y los obstáculos que le
están poniendo.
Cómo tendría que alentarnos un testimonio así. El mundo
que nos rodea ni cree en Jesús resucitado como nuestro salvador ni quiere
escuchar este mensaje. Más bien muchas veces vamos a encontrar muchos
obstáculos cuando queremos proclamarlo valientemente. Pero ‘somos testigos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le
obedecen’. A nosotros no nos falta tampoco la fuerza y la presencia del
Espíritu Santo en nuestra vida para que tengamos la valentía de proclamar
nuestra fe. Que sintamos en verdad la fuerza del Señor.
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