Sólo descubriendo todo el inmenso amor que Dios nos tiene crecerá más y más nuestra fe
Miqueas, 6, 1-4.6-8; Sal. 49; Mt. 12, 38-42
‘Si no lo veo, no lo creo’, es proverbial recordar esta frase
de Tomás cuando negaba que Jesús hubiera resucitado y pedía pruebas que le
convencieran, sin embargo estuvo abierto a la fe pues cuando se encontró con
Cristo resucitado creyó y no necesitó de aquellas pruebas que pedía.
Pero también es proverbial el decir que no hay peor
sordo que el que no quiere oír ni peor ciego que el que no quiere ver; muchas
veces quizá hemos repetido estas frases ante personas que por más que les
expliquemos las cosas y tengan delante las pruebas no quieren creer. Quizá
serían las más apropiadas para describir la actitud de aquellos escribas y
fariseos que vienen pidiendo una vez más señales a Jesús para creer en El.
‘Maestro, queremos ver
un milagro tuyo’,
le dicen. A estas alturas del evangelio ya han podido contemplar más de un
milagro realizado por Jesús, pero aún piden más. Son como el ciego que no
quiere ver aunque esté viendo porque las cosas están palpables ante sus ojos.
Ya con ocasión del milagro del ciego de nacimiento que Jesús envió a lavarse a
la piscina de Siloé, después de toda la diatriba que se armó Jesús sentenciará
al final: ‘Yo he venido a este mundo para
un juicio: para dar la vista a los ciegos y para privar de ella a los que creen
ver’. Y dice el evangelista que algunos fariseos al escuchar estas palabras
de Jesús le dijeron: ‘¿Acaso también
nosotros estamos ciegos?’ A lo que Jesús les respondió: ‘Si estuvierais ciegos no seríais culpables; pero, como decís que
veis, vuestro pecado permanece’.
Jesús podría haberles replicado a la petición que hoy
le vemos que le hacen haciendo una relación de todos aquellos signos y milagros
que había realizado. Cuando vinieron los discípulos de Juan preguntando en su
nombre si era el que había de venir o habían de esperar a otro, Jesús realizará
milagros en su presencia curando enfermos, y les mandará que le cuenten a Juan
lo que han visto y oído: ‘Los ciegos ven,
los inválidos pueden caminar, los leprosos quedan limpios y los muertos
resucitan’.
Pero es que en los enviados de Juan hay sinceridad en
la petición, en el caso de los fariseos ahora lo que hay es cerrazón en su
corazón. Por eso, la respuesta será distinta. Ahora les va a decir que ellos
van a ser juzgados por aquellos paganos que escucharon la predicación de Jonás
y se convirtieron o por la reina del Sur que vino desde lejanas tierras para
escuchar la sabiduría de Salomón; y como les dice ‘aquí hay uno que es más que Salomón’.
El signo de Jonás será el gran signo, porque es imagen
y es anuncio de lo que será la muerte y la resurrección de Jesús. ‘No se le dará más signo que el del profeta
Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceos; pues
tres días y tres noches estará el Hijo del Hombre en el seno de la tierra’,
en clara alusión a su muerte y resurrección.
Y las gentes de Nínive creyeron la predicación de Jonás y se
convirtieron con sinceridad al Señor. ‘Y
aquí hay uno que es más que Jonás’, les dice.
Pero la pregunta que tenemos que hacernos para nuestra
vida, porque en todo esto hemos de saber hacer una lectura de nuestra vida y de
lo que el Señor quiere decirnos, sería ¿y nosotros creemos? ¿También estaremos
pidiendo signos y señales, milagros a cada momento para creer?
Nuestra fe, por supuesto, no es simplemente cerrar los
ojos y decir sí ciegamente. Claro que surgen dudas en nuestro interior y nos
hacemos también preguntas; es que tenemos que asumir de una forma madura
nuestra fe. Por encima de todo ponemos nuestra confianza en el Señor y creemos
en su Palabra, pero esa Palabra y ese mensaje de salvación que escuchamos hemos
de saberlo rumiar en nuestro interior para hacerlo en verdad vida de nuestra
vida. Tenemos una razón y una inteligencia con la que hemos de saber razonar y
entender bien todo el contenido de nuestra fe.
Pero en el camino de la vivencia de nuestra fe entra
también y de una forma muy importante el corazón. Y digo que entra de forma
importante el corazón en el sentido de que abrirnos al misterio de Dios es
abrirnos a su misterio de amor; será descubriendo todo ese inmenso amor que
Dios nos tiene como crece más y más nuestra fe; abriéndonos a ese misterio de
amor veremos y sentiremos cómo Dios se hace presente en nuestra vida y
llegaremos a descubrir cuántas maravillas realiza cada día en nosotros.
Será así que con toda sinceridad nos acercaremos a
Dios, pero dejaremos que Dios se acerque y penetre en nosotros llenándonos de
su vida y de su amor.
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