La alegoría de la vid y los sarmientos compendio del camino de la espiritualidad cristiana
Gal. 2, 19-0; Sal.33;
Jn. 15, 1-8
Escuchamos en el evangelio la conocida alegoría de la
vid y los sarmientos. Una rica imagen que nos ofrece el evangelio y que me atrevería
a decir que compendia de forma muy hermosa el camino de nuestra espiritualidad.
Es la imagen de la vid que ha de ser cuidada, pero cuyos sarmientos han de
estar profundamente unidos a la cepa, a la vid, porque de lo contrario no
tendrían vida por si mismos ni podrían dar los hermosos frutos que de ellos se
esperarían; pero vid y sarmientos que han de ser bien atendidos y
cuidadosamente podados para quitar lo inservible, lo que le restaría savia y
vida para que puedan producir los mejores frutos.
He dicho que puede ser un hermoso compendio del camino
de nuestra espiritualidad, pero no de una espiritualidad cualquiera sino de
nuestra espiritualidad cristiana. Hay en el corazón del hombre un ansia y una
sed de infinito y de plenitud; sentimos hondamente dentro de nosotros que somos
algo más que materia, porque somos seres espirituales y estamos llamados a
darle una trascendencia a nuestra vida que va más allá de nuestras funciones
corporales y meramente animales, podríamos decir.
Pero ese ser espiritual no lo vivimos nosotros de
cualquier manera; además ser espiritual es algo más que decir que rezamos mucho
porque creemos en Dios, o que le tenemos mucha devoción a los santos y tenemos
muchas imágenes con nosotros, ‘muchos santitos’; tampoco se trata de esas
fuerzas o energías positivas, como se dice ahora, que todos llevamos dentro o
que nos puedan hacer tener como unos poderes especiales. Hoy muchos por ahí nos
hablan de que son muy espirituales, porque creen en las fuerzas de los
espíritus, porque dicen que tienen una energía espiritual o porque dicen que
nos pueden leer la mente o lo que nos ha pasado o nos puede pasar. Hay además
una utilización de muchos signos religiosos cristianos por esas personas para
hacernos creer en sus poderes y hacérsenos pasar por seres espirituales, dándole
un sentido mágico a todo lo religioso y espiritual. Tenemos que tener cuidado
con todas esas cosas que nos crean profunda confusiones.
Hablaba al principio de esa sed de espiritualidad que
hay en el fondo del corazón de todo hombre, de toda persona, pero nosotros
tenemos una fuente que de verdad nos lleva a Dios y a tener una profunda espiritualidad que
nosotros además apellidamos cristiana. Es que en Cristo tenemos el fundamento;
su Palabra es la que de verdad ilumina nuestra vida por dentro y no será un
espíritu como energía que vaga por el mundo quien nos haga crecer
interiormente, sino que es el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que Jesús nos
prometió el que nos va a llenar de esa vida de Dios en quien de verdad va a
encontrar el hombre su plenitud.
Es el Espíritu Santo, el Espíritu divino, no una energía
como si fuera una fuerza que sale de un imán, el que de verdad nos llena de
vida y nos eleva para darle verdadera profundidad a nuestra existencia. Es
necesario, pues, mantener nuestra unión con Dios, con su Espíritu divino, que
es el que nos llena de vida y nos hace tender a lo más grande, a lo más noble,
a lo verdaderamente espiritual.
Jesús nos habla de la necesaria unión de los sarmientos
y la vid, ya lo hemos comentado, que es hablarnos de esa unión con Dios que
mantenemos con nuestra oración, con la escucha de la Palabra de Dios, con la
gracia de los sacramentos que nos hace partícipes de esa vida de Dios. Una
persona verdaderamente espiritual tiene que ser una persona de oración
profunda, que sepa sentir y vivir la experiencia de la presencia de Dios en su
vida; una persona verdaderamente espiritual ha de ser alguien abierto a Dios y
a su Palabra, porque ahí encontrará el camino de su vida y la luz para ese
camino; una persona verdaderamente espiritual es alguien que está en continuo
crecimiento en su interior, pero que le hará purificarse continuamente de todo
aquello que va manchando su vida y que sería una rémora que le impidiera
avanzar hacia Dios.
Es lo que nos ha explicado en las imágenes de la
alegoría de la vid Jesús en el Evangelio. Es lo que nos llevará a que demos
frutos de amor y de santidad en nuestra vida. Una persona impregnada de la
espiritualidad cristiana será siempre una persona que derroche amor, compromiso
por los demás, generosidad, desprendimiento, deseos de bien y de bondad, que se
mostrará siempre sincera y veraz en su vida, que obrará en todo momento con
toda rectitud.
Es que en ese camino de la verdadera espiritualidad
cristiana ya solo viviremos para Dios y dejaremos que Dios habite para siempre
en nuestra vida; más aún, no es nuestra vida, sino que es la vida de Dios que
habita en mí, como nos ha dicho san Pablo.
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