Dios nos sorprende en la ternura de un niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre
Se manifiesta la ternura de Dios; ‘ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los
hombres’; las esperanzas se ven cumplidas; la misericordia de Dios se
derrama sobre toda la humanidad.
‘Encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre…’ Las maravillas de Dios que
sorprenden. ‘Os ha nacido un Salvador: el
Mesías, el Señor’, es el primer anuncio. ¿Cómo lo van a encontrar? Mucho
era lo que habían soñado y esperando la venida del Mesías; con ansias y
esperanzas grandes esperaban el que iba a ser el salvador. Pero no lo van a
encontrar rodeado de ejércitos ni aposentado en un palacio. Un pesebre, un niño
envuelto en pañales. Son las sorpresas de Dios.
Es lo que esta noche a nosotros también nos convoca.
Queremos también llenarnos de esa luz, sentir esa salvación, vivir esa
presencia nueva de Dios en medio de nosotros. ¿Cómo lo vamos a buscar?
Dejémonos sorprender por Dios. Ahí estamos contemplando la ternura de un niño
recién nacido; pero estamos contemplando también la pobreza de un establo.
Cuántas ternuras tenemos que descubrir para
encontrarnos con Dios; cuánta ternura tenemos que poner también en nuestro
corazón. Cuantos pobres y que no tienen ni donde guarecerse pasan a nuestro
lado; descubramos el paso de Dios, pero abramos nuestras puertas; que no se
cierren como las puertas de Belén. Que como los pastores con nuestra pobreza
corramos al encuentro de esa ternura de Dios, de ese Emmanuel que se manifiesta
pobre y recostado entre las pajas de un pesebre.
En la noche se siente el silencio. Hagamos silencio en
el corazón. Que no haya ruidos que nos perturben. Pongamos a un lado incluso aquellas
cosas que nos preocupan. Que nada nos distraiga de lo que el Señor quiere
decirnos en esta noche.
Que sintamos la paz que nos trae Jesús en lo más hondo
del corazón. Descubramos la presencia del Señor en las cosas más sencillas, la
ternura de un niño recién nacido, la pobreza de un establo o las propias
pobrezas de los pastores que corrieron hasta Belén. Que se nos abran los ojos
para ver a Dios. Ya sabemos cómo podemos encontrarlo.
El quiere llegar a nuestra vida en esta navidad para
disipar todas nuestras tinieblas y nuestras dudas, para darnos paz en el
corazón y esperanza en nuestros agobios y luchas. Estemos atentos a su luz; no
nos durmamos, que no nos encandilemos, ni nos confundamos con otras luces que
tratan de distraernos.
Cuando corramos al encuentro de esa ternura que se nos
manifiesta en el niño envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un
pesebre, aprendiendo a olvidar nuestros propios agobios, seguro que se nos va a
manifestar con mayor claridad el misterio de la presencia de Dios en nuestra
vida. Y nos llenaremos de esa nueva alegría y paz que sabe darnos el Señor.
Hagamos silencio para adorar el misterio de Dios que se
nos manifiesta. No será necesario decir muchas cosas. Pongámonos en silencio
ante Dios. Su Palabra eterna se hace carne, acampa, pone su tienda entre
nosotros, nos habla al corazón. Siempre será palabra de Vida porque El es la
Vida. Adoremos y demos gracias. La noche de las tinieblas se llenará de luz.
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