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jueves, 25 de diciembre de 2014

Dios nos sorprende en la ternura de un niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre

Dios nos sorprende en la ternura de un niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre

 ‘Habitaban tierras de sombras… caminaban en tinieblas… una luz les brilló… el pueblo vio una luz grande…’ Es la noche de Belén; es la noche de la historia; es la noche de la humanidad; son las tinieblas de nuestros males y pecados, pero una luz comenzó a brillar con un especial resplandor en medio de esas sombras, de esas tinieblas, de esa noche. Pero es la noche de Belén que se llena de luz; es la noche de la humanidad que se ilumina como el día porque el Sol que viene de lo alto ha comenzado a brillar en medio de la humanidad. Es Navidad.
Se manifiesta la ternura de Dios; ‘ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres’; las esperanzas se ven cumplidas; la misericordia de Dios se derrama sobre toda la humanidad.
‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre…’ Las maravillas de Dios que sorprenden. ‘Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor’, es el primer anuncio. ¿Cómo lo van a encontrar? Mucho era lo que habían soñado y esperando la venida del Mesías; con ansias y esperanzas grandes esperaban el que iba a ser el salvador. Pero no lo van a encontrar rodeado de ejércitos ni aposentado en un palacio. Un pesebre, un niño envuelto en pañales. Son las sorpresas de Dios.
Es lo que esta noche a nosotros también nos convoca. Queremos también llenarnos de esa luz, sentir esa salvación, vivir esa presencia nueva de Dios en medio de nosotros. ¿Cómo lo vamos a buscar? Dejémonos sorprender por Dios. Ahí estamos contemplando la ternura de un niño recién nacido; pero estamos contemplando también la pobreza de un establo.
Cuántas ternuras tenemos que descubrir para encontrarnos con Dios; cuánta ternura tenemos que poner también en nuestro corazón. Cuantos pobres y que no tienen ni donde guarecerse pasan a nuestro lado; descubramos el paso de Dios, pero abramos nuestras puertas; que no se cierren como las puertas de Belén. Que como los pastores con nuestra pobreza corramos al encuentro de esa ternura de Dios, de ese Emmanuel que se manifiesta pobre y recostado entre las pajas de un pesebre.
En la noche se siente el silencio. Hagamos silencio en el corazón. Que no haya ruidos que nos perturben. Pongamos a un lado incluso aquellas cosas que nos preocupan. Que nada nos distraiga de lo que el Señor quiere decirnos en esta noche.
Que sintamos la paz que nos trae Jesús en lo más hondo del corazón. Descubramos la presencia del Señor en las cosas más sencillas, la ternura de un niño recién nacido, la pobreza de un establo o las propias pobrezas de los pastores que corrieron hasta Belén. Que se nos abran los ojos para ver a Dios. Ya sabemos cómo podemos encontrarlo.
El quiere llegar a nuestra vida en esta navidad para disipar todas nuestras tinieblas y nuestras dudas, para darnos paz en el corazón y esperanza en nuestros agobios y luchas. Estemos atentos a su luz; no nos durmamos, que no nos encandilemos, ni nos confundamos con otras luces que tratan de distraernos.
Cuando corramos al encuentro de esa ternura que se nos manifiesta en el niño envuelto en pañales y recostado entre las pajas de un pesebre, aprendiendo a olvidar nuestros propios agobios, seguro que se nos va a manifestar con mayor claridad el misterio de la presencia de Dios en nuestra vida. Y nos llenaremos de esa nueva alegría y paz que sabe darnos el Señor.
Hagamos silencio para adorar el misterio de Dios que se nos manifiesta. No será necesario decir muchas cosas. Pongámonos en silencio ante Dios. Su Palabra eterna se hace carne, acampa, pone su tienda entre nosotros, nos habla al corazón. Siempre será palabra de Vida porque El es la Vida. Adoremos y demos gracias. La noche de las tinieblas se llenará de luz.

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