Dispuestos como Jesús al anuncio del Reino dando señales con nuestras obras
Oseas, 8, 4-7.11-13; Sal. 113; Mt. 9, 32-38
Jesús recorría incansablemente todos los rincones de Palestina. Había comenzado invitando a la conversión porque llegaba el Reino de Dios y había que creer de corazón en El. ‘Creed en la Buena Noticia, en el Evangelio’, repetía. Ahora ‘va anunciando el Evangelio del Reino enseñando en las sinagogas’ y en todo lugar en donde tenga oportunidad y manifiesta las señales del Reino de Dios que llega ‘curando todas las enfermedades y dolencias’.
Hoy le contemplamos curando a un mudo ‘y el mudo habló’ produciendo la controversia porque mientras la gente sencilla se admiraba de sus obras, los fariseos lo atribuían al poder del príncipe de los demonios. Pero lo importante era como Jesús iba abriendo los oídos y los corazones para que las gentes escucharan y acogieran la Palabra de Dios. Como siempre la semilla unas veces caerá en buena tierra y otras veces caerá en tierra endurecida o llena de malezas.
Pero allí se iba manifestando continuamente el amor del Señor. Jesús era la gran señal, el gran signo-sacramento visible del amor de Dios para todos nosotros. ‘Tanto amó Dios al mundo…’ que tantas veces hemos escuchado. Pero allí se iba manifestando la ternura y la compasión del corazón de Cristo. Contemplaba las multitudes ansiosas y hambrientas de esperanza y Jesús sentía compasión por ellos. ‘Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’.
Nos va enseñando muchas cosas este sencillo evangelio que estamos comentando. Nos hace preguntarnos por dentro muchas cosas en relación a la acogida que nosotros vamos haciendo del Evangelio del Reino de Dios en nuestra vida. No es sólo que sintamos admiración, sino que seamos esa buena tierra que acoja la semilla de la Palabra de Dios dejando que se plante en nuestra vida y llegue a dar fruto.
Es sentir también que Jesús va llegando a nuestra vida, tan llena de agobios, sufrimientos, desalientos y desesperanzas, carencias y al mismo tiempo apegos y sentir cómo el Señor quiere irnos liberando de todas esas cosas, transformando nuestro corazón, dándole nueva vida y nueva esperanza. Quiere Jesús abrirnos los oídos para que escuchemos su Palabra pero también nuestros labios para que la anunciemos. Quiere poner esperanza y amor en nuestro corazón no solo para nos sintamos nosotros distintos sino para que también la transmitamos a los demás, para que contagiemos de ese amor a los que están a nuestro lado.
Contemplando el corazón compasivo y misericordioso de Cristo aprendamos a tener nosotros un buen corazón para con los demás y no seamos insensibles ante el sufrimiento o la desesperanza que tienen tantos a nuestro alrededor y comencemos a ser solidarios de verdad porque solo desde el amor redimiremos el mundo, lograremos transformarlo para que sea más humano, para que sea mejor y todos seamos más felices.
Jesús termina hoy en este texto del evangelio invitándonos a mirar con nuevos ojos al mundo que nos rodea y veamos la inmensa mies que necesita trabajadores, que necesita pastores que guíen a esas almas al encuentro con el Señor. ‘Entonces dijo a sus discípulos: la mies es abundante y los trabajadores son pocos. Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies’.
Es la oración, sí, que hacemos, que tenemos que hacer por las vocaciones, para que sean muchos los llamados que respondan a esa invitación del Señor y le sigan en esa hermosa tarea del pastoreo del pueblo de Dios. Pero al tiempo que oramos por esas intenciones, se me ocurre pensar en algo más. ¿Qué estaríamos nosotros dispuestos a hacer para contribuir a ese anuncio del evangelio, a esa acción pastoral de la Iglesia? ¿No nos pedirá a nosotros también que echemos una mano, que nosotros también podemos hacer no solo algo sino mucho en esa labor? ¿Qué me pedirá el Señor? ¿Qué respuesta estoy dispuesto a dar?
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