Oramos por los difuntos con la
esperanza de que su morir ha sido pasar a sentir y a vivir el amor y la ternura
de Dios para siempre
Lam. 3,17 - 26; Sal. 129; Rm. 6, 3-9; Jn. 14, 1-6
Ayer celebrábamos la fiesta de todos los Santos, de
todos aquellos que gozan ya para siempre de la visión de Dios cantando
eternamente las alabanzas del Señor; celebrábamos a aquellos que por su vida
santa y de fidelidad son para nosotros ejemplo y estímulo en nuestro peregrinar
por este mundo con la esperanza puesta en el cielo y que nos confiábamos a si
intercesión para que alcanzáramos de Dios esa gracia que nos haga pregustar ya
aquí en la tierra ese amor gratuito de Dios sintiéndonos así impulsados a vivir
en santidad, en fidelidad.
Hoy la liturgia de la Iglesia nos invita a hacer esta
conmemoración de todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección,
de todos los que han muerto en la misericordia del Señor pidiendo que sean
admitidos por esa benevolencia y
misericordia divina a contemplar la luz del rostro de Dios.
Siempre la oración de la Iglesia por los difuntos está
marcada por la esperanza, nunca desde un dolor lleno de amargura y
desesperación, porque por encima de todo confiamos en la misericordia del
Señor. Creo que esto tenemos que subrayarlo mucho, porque aun en personas muy
religiosas nos encontramos muchas veces amargura y desesperación a la hora de
la muerte de los seres queridos, como si en verdad no se tuviera esperanza,
como si no pusiéramos toda nuestra confianza en las palabras de Jesús. Y esa amargura
que sentimos en el dolor de la muerte de los seres queridos, se convierte en
miedo y desesperación muchas veces ante lo que puede significar nuestra propia
muerte.
En la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado en
el texto de las Lamentaciones se nos comenzaba describiendo esa zozobra que se
pasa en el alma en el dolor y sufrimiento y ante la muerte, aunque el profeta quería
describir la situación por la que había pasado el pueblo de Israel al verse
destruido y llevado al exilio. Hoy escuchamos este texto como una luz desde la
Palabra de Dios ante la situación de dolor y sufrimiento, como decíamos, ante
la muerte. ‘Me han arrancado la paz… se
me acabaron las fuerzas… fíjate en mi pesar, en la amarga hiel que me envenena…
me invade el abatimiento…’
Pero todo no se queda ahí, porque a pesar del dolor
fuerte por el que se está pasando hay una esperanza que dulcifica ese dolor y
nos da un sentido nuevo a nuestro vivir y morir. ‘Pero, apenas me acuerdo de ti, me lleno de esperanza. La misericordia
de Señor nunca termina y nunca se acaba su compasión…’ El amor, la ternura
de Dios, la compasión y la misericordia no se acaban. Es lo que nos da sentido
y nos da fuerza. Hemos de saber experimentar que Dios nos ama y es tierno como
una madre.
Amor y ternura de Dios que hemos de saber saborear
ahora mientras caminamos en esta vida peregrinos en el mundo, pero amor y
ternura de Dios que podemos experimentar y saborear para siempre después de la
muerte en la vida eterna. Alguien ha dicho que morir es pasar a sentir y a
vivir para siempre el amor y la ternura de Dios. Siendo esto así, ¿caben
amarguras y desesperanzas ante la muerte? ¿caben miedos y temores ante el hecho
de la misma muerte que un día nos ha de llegar? Vamos a disfrutar de ese amor y
ternura de Dios para siempre.
¿No hemos escuchado en el evangelio las palabras de
Jesús que nos hablaba de que iba a prepararnos sitio? ‘No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa
de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os
prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis
también vosotros’. Por eso ponemos toda nuestra fe en El y nuestro corazón
se llena de esperanza. Quiere el Señor que donde esté El, estemos también
nosotros. Y como nos iba diciendo en el Evangelio El se volvía al Padre; así
nos quiere llevar con El, que estemos con El, que estemos entonces gozando de
la visión de Dios. ¿Y qué es disfrutar de la visión de Dios sino sentirnos
inundados de su luz, de su amor, de su ternura para siempre? ¿Qué más podemos
pedir?
Recordemos también lo que nos decía ayer la carta de
san Juan cuando nos hablaba de la gracia de ser y sentirnos hijos de Dios. ‘Ahora somos hijos de Dios y aun no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando El se manifieste, seremos
semejantes a El, porque le veremos tal cual es’. Cuando se nos descorra ese
velo en la hora de nuestra muerte nos haremos en su ternura y amor semejantes a
El, porque le veremos tal cual es, porque podremos disfrutar para siempre de
esa visión de Dios.
Todo esto que estamos reflexionando llena de sentido
nuestra vida, no solo de cara a ese momento de la muerte, aunque ya es muy
importante que descubramos esa trascendencia de nuestra vida y lo que nos
espera detrás del umbral de la muerte, sino también para vivir el momento
presente de nuestra vida. Quien tiene esta fe en el Señor no puede vivir de
cualquier manera; un sentido nuevo tiene su vivir, el camino que ahora vamos
haciendo. No es solo ya que no miremos la muerte como un destino final detrás
del cual no hay nada, sino que hemos de aprender a vivir este camino desde lo
que Jesús nos revela para saborear y disfrutar del amor de Dios ahora en el
momento presente y luego en plenitud de eternidad unidos a Dios para siempre.
‘A donde yo voy, ya
sabéis el camino’,
les dice Jesús. Pero ya vemos que por allá sale uno de los discípulos replicándole:
‘Señor, no sabemos adonde va, ¿cómo
podemos saber el camino?’ Pueden ser las dudas que también permanezcan en
nuestro interior cuando no escuchamos con toda atención las palabras de
Jesús. Pueden ser las dudas de tantos
que no terminan de empaparse del evangelio y que no han descubierto todavía
toda la verdad de Jesús.
Ya vemos cómo responde Jesús. ‘Yo soy el Camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por
mí’. Qué importante que descubramos esto. Es Jesús nuestro camino, nuestra
verdad, nuestra vida. Lo es todo para nosotros. Cuanto nos cuesta descubrirle y
seguirle; cuánto nos cuesta hacerle el sentido y la razón de nuestra vida;
cuanto nos cuesta vivirle. Serán las tentaciones; serán nuestras debilidades;
será el mundo de increencia que nos rodea y que nos contagia; será la falta de
esperanza. Conozcamos a Jesús, amemos a Jesús, vivamos a Jesús.
Ayer decíamos que contemplábamos a los santos que son
para nosotros estímulo y ejemplo. Fijémonos cuánto amaban a Jesús y la
fidelidad con que vivían su vida. Por eso lo contemplábamos ya disfrutando de
esa visión de Dios, viviendo ese amor y esa ternura de Dios cantando su alabanza
por toda la eternidad. Es lo que tenemos que aprender a hacer ahora aquí
mientras caminamos. Es a lo que nos impulsa la esperanza que nace en nuestro
corazón desde toda la verdad que Jesús nos trasmite sobre el sentido de la vida
y de la muerte.
Hoy nos estamos haciendo estas consideraciones en esta
conmemoración que hacemos de todos los difuntos, y por supuesto, recordamos de manera especial
a nuestros difuntos, a nuestros seres queridos que murieron en el Señor, en la
esperanza de la vida eterna. Esperamos y deseamos que vivan ya para siempre en
ese amor y esa ternura de Dios, como decíamos antes.
Pero hoy nosotros tenemos que convertirnos en Iglesia
suplicante, en Iglesia que intercede por sus difuntos ante Dios para que
alcancen esa misericordia del Señor encontrando la paz, la luz, la vida de Dios
para siempre. Es lo que ha de significar para el cristiano esta conmemoración
de los difuntos que hacemos en este día. No son solo recuerdos que tengamos de
ellos; es bueno recordarlos, sí, y recordar y dar gracias a Dios por todo lo
bueno que con ellos vivimos y de ellos aprendimos.
Pero sabemos que somos pecadores y necesitamos de la misericordia
de Dios, por eso no es solo un recuerdo, un regalo de unas flores que pongamos
en su memoria, sino la oración que por ellos hacemos. Nunca, como decíamos al
principio, desde la amargura y desesperanza, sino siempre desde nuestra fe y la
esperanza que hemos puesto en el Señor. ‘Apenas
me acuerdo de ti, me lleno de esperanza’, que decía el autor de las
lamentaciones. Porque ‘La misericordia de
Señor nunca termina y nunca se acaba su compasión…’ Con esa esperanza
elevamos nuestra oración al Señor por todos nuestros difuntos.
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