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jueves, 27 de julio de 2023

Escuchemos esas campanas que nos hablan de Dios, son sonidos maravillosos que Dios hace llegar a los oídos de nuestro corazón y que nos hacen encontrarnos con El

 


Escuchemos esas campanas que nos hablan de Dios, son sonidos maravillosos que Dios hace llegar a los oídos de nuestro corazón y que nos hacen encontrarnos con El

Éxodo 19,1-2.9-11.16-20b; Dn 3,52.53.54.55.56; Mateo 13,10-17

Como solemos decir, oímos campanas y no sabemos donde. En otros tiempos en que no había tanto sonido o tanto ruido en el ambiente en nuestros campos oímos campanas en la lejanía y pronto percibíamos que es lo que nos estaban anunciando, ya fuera el toque de oración, la muerte de algún vecino, o la llegada del tiempo de las fiestas. Hoy hemos perdido la percepción del sentido de los toques de las campanas y además aunque oigamos no escuchamos para poder percibir el sentido de lo que se nos anuncia. Oíamos el toque de la campana y nos decíamos unos a otros, escucha y se hacia silencio para poder escuchar de verdad los sonidos que nos hablaban.

Una imagen que nos puede hablar mucho de lo que nos sucede hoy, pero también de aquello a la que Jesús está haciendo referencia, cuando le preguntan por qué les habla en parábolas. Ya también iban perdiendo es capacidad de escucha a la voz de Dios que les hablaba, y les sucedía como nos sucede también muy fuertemente hoy que no somos capaces de percibir esa voz de Dios que nos habla desde la naturaleza o nos habla de los acontecimientos que nos suceden a nosotros o en nuestro entorno. Todo hoy quizás nos lo queremos explicar científicamente y ya no somos capaces ni de percibir el misterio ni de ser capaces de elevar nuestro espíritu para ver más allá de lo que los sentidos nos pueden señalar.

Jesús les recuerda las palabras de Isaías: ‘Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure’.

Así nos sigue sucediendo, oímos, miramos, pero ni somos capaces de escuchar ni somos capaces de entender. Nos hemos insensibilizado para muchas cosas, hemos perdido un sentido espiritual de la existencia, todo lo convertimos en materia, o lo queremos convertir en ganancias pero que las reducimos a lo material; ya ni somos capaces de disfrutar de lo que vivimos, de esas cosas sencillas de nuestra vida, a las que no damos importancia y las pasamos por alto, no sabemos valorar porque hemos llenado la vida – y valga la incongruencia – de vacío. Hay una riqueza espiritual que nada tiene que ver con lo que resuena en nuestros bolsillos, ni con lo abultado de los números de nuestras cartillas bancarias, ni con aquellos oropeles con los que queremos envolvernos llenos de vanidad para dar una apariencia de lo que en realidad no somos.

Necesitamos de nuevo aprender la cartilla para que aprendamos a leer la vida; buscar el diapasón que afine nuestros oídos y que les dé sensibilidad  para sintonizar con lo espiritual; darle hondura a nuestra vida para que nuestras raíces lleguen a esos nutrientes que de verdad nos van a fortalecer el corazón; aprender a prestar atención alejándonos de los ruidos que nos perturbar porque será la manera de escuchar ese susurro de Dios; ponernos en el lugar adecuado para que cuando pase esa suave brisa como le sucedía al profeta en la montaña darnos cuenta que ahí está Dios.

Escuchemos esas campanas que nos hablan de Dios, son sonidos maravillosos que Dios hace llegar a los oídos de nuestro corazón y que nos hacen encontrarnos con El. Podremos decir al final, ‘¡Bendito eres, Señor, en el templo de tu santa gloria!

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