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miércoles, 21 de diciembre de 2022

La visita de María a Isabel nos recuerda la visita de Dios hoy y aquí a nosotros, corramos los velos de desconfianza, abramos las puertas del amor, viene Dios

 


La visita de María a Isabel nos recuerda la visita de Dios hoy y aquí a nosotros, corramos los velos de desconfianza, abramos las puertas del amor, viene Dios

Cantar de los Cantares 2, 8-14; Sal 32; Lucas 1, 39-45

Es un gozo abrir las puertas de nuestra casa para recibir a alguien que viene a visitarnos. Quien nos visita se dice honrado porque le abramos las puertas de nuestro hogar, pero decimos también que nos sentimos honrados cuando recibimos a alguien en nuestra casa. Hay visitas que pudieran ser sorpresa y puedan sorprendernos quizá, no lo esperábamos, nos sentimos privilegios con su elección, ponemos de nuestra parte lo mejor para ofrecer la mejor hospitalidad.

Visitas que son como una corriente de aire fresco que nos traen alegría y que despiertan en nosotros los mejores sentimientos; son un regalo para nosotros, de alguna manera nos despiertan a la vida, nos ponen a prueba nuestro amor y nuestra capacidad de acogida, hacen brotar en nosotros las mejores flores, el mejor perfume, los valores mas preciosos para quien llega a nosotros. Hay un hermoso intercambio, corrientes de aire fresco, perfume que todo lo suaviza y hace todo lo más agradable posible.

Una suave brisa llegada de las montañas y valles de Galilea llegó aquella mañana a las montañas de Judea haciendo surgir los mejores perfumes y los mejores cánticos de alabanza. Llegaba María, y bien sabemos quien iba en el seno de María, a visitar a su prima Isabel tras los anuncios celestiales que habían envuelto ambas casas.

Se despertaba la vida y se despertaba el amor, torrentes de cielo inundaban aquel hogar en el que también reinaba Dios, surgen los cánticos de alegría y alabanza, y hasta la criatura que Isabel llevaba en su seno rebosa de gozo saltado de alegría en el seno de su madre, llenándose también del Espíritu según se escuchaban las palabras de saludo de María.

Sorprendida Isabel con la visita de su prima venida desde la lejana Galilea se deja conducir por el Espíritu de Dios para reconocer que quien venía a visitarla no era solo su prima sino que con ella venía Dios, porque ella era la Madre del Señor. Un primer reconocimiento de la grandeza de María que humilde se siente sobrepasada por cuantos acontecimientos en ella se estaban produciendo estos días desde la visita del Ángel en Nazaret. Y María es dichosa en su fe y por su fe, como lo reconoce Isabel, porque cuando le ha dicho el Señor se cumplirá. Aquella era la visita de Dios, como más tarde reconocerá también Zacarías, porque el Dios bendito ha venido a visitar a su pueblo.

Es lo que vamos a tener muy presente en este día cuando ya está inmediata la Navidad porque también nosotros vamos a recibir la visita de Dios. Aquellos sentimientos, aquellas nuevas actitudes, aquella sorpresa que se convertirá en reconocimiento y en alabanza aquella mañana en aquella ciudad de la montaña de Judea, son de los que nosotros tenemos que llenarnos para vivir con intensidad esa visita de Dios en el hoy de nuestra vida y de nuestra historia que tiene que significar la navidad que vamos a celebrar.

Dios viene a nosotros, lo reconoceremos en el Niño recostado entre pajas que contemplaremos en Belén, pero Dios viene a nosotros y tenemos que saber descubrir las señales de su presencia en el hoy de nuestra vida.

Es la visita de Dios hoy a nosotros, está tocando a nuestra puerta, a la puerta de nuestro corazón; nos cuesta reconocerle en quien pasa a nuestro lado, llega a nuestra puerta, o nos está tendiendo la mano de alguna manera en la petición, en la súplica, en las palabras, en la mirada, en los gestos de esos con los que nos vamos encontrando todos los días. Descubramos esa visita de Dios; quitemos los velos de nuestros ojos de nuestros prejuicios, de nuestras desconfianzas o de nuestros miedos a abrir la puerta.

No podemos dejar que Dios en su visita pase de largo.

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