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martes, 27 de diciembre de 2022

Una sintonía disponible en el corazón, la sencillez de los pastores, la disponibilidad de Juan que nos hacen correr al encuentro con Jesús

 


Una sintonía disponible en el corazón, la sencillez de los pastores, la disponibilidad de Juan que nos hacen correr al encuentro con Jesús

1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 1a. 2-8

Hay días que son de especiales carreras. Y no quiero referirme ahora aquí a esos días llenos de agobios que tenemos que hacer muchas cosas y parece que el tiempo no nos da para nada y se nos va escurriendo entre los dedos como agua que queremos abarcar con nuestras manos. Podríamos referirnos a ello pero me refiero más a esos días que son de encuentro; buscamos algo con mucha ansia e ilusión, sabemos donde podemos encontrarlo y allá corremos antes de que llegue nadie para poder recogerlo para nosotros; son esos momentos en que estamos esperando a alguien que significa mucho para nosotros y salimos a su encuentro y parece que acercándonos por el camino más pronto lo encontraremos y correremos a sus brazos tan pronto vemos como se acerca; me vais a permitir no solo pensar en las personas, sino en el animalito que tenemos en casa como mascota y compañía y que está ansioso esperando a que lleguemos y sale a nuestro encuentro y se tira a nuestros brazos, aunque sea poco el tiempo en que hayamos estado ausentes, y no digamos cuando la tardanza ha sido mucha.

Corremos a buscar, corremos al encuentro, deseamos estar con quien es un regalo para nuestra vida, nos cuesta la lejanía o la ausencia de aquella persona a la que tenemos especial aprecio y amamos, salimos a la búsqueda o corremos al encuentro. Experiencias hermosas, momentos emotivos, búsquedas ansiosas y llenas de curiosidad por aquello que nos anuncian como algo hermoso para nuestra vida, ráfagas de luz y de esperanza que nos hacen estar atentos y vigilantes, deseos de lo mejor en ese encuentro que preparamos con ilusión y con mucha esperanza.

No hace mucho hemos escuchado en el evangelio hablarnos de las carreras de los pastores de Belén ansiosos de encontrarse con quien les había anunciado el ángel; para ellos no hubo dificultad en la oscuridad de la noche, o el desconocimiento exacto del lugar donde encontrarían aquel niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre que les había anunciado el ángel. Tuvieron la intuición de encontrar pronto el camino y allí los contemplaremos en la presencia de aquel recién nacido contando todo cuanto les habían anunciado y contemplado. Estaban llenos de alegría, nos dirá el evangelista, dando gloria a Dios.

Hoy el evangelio nos habla de otras carreras. Otras eran las circunstancias que habían llegado de inquietud y hasta de angustia a los discípulos de Jesús, que tres días antes había sufrido la pasión y había sido crucificado. En el sepulcro habían depositado su cuerpo y en la espera, en cierto modo angustiosa, estaban por lo sucedido y por lo que podría suceder. Habían vuelto las mujeres que temprano habían ido al sepulcro con los buenos deseos de embalsamar el cuerpo difunto de Jesús, pero se habían encontrado la piedra corrida, no estaba el cuerpo de Jesús allí y una aparición de ángeles les habían dicho que había resucitado.

Ante las noticias que llegan serán dos de los discípulos los que saldrán disparados en carrera hasta el sepulcro. Aquel discípulo que era más joven había llegado primero pero había tenido la deferencia de esperar a que llegara Pedro y entrara primero para inspeccionar el sepulcro. Estaba vacío como habían dicho las mujeres, las vendas tendidas por doquier pero el sudario bien envuelto estaba en un lugar aparte. Juan también había entrado, y nos dice él mismo en el evangelio que ‘vio y creyó’. Había sido también una carrera porque era necesario encontrar a Jesús, y aunque allí ya no estaba sin embargo la fe se había despertado en su corazón. Seguro que a la vuelta de nuevo hasta el cenáculo una alegría nueva llevaba en el corazón.

Los pastores cuando vieron lo anunciado por los ángeles creyeron; Juan cuando contempla el sepulcro vacío también creyó. El corazón de los pastores pobres y desprendidos de todo estaba dispuesto para creer en los misterios grandes de Dios que solo se revelan a los sencillos. El corazón de Juan que se había vaciado de si mismo porque solo se había llenado de la música del amor era capaz de sintonizar con el corazón de Cristo, sobre el que se había incluso recostado en la última cena y ahora sintonizaba con el misterio que se le revelaba en hechos que podían parecer incomprensibles, pero que solo desde la sintonía del amor podemos llegar a comprender y creer.

¿Seremos capaces nosotros de correr así al encuentro de Cristo, al encuentro de Dios que viene a nosotros? Pero ya sabemos cual es la sintonía que hemos de tener disponible en nuestro corazón, la de la sencillez de los pastores, la de la disponibilidad de Juan, a quien hoy estamos celebrando, la del amor verdadero que podría sintonizar con lo que es el amor de Dios.

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