Una
sintonía disponible en el corazón, la sencillez de los pastores, la
disponibilidad de Juan que nos hacen correr al encuentro con Jesús
1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 1a. 2-8
Hay días que
son de especiales carreras. Y no quiero referirme ahora aquí a esos días llenos
de agobios que tenemos que hacer muchas cosas y parece que el tiempo no nos da
para nada y se nos va escurriendo entre los dedos como agua que queremos
abarcar con nuestras manos. Podríamos referirnos a ello pero me refiero más a
esos días que son de encuentro; buscamos algo con mucha ansia e ilusión,
sabemos donde podemos encontrarlo y allá corremos antes de que llegue nadie
para poder recogerlo para nosotros; son esos momentos en que estamos esperando
a alguien que significa mucho para nosotros y salimos a su encuentro y parece
que acercándonos por el camino más pronto lo encontraremos y correremos a sus
brazos tan pronto vemos como se acerca; me vais a permitir no solo pensar en
las personas, sino en el animalito que tenemos en casa como mascota y compañía
y que está ansioso esperando a que lleguemos y sale a nuestro encuentro y se
tira a nuestros brazos, aunque sea poco el tiempo en que hayamos estado
ausentes, y no digamos cuando la tardanza ha sido mucha.
Corremos a
buscar, corremos al encuentro, deseamos estar con quien es un regalo para
nuestra vida, nos cuesta la lejanía o la ausencia de aquella persona a la que
tenemos especial aprecio y amamos, salimos a la búsqueda o corremos al
encuentro. Experiencias hermosas, momentos emotivos, búsquedas ansiosas y
llenas de curiosidad por aquello que nos anuncian como algo hermoso para
nuestra vida, ráfagas de luz y de esperanza que nos hacen estar atentos y
vigilantes, deseos de lo mejor en ese encuentro que preparamos con ilusión y
con mucha esperanza.
No hace mucho
hemos escuchado en el evangelio hablarnos de las carreras de los pastores de
Belén ansiosos de encontrarse con quien les había anunciado el ángel; para
ellos no hubo dificultad en la oscuridad de la noche, o el desconocimiento
exacto del lugar donde encontrarían aquel niño envuelto en pañales y recostado
en un pesebre que les había anunciado el ángel. Tuvieron la intuición de
encontrar pronto el camino y allí los contemplaremos en la presencia de aquel recién
nacido contando todo cuanto les habían anunciado y contemplado. Estaban llenos
de alegría, nos dirá el evangelista, dando gloria a Dios.
Hoy el
evangelio nos habla de otras carreras. Otras eran las circunstancias que habían
llegado de inquietud y hasta de angustia a los discípulos de Jesús, que tres
días antes había sufrido la pasión y había sido crucificado. En el sepulcro
habían depositado su cuerpo y en la espera, en cierto modo angustiosa, estaban
por lo sucedido y por lo que podría suceder. Habían vuelto las mujeres que
temprano habían ido al sepulcro con los buenos deseos de embalsamar el cuerpo
difunto de Jesús, pero se habían encontrado la piedra corrida, no estaba el
cuerpo de Jesús allí y una aparición de ángeles les habían dicho que había
resucitado.
Ante las
noticias que llegan serán dos de los discípulos los que saldrán disparados en
carrera hasta el sepulcro. Aquel discípulo que era más joven había llegado
primero pero había tenido la deferencia de esperar a que llegara Pedro y
entrara primero para inspeccionar el sepulcro. Estaba vacío como habían dicho
las mujeres, las vendas tendidas por doquier pero el sudario bien envuelto
estaba en un lugar aparte. Juan también había entrado, y nos dice él mismo en
el evangelio que ‘vio y creyó’. Había sido también una carrera porque era
necesario encontrar a Jesús, y aunque allí ya no estaba sin embargo la fe se
había despertado en su corazón. Seguro que a la vuelta de nuevo hasta el
cenáculo una alegría nueva llevaba en el corazón.
Los pastores
cuando vieron lo anunciado por los ángeles creyeron; Juan cuando contempla el
sepulcro vacío también creyó. El corazón de los pastores pobres y desprendidos
de todo estaba dispuesto para creer en los misterios grandes de Dios que solo
se revelan a los sencillos. El corazón de Juan que se había vaciado de si mismo
porque solo se había llenado de la música del amor era capaz de sintonizar con
el corazón de Cristo, sobre el que se había incluso recostado en la última cena
y ahora sintonizaba con el misterio que se le revelaba en hechos que podían
parecer incomprensibles, pero que solo desde la sintonía del amor podemos
llegar a comprender y creer.
¿Seremos
capaces nosotros de correr así al encuentro de Cristo, al encuentro de Dios que
viene a nosotros? Pero ya sabemos cual es la sintonía que hemos de tener
disponible en nuestro corazón, la de la sencillez de los pastores, la de la disponibilidad
de Juan, a quien hoy estamos celebrando, la del amor verdadero que podría
sintonizar con lo que es el amor de Dios.
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