El
camino de Belén no está tan lejos del camino del Calvario, porque ambos son
caminos de pascua porque son caminos de fidelidad y amor
Hechos de los apóstoles 6, 8-10; 7, 54-59;
Sal 30; Mateo 10, 17-22
Quizás a
alguien podría parecer en cierto modo incongruente que cuando ayer todo
resplandecía de luz, todo era alegría y fiesta en la celebración del nacimiento
del Señor hoy nos aparezca la liturgia con vestiduras rojas, como manchadas de
sangre, pues nos están hablando de muerte y de martirio en esta fiesta que hoy
celebramos de san Esteban el primer mártir del cristianismo.
¿Qué nos
querrá decir la liturgia de la Iglesia con esta celebración? Decir claramente
que nos está recordando que el camino de Belén no está lejos del camino del
calvario, que ya en el mismo camino de Belén estamos viendo un camino de
sacrificio y privaciones, cuando la familia de Nazaret tiene que abandonar su
hogar para cumplir con el capricho del poderoso de hacer un censo y se traslada
hasta Belén; pero allí no terminan esos momentos duros, porque no habrá sitio
para ellos en la posada y tendrán que guarecerse en un establo donde ha de
nacer Jesús, pobre entre los pobres; serán unos pobres pastores los que acudan
hasta aquel niño envuelto en pobres pañales y recostado entre las pajas de un
pesebre para hacer el primer reconocimiento pascual de quien es aquel recién
nacido.
Es el camino
que escogió Dios para hacerse presente entre nosotros los hombres y no podía
ser ajeno al sufrimiento de los humanos cuando Dios se encarnó para hacerse
como nosotros y emprender un camino de amor que condujera hasta la vida. Es
también nuestro camino, no exento de sufrimiento y de dolor, pero un camino
donde aprenderemos de aquel niño nacido en Belén que el amor más grande es el
del que da la vida por aquellos a los que ama.
Es un camino
de Pascua. ¿No decimos también estos cuando nos felicitamos también ‘felices
pascuas’? Es el camino de la felicidad verdadera porque es el único camino que
nos conducirá a la plenitud, es el camino de la fidelidad y del amor. Fiel le
vemos a Dios mismo que al hacerse hombre no renuncia a todos los
condicionamientos que tiene el ser humano que también está lleno de mucho
sufrimiento y de mucho dolor. Pero es por la pascua, porque tendremos que
aprender a realizar ese paso de la muerte a la vida cuando por el amor le demos
sentido a cuanto hacemos, a cuanto vivimos e incluso también a cuanto sufrimos.
Tenemos
nosotros también que asumir la frialdad de esas pajas del pesebre que solo
encontrarán calor en el vaho de los animales que en su entorno también se
refugian. En la vida encontramos espinas incómodas que muchas veces nos hieren
y hacen también brotar la sangre entre nuestros dedos pero vamos buscando la
flor, vamos buscando la rosa, queremos oler su perfume, queremos maravillarnos
de su belleza. Es la vida que tendrá espinas, pero que también tiene el
agradable aroma de los perfumes del amor; es la vida que tiene su belleza y nos
eleva para que aprendamos a degustar lo que verdaderamente da belleza a nuestra
vida.
Hoy contemplamos
el rojo de la sangre que tiñen unos vestidos o que empapan la tierra junto al
caído bajo aquellas piedras. Pero es rojo de vida y de fecundidad, es semilla
que se planta y se entierra para que germine y aunque nos parezca que
desaparece sin embargo hace brotar otra planta, hace brotar otra vida. ¿Seremos
nosotros por nuestra fe ser capaces de ser engendradores de nueva vida porque
somos capaces de mantener la fidelidad hasta el final aunque sea duro?
Esteban murió
perdonando e incluso disculpando, como lo hizo Cristo en la cruz, y poniendo
también su vida en las manos de Dios, en las manos del Padre. ¿Seríamos capaces
de llegar nosotros también hasta ese extremo? El niño que contemplamos en estos
días nacido en Belén llegó a ese extremo, fue el grano de trigo enterrado para
darnos vida. Por eso no podemos olvidar que el camino de Belén no está lejos
del camino de la Pascua. No es tan incongruente celebrar la fiesta del
protomártir al día siguiente del nacimiento de Jesús en Belén.
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