No es
simplemente un espíritu joven lo que nos identifica como cristianos, sino un
nuevo nacimiento que nos hace unos hombres nuevos
Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Salmo 2;
Juan 3, 1-8
¿Siendo viejo se puede a la vez ser
joven? Pudiera parecer a primera vista que es algo incongruente si pensamos en
la vejez como en un número de años acumulados con sus consecuencias y ser joven
es solo la vitalidad que se tiene con un número de años normalmente corto. Sin
embargo muchas veces decimos, y es algo que repetimos los que somos mayores que
tengamos muchos años sin embargo nos sentimos jóvenes, nos sentimos con espíritu
joven por nuestras ganas de vivir; y también es un halago que con facilidad
recibimos de alguien que cuando nos ve nos dice que aun parecemos jóvenes,
halagos que nos agradan aunque reconozcamos nuestras limitaciones por el paso
de los años. Parece un galimatías, pero así son también nuestros lenguajes o
son las apariencias que queremos mostrar en la vida.
Sin embargo hoy Jesús en el evangelio
nos dice algo mucho más atrevido; la ocasión fue la visita que le hace de noche
- ¿por qué iría de noche o en qué oscuridades sentía que se encontraba?
Podríamos preguntarnos – un magistrado judío, perteneciente al Sanedrín como
veremos en otra ocasión, llamado Nicodemo. Algo había encontrado en Jesús que,
aun guardando las apariencias, va a ver a Jesús para escuchar directamente sus
palabras. ‘Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro;
porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él’, es
como el saludo o presentación que hace de si mismo y del reconocimiento en
Jesús de alguna autoridad.
Y Jesús comienza haciendo una
afirmación que resulta fundamental, aunque en principio le cueste interpretar a
quien incluso se consideraba maestro en Israel o al menos perteneciente al
grupo de los que pretendían ser dirigentes del pueblo, por su condición de
magistrado y probablemente maestro de la ley. En verdad, en verdad te digo:
el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios, le dice Jesús.
Habla Jesús de nacer de nuevo. Es lo
que le cuesta entender a Nicodemo. ¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?
¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer? No
es ya aquello con lo que comenzábamos nuestra reflexión de aunque viejos nos
sentimos jóvenes, nos sentimos con espíritu joven; Jesús habla de un nuevo
nacimiento, de un volver a nacer. Está hablándonos Jesús de una radicalidad
esencial para quienes quieren seguirle, para quienes quieren ver, vivir el Reino
de Dios. Ya en otros momentos nos dirá que no podemos andar con componendas,
con remiendos, sino que hemos de buscar un paño nuevo para un vestido nuevo,
unos odres nuevos para un vino nuevo.
En la vida andamos demasiado con
arreglitos, corregimos esto por aquí, enderezamos por allá, pero en el fondo
seguimos siendo los mismos. Pero Jesús nos habla de un hombre nuevo – será
luego san Pablo quien emplee con radicalidad esa expresión – porque es un nuevo
nacimiento. Algo que por nosotros mismos no podremos hacer, porque solo sabemos
hacer, como decíamos, arreglitos. Algo que solo podremos hacer desde la fuerza
del espíritu.
Por eso Jesús nos hablará de un nacer
del agua y del espíritu; algo que hemos convertido en una referencia o un
anuncio a lo que es significa el bautismo en Jesús. ‘En verdad, en verdad te
digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de
Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu’.
El Bautismos en Jesús no es solo lavar lo manchado, el bautismo en Jesús es una
transformación para comenzar a vivir una nueva vida.
Es lo que ahora estamos renovando en la
celebración de la Pascua. Por eso en la noche de la resurrección del Señor,
mientras celebrábamos la vigilia pascual nos llenábamos de signos como la luz y
como el agua. En esa noche se bendecía el agua bautismal para celebrar los
nuevos bautismos, pero era también el agua de la que nos dejábamos bañar para así
recordar de nuevo nuestro bautismo, para hacer una renovación de lo que fue
nuestro compromiso bautismal.
Porque es algo que tenemos que tener
siempre presente; y el signo del agua bautismal nos acompañará en muchas de
nuestras celebración con la aspersión del agua como una purificación antes de
comenzar nuestras celebraciones, que utilizaremos como un signo de bendición
cuando queremos sentir a través de un objeto religioso la presencia de Dios en
nuestra vida, que llevaremos con nosotros no como un amuleto que nos libre de
peligros o de malos espíritus – nunca la podemos utilizar como una superstición
-, y con la que finalmente seremos aspergeados a la hora de nuestra muerte en
nuestra sepultura para recordar que un día recibimos esa agua que nos hizo
hijos de Dios.
No lo olvidemos, no es simplemente un espíritu
joven, sino un nuevo nacimiento que nos hace unos hombres nuevos.
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