En
este domingo de la misericordia sintamos cuan cerca hemos de estar del corazón
de Cristo y llenar de misericordia nuestro corazón y así disfrutaremos de su
paz
Hechos, 5, 12-16; Sal. 117; Apocalipsis, 1,
9-13
Hay momentos, hay ocasiones en que
andamos como nerviosos, inquietos preocupados, los problemas parece que se nos
multiplican, dificultades para salir quizás de hoyos de la vida en que nos
hemos visto metidos, cosas de tiempos pasados cuyos recuerdos se nos hacen
pesarosos, situaciones en las que vemos que no avanzamos como deseamos porque
las pendientes de la vida se nos vuelven montañas a escalar…pero que cambio de
actitudes, de humor, de optimismo incluso si en un momento determinado nos
encontramos con una persona que solo su presencia nos devuelve la paz; nos
sentiremos renacer, con nuevos bríos y entusiasmos, no nos lo podemos callar y
a todos le contamos esa experiencia de encuentro que tanto revalorizó nuestra
vida.
Es la experiencia que se nos ofrece
para vivir en este tiempo de Pascua; es la experiencia vivida por los apóstoles
que allá en el cenáculo estaban encerrados después de todo lo que le había
acontecido a Jesús. No levantaban cabeza, afloraban los miedos y desconfianzas
porque a ellos, que habían estado siempre con Jesús, les podía suceder lo
mismo; vendrían los recuerdos de lo que Jesús les había dicho, pero también de
los malos momentos que vivieron por lo que de alguna manera habían huido escondiéndose
en el cenáculo; aquellas preguntas que le habían hecho a Pedro que le había hecho
dudar y portarse con cobardía, pensaban que podían ser un principio de que con
ellos también se metieran y les pasara igual; estaban las dudas y su
incredulidad también para creer a las mujeres que habían ido de mañana al
sepulcro, lo habían encontrado vació, y hablaban de apariciones de ángeles que
ellos no creían.
Pero llegó Jesús. En medio de sus
oscuridades apareció la luz y con la presencia de Jesús entre ellos renació la
paz de sus corazones. Fue el saludo repetido de Cristo, paz a vosotros. Era como
decirles, pero ¿por qué andáis tristes y aquí encerrados? ¿Cuáles son los
miedos que os atormentan? ¿Qué es lo que os está pesando en vuestro espíritu
para que andéis así? Aquí está mi paz. Tenemos que aprender a encontrar esa paz
que Jesús nos ofrece.
Podrá haber inquietudes en nuestro
espíritu, pero tenemos que aprender a mantener siempre la paz del corazón. Nos
llenamos de miedos por las oscuridades que nos ofrece la vida y que tenemos que
atravesar, pero podemos hacerlo con paz y serenidad de espíritu porque sabemos
a qué meta nos dirigimos, pero sabemos quien está con nosotros, aunque nuestros
ojos se cieguen tantas veces. Nos sentimos atormentados en nuestros recuerdos y
ya hasta desconfiamos de nosotros mismos, pero sabemos que con la paz que Jesús
nos ofrece nos está regalando también su perdón que es el cimiento importante
que hemos de poner para encontrar esa paz. Nos sentimos débiles y cobardes,
pero en esa paz que Jesús nos ofrece nos sentimos fortalecidos para salir de
nosotros mismos, para ir al encuentro con los demás, para hacer anuncio de lo
que vivimos y de la paz que tenemos.
Es lo que vemos que está surgiendo
aquella tarde en el cenáculo con la presencia de Jesús. Jesús ofrece su paz y
les habla de perdón. Jesús les ha regalado su presencia y con esa paz nueva
todo se ha llenado de alegría y de entusiasmo contagioso. Jesús ha estado con
ellos y ha nacido entre ellos una nueva comunión a la que pretenden también
atraer a quien ha querido irse solo por la vida. Qué hermoso testimonio de comunión
nos ofrecen aquellas primeras comunidades cristianas, como hemos escuchado hoy
en los Hechos de los Apóstoles. ‘Se reunían con un mismo espíritu’, nos
dice.
‘Hemos visto al Señor’, comentan llenos de alegría cuando vuelve el apóstol
que se había querido ir por sus caminos y no estaba allí cuando Jesús se les
manifestó. Trataban de convencerle, contagiarle de aquella alegría y de aquella
paz, pero quien camina solo, solo se ve, y ahora no quiere sino pruebas, hurgar
con sus dedos en las heridas, palpan con sus manos para poderse convencer. Será
necesario un nuevo encuentro con Jesús resucitado para que se reavive
totalmente la fe.
¿Será lo que también nosotros
necesitamos? Estamos aun celebrando la Pascua, hoy es su octava, que es
quererla vivir como el primer día. Disfrutemos de ese regalo de paz que Jesús
nos está ofreciendo; es algo, es cierto, que nos supera y que aunque tenemos
que ser constructores de paz, instrumentos de paz en el mundo en que vivimos
que tanto la necesita, solo desde nuestro sentido de comunión y desde nuestra
unión con Jesús podremos lograrlo.
Es el regalo de la Pascua; la tenemos
que sentir en nuestro interior desde ese amor y perdón que recibimos, pero
desde el amor y perdón que nosotros también regalamos. ¿Necesitaremos también
meter nuestros dedos en las llagas y nuestra mano en el costado de Jesús? En
este domingo de la misericordia sintamos cuan cerca hemos de estar del corazón
misericordioso de Jesús y cómo hemos de llenar de misericordia nuestro corazón dejando
que Jesús se posesione de él y así disfrutaremos de su paz.
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