Vistas de página en total

domingo, 27 de abril de 2025

En este domingo de la misericordia sintamos cuan cerca hemos de estar del corazón de Cristo y llenar de misericordia nuestro corazón y así disfrutaremos de su paz

 


En este domingo de la misericordia sintamos cuan cerca hemos de estar del corazón de Cristo y llenar de misericordia nuestro corazón y así disfrutaremos de su paz

Hechos, 5, 12-16; Sal. 117; Apocalipsis, 1, 9-13

Hay momentos, hay ocasiones en que andamos como nerviosos, inquietos preocupados, los problemas parece que se nos multiplican, dificultades para salir quizás de hoyos de la vida en que nos hemos visto metidos, cosas de tiempos pasados cuyos recuerdos se nos hacen pesarosos, situaciones en las que vemos que no avanzamos como deseamos porque las pendientes de la vida se nos vuelven montañas a escalar…pero que cambio de actitudes, de humor, de optimismo incluso si en un momento determinado nos encontramos con una persona que solo su presencia nos devuelve la paz; nos sentiremos renacer, con nuevos bríos y entusiasmos, no nos lo podemos callar y a todos le contamos esa experiencia de encuentro que tanto revalorizó nuestra vida.

Es la experiencia que se nos ofrece para vivir en este tiempo de Pascua; es la experiencia vivida por los apóstoles que allá en el cenáculo estaban encerrados después de todo lo que le había acontecido a Jesús. No levantaban cabeza, afloraban los miedos y desconfianzas porque a ellos, que habían estado siempre con Jesús, les podía suceder lo mismo; vendrían los recuerdos de lo que Jesús les había dicho, pero también de los malos momentos que vivieron por lo que de alguna manera habían huido escondiéndose en el cenáculo; aquellas preguntas que le habían hecho a Pedro que le había hecho dudar y portarse con cobardía, pensaban que podían ser un principio de que con ellos también se metieran y les pasara igual; estaban las dudas y su incredulidad también para creer a las mujeres que habían ido de mañana al sepulcro, lo habían encontrado vació, y hablaban de apariciones de ángeles que ellos no creían.

Pero llegó Jesús. En medio de sus oscuridades apareció la luz y con la presencia de Jesús entre ellos renació la paz de sus corazones. Fue el saludo repetido de Cristo, paz a vosotros. Era como decirles, pero ¿por qué andáis tristes y aquí encerrados? ¿Cuáles son los miedos que os atormentan? ¿Qué es lo que os está pesando en vuestro espíritu para que andéis así? Aquí está mi paz. Tenemos que aprender a encontrar esa paz que Jesús nos ofrece.

Podrá haber inquietudes en nuestro espíritu, pero tenemos que aprender a mantener siempre la paz del corazón. Nos llenamos de miedos por las oscuridades que nos ofrece la vida y que tenemos que atravesar, pero podemos hacerlo con paz y serenidad de espíritu porque sabemos a qué meta nos dirigimos, pero sabemos quien está con nosotros, aunque nuestros ojos se cieguen tantas veces. Nos sentimos atormentados en nuestros recuerdos y ya hasta desconfiamos de nosotros mismos, pero sabemos que con la paz que Jesús nos ofrece nos está regalando también su perdón que es el cimiento importante que hemos de poner para encontrar esa paz. Nos sentimos débiles y cobardes, pero en esa paz que Jesús nos ofrece nos sentimos fortalecidos para salir de nosotros mismos, para ir al encuentro con los demás, para hacer anuncio de lo que vivimos y de la paz que tenemos.

Es lo que vemos que está surgiendo aquella tarde en el cenáculo con la presencia de Jesús. Jesús ofrece su paz y les habla de perdón. Jesús les ha regalado su presencia y con esa paz nueva todo se ha llenado de alegría y de entusiasmo contagioso. Jesús ha estado con ellos y ha nacido entre ellos una nueva comunión a la que pretenden también atraer a quien ha querido irse solo por la vida. Qué hermoso testimonio de comunión nos ofrecen aquellas primeras comunidades cristianas, como hemos escuchado hoy en los Hechos de los Apóstoles. ‘Se reunían con un mismo espíritu’, nos dice.

‘Hemos visto al Señor’, comentan llenos de alegría cuando vuelve el apóstol que se había querido ir por sus caminos y no estaba allí cuando Jesús se les manifestó. Trataban de convencerle, contagiarle de aquella alegría y de aquella paz, pero quien camina solo, solo se ve, y ahora no quiere sino pruebas, hurgar con sus dedos en las heridas, palpan con sus manos para poderse convencer. Será necesario un nuevo encuentro con Jesús resucitado para que se reavive totalmente la fe.

¿Será lo que también nosotros necesitamos? Estamos aun celebrando la Pascua, hoy es su octava, que es quererla vivir como el primer día. Disfrutemos de ese regalo de paz que Jesús nos está ofreciendo; es algo, es cierto, que nos supera y que aunque tenemos que ser constructores de paz, instrumentos de paz en el mundo en que vivimos que tanto la necesita, solo desde nuestro sentido de comunión y desde nuestra unión con Jesús podremos lograrlo.

Es el regalo de la Pascua; la tenemos que sentir en nuestro interior desde ese amor y perdón que recibimos, pero desde el amor y perdón que nosotros también regalamos. ¿Necesitaremos también meter nuestros dedos en las llagas y nuestra mano en el costado de Jesús? En este domingo de la misericordia sintamos cuan cerca hemos de estar del corazón misericordioso de Jesús y cómo hemos de llenar de misericordia nuestro corazón dejando que Jesús se posesione de él y así disfrutaremos de su paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario