Qué
importante es la experiencia viva de fe, que no es una tradición expresada en
palabras y en rituales, sino algo vivo y grabado en el corazón
Hechos, 4, 13-21; Sal. 117; Mc. 16, 9-15
Hay cosas en la vida que algunas veces
nos cuesta creer. Nos sucede con cosas de importancia, pero nos sucede en esas
cosas normales de cada día, en esos comentarios que en un momento recibimos de
un vecino o de un amigo que nos cuesta alguna cosa que ha sucedido, pero que de
alguna manera la vemos inverosímil y nos cuesta aceptarla; poco menos tenemos
que palparla con nuestras manos, verla con nuestros ojos, toparnos de frente
con ello para que comencemos a creer, desaparezca esa incredulidad en la que
nos envolvemos algunas veces como un salvavidas quizás para no complicarnos la
vida.
El evangelio de hoy es como un pequeño
resumen que nos hace san Marcos de todo lo que significo la Pascua para los discípulos.
Aturdidos estaba por todos aquellos acontecimientos del prendimiento de Jesús,
su apresurado juicio y condena y su muerte en la cruz. No por mucho anunciado
por Jesús estaban preparados para todo aquel acontecimiento; Jesús les había
hablado que al tercer día resucitaría, y entre que no sabía ciertamente lo que
eso significaba - ¡cuántas preguntas se habían hecho cada vez que les hablaba
de ello! – y el no haberlo visto tan pronto y de la manera que ellos
imaginaban, todas las noticias que les llegaban les costaba aceptarlas.
Habían tomado como visiones lo que las
mujeres en la mañana les habían dicho, no habían creído a María Magdalena que
contaba que lo había visto y les mandaba un mensaje, no creyeron a los discípulos
que se habían ido al campo, a Emaús, y se habían encontrado con El en el camino;
les costaba dar el paso. No les era suficiente lo que los demás contaban. ¿Los
creerían a ellos si fueran a los demás también con esa buena noticia?
Era necesario algo más. Era necesario
un encuentro. Era necesario vivir su presencia y escuchar en lo hondo del corazón
sus propias palabras. Y eso iba a suceder y sería el punto de arranque de algo
maravilloso, algo nuevo para ellos mismos, pero que sería algo nuevo para el
mundo, sería la buena noticia que tenían que transmitir por todo el mundo, como
el mismo Jesús les encargaría.
Los otros evangelistas hablan de
diversos encuentros; algunos insistiendo en los encuentros con el Cenáculo y Juan
resaltando también el encuentro en Galilea junto al lago de Tiberíades. Marcos
nos sitúa este encuentro allí donde están reunidos, probablemente se refiera al
Cenáculo. ‘Por último se les apareció Jesús cuando estaban sentados a la
mesa…’ nos dice el evangelista.
Confrontando paralelamente lo que los
otros evangelistas nos dicen podemos hablar de sorpresa y de alegría, de
impulso para ir ya también a llevar esa buena noticia a los demás y de sentirse
transformados interiormente porque ahora sí tenían la certeza de la presencia
de Cristo resucitado. Como dirían en otra ocasión a la samaritana que les había
llevado la noticia de Jesús que le había contado todo lo que había hecho, no
creemos por lo que tú nos digas sino porque nosotros mismos lo hemos visto. Así
sería la reacción de quienes estaban sentados a la mesa aquel día con la
llegada de Jesús. Lo habían visto, habían experimentado su presencia y
escuchado sus palabras, de El había recibido también la misión.
No podemos callar lo que hemos visto y oído,
porque tenemos que obedecer primero a Dios que a los hombres, dirían los
apóstoles cuando desde el Sanedrín, sin saber qué hacer con ellos los habían
dejado libres pero prohibiéndoles seguir hablando de Jesús. Pero Jesús los
había enviado como testigos hasta el fin del mundo y hasta el fin de los
tiempos. No podían callar, aunque no los creyeran – tampoco ellos habían creído
al principio a quienes venían con la buena noticia -, aunque les prohibieran
hablar de Jesús, aunque también a ellos los encarcelaran y los hicieran sufrir,
lo que habían visto y oído tenían que comunicarlo.
Qué importante es esa experiencia viva
de fe, no es simplemente en una tradición que luego manifestaremos y expresaremos
con algunos rituales, es algo vivo que llevamos grabado en el corazón.
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