Aleluya,
tiene que resplandecer de nuevo el camino del amor que transformará nuestro
mundo desde nuestra experiencia y vivencia de Cristo resucitado
Lucas 24, 1-12
Jesús lo había anunciado con toda
claridad, pero a los discípulos les había costado entender. Pedro había
intentado quitarle esa idea de la cabeza cuando Jesús había hablado de que iba
a ser entregado en manos de los gentiles que le llevaría a la muerte; por eso
ahora había sido un golpe muy grande su prendimiento en Getsemaní que les había
hecho temblar llenos de cobardía, algunos se habían refugiado en el cenáculo
donde había sido la cena pascual y los más atrevidos como Pedro y Juan habían
llegado hasta el patio del sumo sacerdote, pero Pedro había claudicado y le había
negado. Sólo Juan, el discípulo amado, había sido capaz de llegar hasta el
calvario para recibir como testamento el cuidado de la madre.
Habían pasado las horas del sábado,
obligados por el descanso sabático, y las mujeres en la mañana habían querido
llegar al sepulcro para poder embalsamar debidamente según todos los ritos el
cuerpo muerto de Jesús. No habían pensado quien les correría la piedra de la
entrada del sepulcro, pero el sepulcro estaba abierto; en su interior no habían
encontrado el cuerpo de Jesús y un ángel del cielo les había dicho que por qué
buscaban entre los muertos al que estaba vivo, pues Jesús había resucitado.
Habían traído la noticia al cenáculo
donde seguían reunidos los discípulos, pero ellos tampoco les habían creído.
Eran visiones de mujeres. ‘Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron’,
dice el relato del evangelista. Solo Pedro había ido al sepulcro y comprobó que
allí no estaba el cuerpo de Jesús, regresó impresionado, pero seguían con sus
dudas y con sus miedos.
¿Qué necesitaban para creer? Solo el
sepulcro vacío no bastaba. Era necesario algo más que luego se iría produciendo
en todos ellos, el encuentro vivo con Jesús resucitado. Los ángeles les habían
dicho lo mismo que Jesús les había anunciado. ‘Recordad cómo os habló
estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser
entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día
resucitar’.
Es el mensaje que hoy nosotros seguimos
recibiendo. Es bueno y necesario el testimonio de la fe de los creyentes a
través de la historia desde la experiencia de los apóstoles hasta lo que hoy
nosotros queremos vivir. Pero una cosa es muy importante, que nosotros por la
fe también lleguemos a tener la misma experiencia, que nosotros vivamos también
ese encuentro con Cristo resucitado allá en lo más hondo de nuestra vida. Es lo
que va a despertar nuestra fe, es lo que a nosotros también tiene que
convertirnos en testigos, es lo que nosotros tenemos que vivir.
Es lo que nosotros en este día de
Pascua celebramos, a Cristo resucitado, porque lo vivimos, porque lo
experimentamos dentro de nosotros, porque sentimos igualmente su presencia en
nuestra vida. Es lo que nos hace testigos y lo que tenemos que repetir al mundo
para que crea; pero lo vamos a repetir no solo con palabras sino con nuestra
vida; lo vamos a proclamar y gritar a los cuatro vientos, pero lo vamos a
expresar en nuestra forma nueva de vivir, porque con Cristo, con su presencia
en nuestra vida, nosotros también hemos renacido a una vida nueva. Eso, vida
nueva. Algo nuevo tiene que manifestarse en nosotros, que será lo que podrá
transformar nuestro mundo.
Este mundo nuestro que nos rodea con su
materialismo y con su violencia, este mundo tan lleno de vanidades pero al mismo
tiempo deseando algo nuevo y algo mejor, pero sin saber a veces por donde
camina; este mundo nuestro que se desmadra buscando felicidad y que solo la pone
muchas veces en placeres efímeros, este mundo que nos parece sin corazón que se
encierra tantas veces en la insolidaridad y el egoísmo, este mundo ambicioso y
orgulloso que busca satisfacciones o que ansía el poder para dominar y
controlar, este mundo necesita unos testigos que le digan que hay otro camino de
felicidad, ese mundo nuestro que necesita una transformación y que solo le
llegará desde unos testigos verdaderamente comprometidos en otros valores.
Ahí tenemos que ser testigos, nosotros
los que creemos en Cristo resucitado podemos y tenemos que decirle con el
testimonio de nuestra vida que es posible un mundo mejor. No nos creerán
solamente por nuestras palabras, pero el testimonio de nuestras obras es el
camino del convencimiento. No siempre hemos sido capaces de hacerlo, porque también
a nosotros en ocasiones nos entran dudas y nos acobardamos. Tenemos que
despertar nuestra fe.
Tenemos que sentirnos en verdad
transformados con la presencia del Señor resucitado en nuestras vidas que se
hacen distintas. También nosotros desde las sombras de nuestra vida, desde
nuestros miedos y cansancios, desde nuestros sufrimientos e incertidumbres,
desde nuestras angustias y nuestras penas, desde nuestras derrotas y fracasos,
desde nuestras luchas pero también desde nuestro amor y nuestros compromisos queremos
sentir que Cristo resucitado transforma nuestra vida, fortalece nuestra vida.
Tiene que resplandecer de nuevo el
camino del amor que transformará nuestro mundo desde nuestra experiencia y
vivencia de Cristo resucitado. Así viviremos la alegría de la Pascua, así
proclamaremos de verdad que Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!
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