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viernes, 25 de abril de 2025

No podemos olvidar que solo en su nombre podemos echar la red en los mares de la vida para que podamos al final tener la red repleta de peces y de frutos

 


No podemos olvidar que solo en su nombre podemos echar la red en los mares de la vida para que podamos al final tener la red repleta de peces y de frutos

Hechos, 4, 1-12; Sal.117; Jn. 21, 1-14

Es frustrante cuando nos hemos pasado un tiempo sacar adelante algo y al final no conseguimos nada; que intentemos hacer algo que pueda ser también de provecho para los demás y cuando vengan a pedirnos o preguntarnos tengamos que responder que no tenemos, que no lo hemos conseguido.

Así ha estado aquel grupo de viejos pescadores intentando pescar aquella noche y frustrante tenía que haber sido que alguien desde la orilla las preguntara si tenían pescado y responderle que no; como tantas otras veces también que habían salido a la faena de la pesca y al regresar con las barcas vacías las personas que se habían acercado a la orilla buscando ese pescado que necesitaban para la comida del día habían tenido que irse de vuelta con las manos vacías.

La situación ahora tenía un matiz especial. Aquellos antiguos pescadores eran los que un día lo habían dejado todo por seguir a Jesús. Con El habían estado hasta su muerte en Jerusalén que se habían convertido en momentos trágicos para todos. Por allí seguían con sus pesares y sus tristezas; como aquellos que se habían marchado a Emaús desconsolados aquella tarde de aquel primer día de la semana, porque aun no habían visto a Jesús resucitado, estos pescadores se habían venido a Galilea, porque las mujeres les habían dicho de parte de los ángeles o del mismo Jesús que decían que habían visto, les habían encargado que se vinieran a Galilea que allí le verían.

Aquella tarde noche, sin nada que hacer y con mucho desaliento en el corazón habían vuelto a coger sus barcas para salir a pescar. Se habían pasado la noche bregando, como tantas veces les sucediera antes, y no habían cogido nada. De ahí su frustración y respuesta seca ante el que le gritaba preguntando desde la orilla. Pero aquel para ellos entonces desconocido entre las brumas del amanecer les había dicho que echaran la red por el otro lado de la barca. ¿De lejos tendrían mejor visión para ver el cardume de peces y por eso les señalaba el lugar? Se fiaron, y la redada de peces fue grande, de manera que volverían a renacer los recuerdos de aquella ocasión que a petición de Jesús también habían lanzado la red.  

Pero sus ojos seguían oscurecidos. Pero en los ojos del amor comenzaba de nuevo algo a brillar. Será el discípulo, como nos dice el evangelista, que Jesús tanto amaba, el que le susurra a Pedro que quien está en la orilla es el Señor. No fue necesario más para que Pedro se lanzara al agua tal como estaba para llegar lo más pronto al lado de su Señor, porque el arrastre de la red con los peces desde la barca le haría tardar más. Cuando llegaron todos a la orilla ya había sobre unas brasas un pescado que se estaba preparando para el almuerzo. Nadie ahora se atrevía a decir nada. Todos sabían que era Jesús.

 ¿Nos estará hablando este evangelio de nuestros desalientos y de nuestras frustraciones? ¿Nos estará recordando el vacío que produce dentro de nosotros cuando no tenemos a Jesús,  cuando se debilita nuestra fe, cuando perdemos la confianza y la esperanza, cuando nos queremos volver a nuestras cosas y a nuestra manera porque nos parece que ya no nos sirve esa fe y esa vida religiosa?

En la noche de la cena pascual Jesús nos recordaría que sin El nada podemos hacer, que el sarmiento tiene que estar siempre unido a la vid, a la cepa, al tronco para que tenga vida y pueda producir frutos. ¿Habremos querido nosotros algunas veces querer dar frutos sin estar unidos a la cepa que es Cristo? ¿No nos habrá sucedido alguna vez que incluso aquello que con tanta fe y tanto sentido comenzamos pronto se enfrió, o pronto se desvió de su auténtico sentido y al final nos sentimos vacíos y sin fruto bueno en nuestra vida?

Como Pedro tenemos que recordar que cuando aquella pesca milagrosa había dicho que lanzaba la red en el nombre de Jesús. ¿Estaremos haciéndolo de verdad en todo lo bueno que intentamos hacer y que muchas veces parece que no nos da fruto, no tenemos peces es nuestra red?

 

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