Después
de lo intensamente vivido estos días salimos con una misión, como misiones de
una buena noticia reflejada en la alegría de nuestro rostro y nuestro corazón
Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33; Salmo
15; Mateo 28, 8-15
Tenemos nuestros esquemas, nos hacemos
nuestros planes, disponemos cómo han de ser o hacerse las cosas, seguimos un
ritual o una costumbre, como siempre se hecho decimos, pero pronto quizás nos
viene la sorpresa de que las cosas no son como nosotros pensábamos o nos lo
habíamos programado, el mundo se nos viene abajo porque no sabemos qué hacer o
como reaccionar, vienen los miedos y las angustias, como tantas veces nos
sucede ante la incertidumbre de lo que se nos presenta, pero ¿todo se puede
transformar en alegría cuando nos damos cuenta del sentido de la novedad?
Son nuestros trabajos, son nuestros
proyectos de vida, es la organización de la vida que nos hemos planteado, son
las rutinas de siempre, de lo que siempre ha sido así, pero la vida está llena
de sorpresas; algunas veces nos inquietan, nos hacen tomar otros caminos a los
que estábamos acostumbrados, quizás se abren otros horizontes en esos caminos
nuevos, merecerá la pena ese cambio, aunque en nuestra tozudez seguimos
encerrados en nosotros mismos y en nuestras cosas.
Nos cuenta el evangelio hoy que las
mujeres fueron muy de mañana al sepulcro, porque en la tarde del viernes no
habían podido realizar con las prisas de la llegada del sábado con la caída del
sol todos los ritos funerarios; habían observado bien donde y cómo habían
colocado el cuerpo de Jesús; una cosa no habían pensado quizás lo suficiente
era quien les iba a ayudar a correr la piedra de la entrada del sepulcro, pues
mujeres como eran no tendrían fuerza para realizarlo ellas solas; pero la
piedra estaba corrida y el cuerpo difunto de Jesús allí no estaba.
¿Sorpresas? No era para menos, no era
lo que esperaban encontrar. ¿Temores y angustias? No sabían donde estaba el
cuerpo de Jesús y qué habían hecho con él, o quienes. ¿Quién se lo habría
llevado? ¿Dónde lo habían puesto? Había algo que hacer, lo primero contarlo a
los discípulos.
Pero ahora sí estaba la sorpresa
delante de ellas. El mismo Jesús les sale al encuentro invitándolas a que se
llenen de alegría, aunque todavía con sus temores interiores porque todo les
resultaba extraño. Y Jesús las envía – los envíos tan repetidos de Jesús – a
que vayan a anunciar todo esto a los discípulos y que vayan a Galilea. Aunque
todavía el evangelista nos seguirá contando de la presencia de Jesús con ellos allí
en Jerusalén, es importante que vayan allí donde empezó todo, donde fueron los
primeros anuncios y de donde surgieron los primeros discípulos.
¿Será recordar lo que era en verdad el
primer anuncio de Jesús del Reino de Dios que ahora ya se estaba constituyendo?
¿Será un comenzar a abrir caminos que no se quedarán ni en Jerusalén ni en
Galilea sino que Jesús luego les enviará por todo el mundo? Estas mujeres serán
las primeras portadoras de buenas noticias, que ya no son solo los discípulos
más cercanos, y que nos recordará la misión que todos los que tenemos la
experiencia de Jesús tenemos que cumplir, tenemos que realizar.
Del sepulcro vacío parten dos
comitivas, estas mujeres convertidas en las primeras misioneras de la Buena
Noticia de la resurrección de Jesús, pero también aquella otra comitiva que no
supieron ver el sentido del sepulcro vacío y también marchaban con unas
inquietudes y unos miedos por una misión que no habían podido cumplir pero se
convertiría en un contra testimonio contra ellos mismos cuando se dejaron
sobornar por la mentira.
Arrancamos nosotros también nuestro
camino cuando comenzamos la celebración de esta Pascua también del sepulcro
vacío, pero marchamos con otras certezas, marchamos con otras vivencias,
marchamos con la experiencia de que nosotros sí sentimos a Cristo vivo en
nuestra vida; nuestro camino lo hacemos como testigos, nuestro camino lo
hacemos con Cristo vivo y presente en nuestra vida y ese es el anuncio que
tenemos que hacer.
Marchamos a la Galilea de nuestra vida de cada día después
de la intensidad de lo vivido en esta semana santa, quizás también con nuestros
miedos e inquietudes de cómo nos van a recibir, pero ya nosotros vamos con una
misión, ser misioneros, portadores de una buena noticia que llevamos reflejada
en la cara y en nuestra vida, porque vamos desbordando alegría, porque en
nuestro corazón hay un nuevo entusiasmo, porque sintiendo el gozo de la
presencia de Jesús resucitado con nosotros queremos también sentir el gozo del
anuncio.
¿Seremos semilla que haga brotar una
nueva planta y unos nuevos frutos para y en nuestro mundo? ¿Nos damos cuenta de
los nuevos horizontes que se abren ante nosotros?
No hay comentarios:
Publicar un comentario