No
dejemos que se enfríe el fuego de la Pascua, sigamos dejándonos encontrar y
enseñar por Cristo resucitado para que con nuestro testimonio hagamos lío en
medio del mundo
Hechos, 3, 11-26; Sal. 8; Lc. 24, 35-48
Me lo cuentan y no me lo creo, quizás habremos exclamado alguna vez cuando hemos
contemplado algo que nos parece inaudito e inexplicable, una reacción de
alguien ante determinadas cosas, un accidente del que nos hemos librado, como
solemos decir, de milagro, una forma de actuar de unas personas que no
pensábamos que fueran capaces de hacer lo que están haciendo, algo que nos
llama poderosamente la atención que si no lo vemos no nos lo creemos. También
nosotros muchas veces no nos creemos todo lo que nos dicen, aunque por otra
parte en ocasiones seamos demasiado crédulos ante cualquier chisme que nos
cuenten; así somos en cierto modo contradictorios en muchas ocasiones.
Les estaba sucediendo a los discípulos
con todos aquellos acontecimientos que se habían desarrollado en las últimas
horas. Todavía no entendían. Esperaban a Jesús, no soportaban lo que había
pasado de su muerte, se agarraban como de clavo ardiendo en una esperanza que
algunas veces no tenían muy clara sobre el hecho de la resurrección de Jesús,
todo eran conjeturas, cosas que otros contaban, relatos de las mujeres que
habían ido en la mañana al sepulcro, no habían encontrado el cuerpo muerto de
Jesús, pero hablaban también de apariciones de ángeles o de otros que venían
contando su experiencia, como ahora los discípulos que se habían marchado a Emaús
y habían vuelto con la noticia de que lo habían reconocido al partir el pan y
por lo que sentían mientras hacían el camino y El les hablaba, aunque sus ojos
estaban ciegos.
Y es ahora, en esa situación que están
viviendo cuando Jesús se les manifiesta. Pero no acababan de creer. Los nervios
y los miedos seguían latentes, sus ojos se les cegaban para lo que estaban
viendo. No es un espíritu, Jesús come incluso con ellos un trozo de pez asado
que le ofrecen. Pero siguen con sus dudas y miedos. No se atreven ni a decir
mucho ni a salir a comunicar la noticia a otros. Será necesaria la venida del espíritu
en cumplimiento de la Palabra de Jesús.
Y Jesús pacientemente les enseña, les
abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras en todo lo que
estaba dicho y anunciado acerca de El, les va explicando las Escrituras y les
va haciendo comprender el sentido de todo. Poco a poco las aguas se van
sosegando y va volviendo la paz y el sosiego a aquellos corazones inquietos,
pero a aquellos corazones ahora turbados y de qué manera.
¿Nos dejaremos enseñar por Jesús?
Quiere El abrirnos también el entendimiento pero nosotros seguimos con nuestras
cegueras, porque quizás así nos parece más cómodo y menos comprometido. ‘Es
mejor no saber las cosas’, piensan algunos y quizás aunque no lo digamos
nosotros entramos también en ese pensamiento. Quizás nos vamos a complicar la
vida, y no es eso lo que queremos, por lo que preferimos seguir en nuestras
ignorancias y en nuestras rutinas.
Qué pronto se nos enfría el calor de la
pascua, qué pronto volvemos a las rutinas de siempre, ‘como era en el
principio…’ no sé si lo rezamos o lo deseamos, porque creer nos exigiría
seguramente actitudes y posturas nuevas y más comprometidas. Queremos la paz de
ese cenáculo que nos hemos creado que es bien distinto a aquel Cenáculo donde
Jesús les lavó los pies y les dijo que tenían que hacer lo mismo, bien distinto
de aquel Cenáculo donde un día se derramaría el espíritu haciendo que ese ruido
del espíritu se sintiera en toda la ciudad, pero de nosotros nadie se entera de
que hemos celebrado y vivido la pascua, porque no hacemos ruido.
Recordamos la recomendación que hacía
el Papa Francisco – cómo lo seguimos recordando – a los jóvenes que tenían que
ir a hacer lío, hacer patente ante el mundo esa revoltura de quienes están
llenos del espíritu de Jesús. ¿Terminaremos de una vez los cristianos por ir
haciendo lío allí por donde van por el testimonio de algo nuevo que estamos
dando?
No hay comentarios:
Publicar un comentario