Quien ha encontrado la luz no puede persistir en la tinieblas, demos el
paso que nos pide Jesús para vivir el gozo de la vida nueva
Isaías 8, 23b-9, 3; Sal 26; 1Corintios
1, 10-13. 17; Mateo 4, 12-23
‘El pueblo que habitaba en
tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de
muerte, una luz les brilló…’
Así lo había anunciado el profeta y ahora el evangelista al narrarnos el
comienzo de la predicación de Jesús en Galilea lo recuerda.
Estamos comenzando la lectura
continua del evangelio de san Mateo en este ciclo que iremos escuchando
ordenadamente a lo largo principalmente del tiempo ordinario. Tras los breves
detalles que nos da en relación al nacimiento de Jesús, el encuentro con Juan
Bautista para el Bautismo con la teofanía que allí se desarrolló y el tiempo de
ayuno en el desierto con las tentaciones, comienza hablándonos del inicio de su
predicación en Galilea.
Los momentos son tan importantes
y decisivos que el evangelista recuerda al profeta y ve ese momento como el
inicio de un nuevo resplandor. ‘A los que habitaban en tierras y sombras de
muerte una luz les brilló’. Así fue la presencia de Jesús en medio de
aquellas gentes. Y como nos dice a continuación no se redujo a la ciudad de Cafarnaún
donde se estableció sino que ‘recorría toda Galilea, enseñando en las
sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y
dolencias del pueblo’.
Era un cambio nuevo y grande lo
que se anunciaba; como salir de las tinieblas a la luz. Se cumplían las
antiguas promesas anunciadas una y otra vez por los profetas que habían ido
manteniendo las esperanzas del pueblo. Eran momentos de oscuridad porque parecía
que todo se derrumbaba; la opresión que vivían bajo el pueblo invasor, los
romanos, era una señal de ello. Y el anuncio comienza precisamente ‘en la
Galilea de los gentiles’ como anunciaba el profeta.
Galilea era el borde del norte
del pueblo de Israel, cercano a tierras de paganos e influido por ellos.
Cafarnaún era parada en la ruta de caminantes que provenían de Siria y se
dirigían a Egipto y estaba estratégicamente situada en la orilla del lago de
Tiberíades. Cercanas estaban las ciudades paganas de la Decápolis o la tierra
de los gerasenos y más al norte la región de los fenicios y todo eso podía
influir en la fidelidad al Dios de la Alianza. Y es ahí donde comienza a
brillar esa nueva luz que va a despertar tantas esperanzas. La oscuridad en que
vivían parecía disiparse con un nuevo resplandor, la presencia de Jesús.
El primer anuncio que Jesús hace
es la invitación a la conversión; las tinieblas habrían de transformarse en
luz, pero todo iba a depender del corazón de los hombres. Una Buena Nueva se
anunciaba y había que comenzar a creer en esa Buena Noticia del Reino de Dios
que ya estaba cerca. Jesús comenzará a realizar signos de esa cercanía del
Reino de Dios porque no quería el sufrimiento de los hombres; proclamaba el
Evangelio del Reino, la Buena Noticia del Reino de Dios que se instauraba y
curaba todo tipo de enfermedades y dolencias.
Podían creer en su palabra, los
signos la confirmaban, era una palabra de vida y llenaba de vida los corazones,
venia a traer la salud y la salvación y curaba las enfermedades y dolencias. No
más dolor, no más muerte, para siempre podríamos tener una vida nueva. Tenían
que reconocer el Señorío de Dios en sus vidas, el Reinado de Dios. Algo nuevo
se podía comenzar a sentir.
Enseñaba a todas las gentes;
cualquier lugar era propicio para hacer el anuncio del Reino; acudía a las
sinagogas o hablaba con las gentes allí donde estuvieran, ya le veremos sentado
en la barca de Pedro anunciando las parábolas del Reino; acudían a la puerta de
la casa, o mientras iban de camino de un lugar para otros. Para todos era el
anuncio, pero comenzó a llamar de manera concreta. Hoy lo vemos al paso por la
orilla del lago que invita a los pescadores a seguirle para ser pescadores de
otros mares, serán pescadores de hombres. Son los primeros discípulos que serán más cercanos para estar siempre con Jesús
y a los que un día llamará a formar parte del grupo de los doce, el grupo
nuclear de la nueva comunidad del Reino de Dios que en torno a Jesús se irá
formando.
La invitación de Jesús siempre
requiere radicalidad en la respuesta. Creer en la Buena Noticia exige un cambio
profundo del corazón, la conversión; seguir la llamada de Jesús lleva consigo
dejar atrás todas las cosas para que nada nos ate, sino que vivamos en la
libertad nueva que Jesús nos viene a ofrecer el que viene a curar a los
oprimidos por el diablo. Por eso contemplaremos a Pedro y Andrés, y a Santiago
y Juan que dejarán las redes, que dejarán las barcas, que lo dejarán todo por
seguir a Jesús.
Quien ha encontrado la luz no
puede preferir seguir viviendo en las tinieblas. Es la llamada que Jesús nos
está haciendo a nosotros también. Pasa junto al lago, pasa junto a nuestra
vida, allí donde estamos y nos realizamos y nos ofrece algo nuevo; su palabra
salvadora también llega a nosotros para que nos llenemos de su luz. También hay
oscuridades en nuestra vida, también persisten muchas ataduras que nos impiden
caminar con total libertad, hay redes que nos envuelven, también hay cosas que
nos retienen.
Jesús nos invita, nos llama, nos
pide ese cambio profundo para que en verdad reconozcamos el Reinado de Dios,
para que vivamos sintiendo que Dios es nuestro único Señor, para que sintamos
el gozo de la fe. El nos cura, nos ofrece la salvación, realiza muchos signos
en nosotros; descubramos las señales de su presencia, de la vida nueva que nos
ofrece, estemos atentos a su llamada, pongamos en camino para seguir los pasos
de Jesús.
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