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jueves, 26 de enero de 2017

No rehusemos la luz que se nos ofrece en nuestra espiritualidad cristiana para ir a beber de otras fuentes que no nos ofrecerán la vida verdadera

No rehusemos la luz que se nos ofrece en nuestra espiritualidad cristiana para ir a beber de otras fuentes que no nos ofrecerán la vida verdadera

Hebreos, 10, 19-25; Sal. 23; Mc. 4, 21-25
La luz no se enciende para ocultarla; cuando hay oscuridad en la casa buscamos como sea una luz que encender; si vamos por un camino en una noche oscura sin luna trataremos de llevar algún tipo de luz sea un farol, sea una linterna para iluminar el camino y no tropezar con los obstáculos o dificultades que podamos encontrar.
Podéis decirme que en el mundo en el que vivimos no hay esas carencias de luz porque disponemos en todo momento de luz artificial que alumbre nuestras estancias o ilumine nuestros caminos. Pero bien sabemos que hay oscuridades en la vida, que hay luces que nos confunden o nos desorientan, que no siempre tenemos claros los caminos de la vida por donde andamos porque nos falta un norte, nos falta un faro seguro que nos oriente, porque necesitamos un sentido para lo que hacemos o una razón para lo que vivimos. Muchas cosas nos desorientan en nuestra vida.
Por eso buscamos, siempre buscamos, siempre queremos profundizar en el sentido que le hemos dado a nuestra vida, nos sentimos muchas veces insatisfechos, parece que no terminamos de encontrar porque lo que quizá en un determinado momento nos parecía muy bueno y satisfactorio pronto nos cansó y nos sentimos hastiados y vacíos.
Queremos algo espiritual que nos llene y nos eleve pero algunas veces tenemos miedo de encontrarlo o buscarlo con sinceridad porque tememos que eso nos comprometa; andamos como mariposas de flor en flor y corremos allá donde nos dicen que hay algo nuevo, alguna manera de pensar o de vivir que nos viene de lejanos sitios, pero quizá olvidamos la espiritualidad que hemos tenido siempre delante de nuestros ojos y no hemos sabido apreciar. Cuantos se dejan seducir por espiritualidades que llamamos orientales o no sé como decirle venidas quizá de otras culturas, pero no han sabido descubrir el pozo profundo y rico que han tenido siempre junto a si en el evangelio.
Es una lástima que los cristianos muchas veces ocultemos y desechemos la luz que tenemos desde siempre a nuestro lado para buscar otras luces. Cuantos nos dicen que ahora han encontrado la verdad de su vida porque se fueron tras otros modos de vivir la religión y nos vienen hablando de que la Biblia nos dice esto o aquello, cuando como cristianos siempre hemos tenido al alcance de nuestras manos la Biblia y no habíamos sido capaces de abrirla y meditar lo que en ella se nos trasmite; nos dicen que en tal o cual sitio o religión nos enseñan la palabra de la verdad, y cada domingo y cada día en nuestros templos se nos ha proclamado la Palabra del Señor y se nos ha ofrecido su enseñanza y hemos rehusado escucharla.
Busquemos esa espiritualidad de nuestra vida que nos hará grandes de verdad en esa Palabra de Dios que la Iglesia continuamente nos ofrece y se enriquecerá nuestra vida. Tratemos de ahondar en esa espiritualidad que se nos ha trasmitido a lo largo de los siglos y que tantas glorias de sabiduría y de santidad ha generado en el seno de la Iglesia para bien de nuestro mundo. Tenemos la fuente a nuestro alcance, no nos vayamos a buscar otras fuentes que aquí tenemos toda la riqueza de gracia que el Señor nos ofrece.

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