Caminos de fe y de esperanza que nos llenan de luz para darle valor a nuestra vida
Os. 2, 14-16.19-20; Sal. 144; Mt. 9, 18-26
Mientras unos realizaban un camino de fe y de esperanza
otros estaban obcecados con las oscuridades de la muerte y las palabras y la
presencia de Jesús parecía que no les servían de nada.
Jairo se puso en camino hasta Jesús porque había fe en
su corazón y ante la respuesta de Jesús de ir hasta su casa su corazón se llenó
también de esperanza; creía y confiaba. Creía y confiaba también aquella mujer
que tenía la certeza de que con solo tocar el manto de Jesús podía curarse de
su mal con el que se sentía impura y pecadora. Pero tenía la esperanza cierta
de que en Jesús encontraría la salud que tanto ansiaba. ‘¡Animo, hija! tu fe te ha curado’, le dice Jesús.
Otros se sentían envueltos en tintes de muerte, de luto
y de llanto. ‘Cuando Jesús llegó a la
casa de Jairo - Mateo solo dice el personaje, pero bien sabemos por los
otros evangelistas que era Jairo - y, al
ver los flautistas y el alboroto de la gente por la muerte de la niña y que ya
preparaban el duelo, dijo a la gente: ¡Fuera! La niña no está muerta, está
dormida. Y se reían de El’.
No tenían ni esperanza en sus corazones. Todo estaba
envuelto por los tintes de la muerte. Cuantas veces nos pasa que nos resistimos
a creer y a tener esperanza. En muchos aspectos de la vida nos sucede. Ya sea
en los problemas de cada día, de nuestras luchas y trabajos, ya sea por la
situación por la que pasa nuestra sociedad con sus crisis de todo tipo, ya sea
en nuestra vida personal y espiritual, hay ocasiones en que nos parece verlo
todo negro y que no hay salida. Cuando alguien nos habla de que puede haber una
luz al final del camino, que las cosas se pueden solucionar, que hemos de tener
más confianza, más esperanza, no lo aceptamos; quizá los llamamos ilusos porque
decimos que nosotros con nuestras negruras somos los más realistas.
La fe y la esperanza son una hermosa luz que nos ayudan
en nuestro caminar. Cuando nos falta luz y todo está oscuro no sabemos
distinguir los colores; es como si no existieran; pero si nos entra un rayo de
luz, por pequeño que sea, comenzaremos a distinguir bien las cosas que hay en
nuestro entorno, para ver y distinguir sus formas, para apreciar sus colores,
para gozarnos de la belleza de las cosas que cuando estábamos en la oscuridad
no podíamos distinguir. Así la fe en nuestra vida nos hacer ver la vida misma
con un nuevo color y con una nueva belleza.
Jesús viene a nuestro encuentro sea cual sea la
situación en la que nos encontremos; se deja encontrar por nosotros, como le
sucedió a Jairo, como le sucedió a la mujer de las hemorragias, y camina a
nuestro lado. Nos puede suceder como a los discípulos de Emaús en la tarde de
la resurrección que no se daban cuenta de que quien caminaba con ellos era el
Señor, pero hemos de abrir los ojos, porque el Señor nos pone señales para que
le descubramos, para que no nos falte la luz, para que nos pongamos a caminar
con empeño, con ilusión y con esperanza. No nos dejemos cegar por esas
oscuridades que nos aparecen en el camino de la vida sino descubramos la luz
que nos viene de Jesús y que viene para todas nuestras situaciones y problemas,
sean del tipo que sean.
Pidamos al Señor que no nos falte esa luz de la fe y de
la esperanza en nuestra vida. Desde nuestra fe en Jesús vemos las cosas con un
nuevo color, con un nuevo sentido. Y hasta aquellas cosas que nos pueden
parecer dolorosas adquieren un nuevo sentido y valor. Sabiéndonos fortalecidos
por el Señor en esa fe que en El tenemos, como la mujer de las hemorragias del
evangelio, tenemos la certeza de que nuestra vida puede cambiar, que nuestro
mundo lo podemos hacer mejor.
Tengamos la decisión de acercarnos a Jesús con toda
confianza y veremos que nuestra vida se llena de luz porque se ve inundada con
su salvación. Como Jairo, como aquella mujer que se acercó a Jesús. Sentiremos
su salvación porque Jesús estará siempre de nuestra parte para llenarnos de luz
y de vida.
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