Esa atención y acogida que hacemos a los otros es una expresión del curar enfermos para lo que nos da autoridad Jesús
Os. 10, 1-3.7-8.12; Sal. 104; Mt. 10, 1-7
Ayer escuchábamos en el evangelio que ‘Jesús al ver a las gentes se compadecía de
ellas porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor’.
Invitaba Jesús a sus discípulos ‘a orar
al dueño de la mies que enviara trabajadores a su mies’. Había estado
anunciando el evangelio del Reino y curando de toda enfermedad y dolencia.
Hoy escuchamos un paso más. De entre todos sus
discípulos escoge a doce a los que constituye apóstoles; El Evangelista nos da
sus nombres; y los llama apóstoles porque son sus enviados - eso significa la palabra apóstol - para
realizar su misma misión. ‘Id y proclamad
que el Reino de los cielos está cerca’, les dice aunque solo han de ir ‘a las ovejas descarriadas de Israel’;
ahora no han de ir ni a tierra de paganos ni a las ciudades de Samaria; al
final antes de la Ascensión para cuando reciban la fuerza del Espíritu Santo si
han de ir haciendo este anuncio hasta los confines del mundo. Podíamos decir
que es cuestión de prioridades aunque la misión que Cristo nos confía siempre
tendrá un carácter universal.
Es el mismo anuncio con el que comenzó su predicación
por los pueblos y aldeas de Galilea. Y a ellos les da también su mismo poder.
Había estado curando de toda enfermedad y dolencia y a ellos ‘les dio autoridad
para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’. Ya
escucharemos en los próximos días las recomendaciones que les hace en su envío.
Jesús que nos confía a los que van a ser sus apóstoles,
que nos confía a nosotros, podríamos decir también, su misma misión. El anuncia
de la Buena Nueva, del Evangelio del Reino de Dios. Lo que vivimos no nos lo
podemos quedar para nosotros. Si en Cristo hemos encontrado la salvación, esa
salvación hemos de hacerla llegar también a los demás.
La autoridad que Jesús les da sobre los espíritus
inmundos y para curar toda enfermedad y dolencia son los signos que se han de
realizar de esa transformación de los corazones y del mundo que con el anuncio
del evangelio se ha de producir en todos. No son los milagros por los milagros,
sino que lo que ha de producirse es esa liberación del mal para que en verdad
Dios sea el único Señor de nuestra vida.
Y estando Dios con nosotros, porque así lo ponemos en
el centro de nuestra vida, nada de mal ha de perturbarnos, nada de mal ha de
tener dominio sobre nosotros; con Cristo tenemos que sentirnos en verdad liberados
de todo mal; y los milagros serán señales, serán signos de eso profundo que se
realiza en nosotros cuando aceptamos y vivimos la salvación que nos llega con
Jesús.
Hay aquí un aspecto que me gustaría resaltar a partir
de esto mismo que estamos reflexionando según lo escuchado en el evangelio. Algunas
veces andamos quizá un tanto confundidos y desorientados en nuestra
religiosidad y en nuestra devoción a los santos. Y es que parece que primero
miramos los milagros que nos puedan hacer, que escuchar el mensaje que con su
vida nos quieren trasmitir; le tenemos más devoción a los santos que son mas
milagreros y allí donde nos enteramos que se obran milagros y surgen cosas
extraordinarias vamos corriendo, pero a la palabra del Evangelio que cada día
podemos escuchar le prestamos menos atención.
¿Qué es lo que tendría que ser más importante?
Escuchemos ese mensaje de salvación que nos invita a la conversión de nuestro
corazón para que el Dios sea en verdad el único Señor de nuestra vida; y la
transformación de nuestro corazón tiene que ser el signo más grande de que en
verdad escuchamos a Jesús y queremos seguirle.
Tendría que hacernos pensar. Que en verdad nosotros
seamos signos ante los que nos rodean de que el Reino de Dios está cerca, llega
a nosotros, nos transforma y transforma nuestro mundo. Las señales tenemos que
darlas con nuestro amor, con nuestras buenas obras, con nuestra preocupación
por los demás, y por la santidad de nuestra vida. Esa atención, esa acogida que
hacemos a los otros es una forma de poner en práctica lo que nos está confiando
Jesús en el evangelio cuando nos manda curar enfermos. Es la salud del espíritu
la primera que hemos de buscar porque cuando estemos en paz dentro de nosotros
mismos estaremos en camino de sentirnos bien incluso físicamente a pesar de los
dolores o las enfermedades. La paz del
corazón sana los espíritus, pero sana toda nuestra vida.
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