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miércoles, 9 de julio de 2014

Esa atención y acogida que hacemos a los otros es una expresión del curar enfermos para lo que nos da autoridad Jesús



Esa atención y acogida que hacemos a los otros es una expresión del curar enfermos para lo que nos da autoridad Jesús

Os. 10, 1-3.7-8.12; Sal. 104; Mt. 10, 1-7
Ayer escuchábamos en el evangelio que ‘Jesús al ver a las gentes se compadecía de ellas porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor’. Invitaba Jesús a sus discípulos ‘a orar al dueño de la mies que enviara trabajadores a su mies’. Había estado anunciando el evangelio del Reino y curando de toda enfermedad  y dolencia.
Hoy escuchamos un paso más. De entre todos sus discípulos escoge a doce a los que constituye apóstoles; El Evangelista nos da sus nombres; y los llama apóstoles porque son sus enviados -  eso significa la palabra apóstol - para realizar su misma misión. ‘Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’, les dice aunque solo han de ir ‘a las ovejas descarriadas de Israel’; ahora no han de ir ni a tierra de paganos ni a las ciudades de Samaria; al final antes de la Ascensión para cuando reciban la fuerza del Espíritu Santo si han de ir haciendo este anuncio hasta los confines del mundo. Podíamos decir que es cuestión de prioridades aunque la misión que Cristo nos confía siempre tendrá un carácter universal.
Es el mismo anuncio con el que comenzó su predicación por los pueblos y aldeas de Galilea. Y a ellos les da también su mismo poder. Había estado curando de toda enfermedad y dolencia y a ellos ‘les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’. Ya escucharemos en los próximos días las recomendaciones que les hace en su envío.
Jesús que nos confía a los que van a ser sus apóstoles, que nos confía a nosotros, podríamos decir también, su misma misión. El anuncia de la Buena Nueva, del Evangelio del Reino de Dios. Lo que vivimos no nos lo podemos quedar para nosotros. Si en Cristo hemos encontrado la salvación, esa salvación hemos de hacerla llegar también a los demás.
La autoridad que Jesús les da sobre los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y dolencia son los signos que se han de realizar de esa transformación de los corazones y del mundo que con el anuncio del evangelio se ha de producir en todos. No son los milagros por los milagros, sino que lo que ha de producirse es esa liberación del mal para que en verdad Dios sea el único Señor de nuestra vida.
Y estando Dios con nosotros, porque así lo ponemos en el centro de nuestra vida, nada de mal ha de perturbarnos, nada de mal ha de tener dominio sobre nosotros; con Cristo tenemos que sentirnos en verdad liberados de todo mal; y los milagros serán señales, serán signos de eso profundo que se realiza en nosotros cuando aceptamos y vivimos la salvación que nos llega con Jesús.
Hay aquí un aspecto que me gustaría resaltar a partir de esto mismo que estamos reflexionando según lo escuchado en el evangelio. Algunas veces andamos quizá un tanto confundidos y desorientados en nuestra religiosidad y en nuestra devoción a los santos. Y es que parece que primero miramos los milagros que nos puedan hacer, que escuchar el mensaje que con su vida nos quieren trasmitir; le tenemos más devoción a los santos que son mas milagreros y allí donde nos enteramos que se obran milagros y surgen cosas extraordinarias vamos corriendo, pero a la palabra del Evangelio que cada día podemos escuchar le prestamos menos atención.
¿Qué es lo que tendría que ser más importante? Escuchemos ese mensaje de salvación que nos invita a la conversión de nuestro corazón para que el Dios sea en verdad el único Señor de nuestra vida; y la transformación de nuestro corazón tiene que ser el signo más grande de que en verdad escuchamos a Jesús y queremos seguirle.
Tendría que hacernos pensar. Que en verdad nosotros seamos signos ante los que nos rodean de que el Reino de Dios está cerca, llega a nosotros, nos transforma y transforma nuestro mundo. Las señales tenemos que darlas con nuestro amor, con nuestras buenas obras, con nuestra preocupación por los demás, y por la santidad de nuestra vida. Esa atención, esa acogida que hacemos a los otros es una forma de poner en práctica lo que nos está confiando Jesús en el evangelio cuando nos manda curar enfermos. Es la salud del espíritu la primera que hemos de buscar porque cuando estemos en paz dentro de nosotros mismos estaremos en camino de sentirnos bien incluso físicamente a pesar de los dolores o las enfermedades. La paz  del corazón sana los espíritus, pero sana toda nuestra vida.

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