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sábado, 5 de agosto de 2023

No acallemos ese profetismo del que tenemos que dar testimonio, el mundo necesita de ese profetismo, de esa voz y testimonio de cada uno de los cristianos

 


No acallemos ese profetismo del que tenemos que dar testimonio, el mundo necesita de ese profetismo, de esa voz y testimonio de cada uno de los cristianos

Levítico 25,1.8-17; Sal 66; Mateo 14,1-12

Nos suele suceder que cuando se menciona un profeta en lo primero que pensamos es que el profeta es el adivino del futuro. Es cierto que el profeta tiene una visión de la vida y del futuro de la vida que es muy especial, muy particular, porque su vida y su palabra están siendo anuncio por su testimonio de algo distinto, de algo nuevo, de una vida mejor. Pero la misión y la visión del profeta son para el hoy de nuestra vida.

Misión del profeta podemos decir que es abrir caminos en la vida, porque la rectitud de su vida lo está convirtiendo de algo nuevo, de algo mejor, de una distinta trascendencia de la vida, de un más profundo sentido; podíamos decir que le está poniendo a la vida alas de eternidad. Su vida se convierte en denuncia de todo lo que corte esas nuevas alas a la vida, de lo que nos pueda llevar por derroteros del mal; su palabra, entonces, se volverá exigente para ayudarnos a descubrir lo que verdaderamente es interesante, lo que verdaderamente dará plenitud a nuestra vida. Su vida es estímulo para nuestra búsqueda de la verdad que da sentido a nuestra vida.

Es una misión dura, una misión difícil, una misión que compromete toda nuestra vida, una misión que se vuelve hacia nosotros mismos, para convertirnos a nosotros en testigos. Y esa es la misión de todo cristiano, esa es nuestra tarea, ese es el camino de esperanza que hemos de emprender, pero no solo para nosotros mismos sino para cuantos nos rodean, para en verdad transformar nuestro mundo.

Una misión que nos hará sufrir, porque no soportamos en nosotros mismos esa falta de esperanza cada vez más, pero de una esperanza que nos llene de trascendencia, que contemplamos en el mundo que nos rodea. Una misión que nos hará sufrir porque encontraremos no solo quienes se hacen sordos a esa palabra que anunciamos, sino quienes van a estar en contra nuestro buscando la forma de anular el testimonio que nosotros podamos ofrecer.

Es lo que estamos contemplando hoy en el evangelio con Juan Bautista, el profeta que había aparecido en las orillas del Jordán junto al desierto y que su vida quería ser testimonio del momento nuevo que habían de vivir. Era el precursor del Mesías y su misión era preparar los caminos del Señor para que se encontrara un pueblo bien dispuesto, como incluso el ángel le había anunciado a Zacarías, su padre, antes de su nacimiento.

Preparar los caminos del Señor exigía un camino de rectitud; por eso pedía la conversión, por eso bautizaba en las aguas del Jordán a quien estuviera dispuesto a emprender ese nuevo camino. Esa voz que sonaba en el desierto era como un grito anunciando la vida. Es lo que le va pidiendo a quienes se acercan a él a escucharle, caminos de solidaridad, caminos del compartir, caminos de justicia, caminos de búsqueda de la verdad. Eran las recomendaciones que uno a uno iba haciendo a quienes se acercaban a la orilla del Jordán. Y ese grito llegó también a Herodes, aunque no tuviera la valentía de ir a hacer ese camino de desierto. Pero esa voz se convirtió en denuncia, que le llevaría a Juan a la cárcel por las instigaciones de quien quería quitarlo de en medio.

Todos hemos reflexionado muchas veces sobre cuanto sucedió en aquella fiesta del cumpleaños de Herodes, que terminaría con la cabeza de Juan en una bandeja como trofeo de quien se consideraba vencedora, pero que sería camino de su propia perdición.

A nosotros nos queda tomar en nuestras manos el testigo de Juan. Porque esa misión profética es también nuestra misión, cuando desde el Bautismo con Cristo nos hemos hecho sacerdotes, profetas y reyes.

¿Será nuestra presencia voz y grito de profeta en medio del mundo que nos rodea? Quien acudía a Juan se sentía interpelado para algo nuevo; quienes están a nuestro lado ¿se sienten interpelados a algo y por algo que puedan descubrir en nuestras vidas?

No acallemos ese profetismo del que tenemos que dar testimonio, porque el mundo necesita de ese profetismo, de esa voz y testimonio de la Iglesia, de esa voz y testimonio de cada uno de los cristianos. Estamos demasiado callados, estamos siendo demasiado invisibles, estamos siendo demasiado débiles y cobardes porque muchas veces rehuimos dar ese testimonio, ser ese faro y voz de profeta en nuestro mundo. Quitemos nuestros miedos.

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