Aprendamos
de la vida siendo reflexivos, sabiendo detenernos para rumiar una y otra vez
las cosas, para poder tener una mirada llena de sabiduría
Éxodo 40,16-21.34-38; Sal 83; Mateo 13,47-53
Algunas veces nos ponemos en plan de
sabios, muy reflexivos y muy ‘filosóficos’ como queriendo dejar sentencias y
nos decimos que la vida nos enseña, es la mejor escuela y el mejor maestro. No
niego el aserto final pero si me digo que la vida nos enseña, pero si nos
dejamos enseñar. Buenos maestros hemos tenido muchas veces y eso no significa
que todos hayamos salido unas lumbreras, porque si no escuchamos al maestro, no
quisimos aprender de él nada de su sabiduría se nos pegó.
Así me atrevo a decir, comentar o poner
una pega a afirmaciones como esa. Tenemos que dejarnos enseñar, y para eso
necesitamos reflexión, para eso necesitamos detenernos – eso que llamamos
estudiar que no es solo aprendernos una cosa de memoria – para asimilar, para
descubrir lo bueno y lo malo, lo que tenemos que aprovechar y lo que tenemos
que descartar; y en eso tenemos que ir haciéndonos criterios, saber ir haciendo
un juicio de valor a todo eso que nos va sucediendo o que vamos encontrando,
para saber valorar y para saber descartar. No es solo lo que nos enseñen o nos
metan a la fuerza en la cabeza, sino lo que nosotros vamos asumiendo.
Es lo que nos va a dar esa sabiduría de
la vida, que no es fácil, que no lo conseguimos de un plumazo, que no es una
nota que vayamos a conseguir aunque sea por lo raspado para decir que
aprobamos. Es algo más y es algo distinto. Será lo que nos dará verdadera maduración
a nuestra vida. Bien lo necesitamos.
Una hermosa tarea que tenemos que ir
sabiendo hacer; no siempre es fácil, muchas vueltas tenemos que darle a las
cosas, mucho tenemos que ir analizando lo que hemos experimentado en nuestra
propia vida para irnos formando esos criterios, mucho también tenemos que
dejarnos enseñar por quien nos pueda abrir cauces y horizontes para ver las
cosas de otra manera, desde otra perspectiva, porque no todo nos lo vamos a
tragar sea como sea. Será cuando nos encontremos a nosotros mismos, y seremos
lo que tenemos que ser.
El evangelio hoy nos habla de la red
echada al mar y que recoge toda clase de peces; será el sabio pescador el que
cuando llegue a la orilla y hará recuento de los peces que ha recogido la red,
verá los que son válidos y los que no, descartará a unos y recogerá a otros. Y
nos dice Jesús que el Reino de Dios es así. ¿Nos estará hablando de esa
sabiduría que hemos de tener en la vida? Como nos hablará también del hombre
sabio que saber ir sacando del arcos donde tiene guardadas las cosas lo que es
válido en cada momento. ¿Cómo ha llegado a descubrir lo que es valido en cada
momento para sacar lo oportuno en su tiempo? Como solemos decir, porque lo ha
estudiado, porque lo ha reflexionado, porque ha ido comparando una y otra cosa
para descubrir lo que es justo y lo que es bueno, porque ha ido madurando en su
interior para irse trazando esos principios para su vida, pero ha llegado a
ello después de una madura reflexión.
Adolecemos de muchas superficialidades
en la vida, vamos a lo loco, nos vamos dejando arrastrar por nuestros impulsos
sin valorar si aquello que hacemos de verdad es valido para el crecimiento de
nuestra vida, vamos mirando la vida y lo que hacemos muy a corto plazo sin
darle verdadera perspectiva a lo que hacemos o a lo que nos sucede, y por eso
vivimos en esa superficialidad, y todo se nos convierte en locura, y pensamos
que solo disfrutar del momento sea como sea es lo que importa, nos vamos dejando
arrastrar por nuestros caprichos, lo que satisfaga en este momento, nos vamos
construyendo la vida como un castillo de naipes que pronto se nos puede
desmoronar. Con cuantos infantiles nos vamos cruzando en la vida.
¿Aprendemos de la vida? Si sabemos ser
reflexivos, si sabemos detenernos a contemplar lo que nos va sucediendo para
irlo analizando, para ir descubriendo la bueno, para aprender donde no debemos
tropezar, para saber comenzar de nuevo rehaciendo lo que hemos hecho mal,
siendo capaces de ser humildes para dejarnos enseñar, y ser valientes para
reconocer nuestros errores. Es la mirada de la persona reflexiva, es la mirada
del sabio de verdad. Dejémonos conducir por el Espíritu de Dios fuente de
nuestra verdadera sabiduría.
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