Aprendamos
a seguir los ritmos del Reino de Dios que arranca de las cosas pequeñas y como
levadura hará a su tiempo fermentar nuestro mundo
Éxodo 32 15-24.30-34; Sal 105; Mateo 13,
31-35
¿Por qué no
hemos de reconocerlo? Todos cuando nos ponemos a soñar, soñamos con cosas
grandes, cosas importantes, cosas que llamen la atención. Sentimos un no sé
dentro de nosotros cuando vemos el éxito de los demás, que lo que realizan es
muy valorado y tenido en cuenta, que quizás han realizado cosas grandes que nos
hubiera gustado hacer a nosotros, y por eso al menos nos quedamos con nuestros
sueños.
Bajándonos de
los sueños, cuando hacemos nuestras programaciones de lo que podríamos hacer,
de lo que es un plan para nuestra empresa o en la tarea cualesquiera que sea
que nosotros realizamos, nos queremos programar a lo grande, realizar muchas
cosas y muchas cosas importantes. Pero, ¿nos daremos cuenta de que esas cosas
tan maravillosas que ahora vemos, o que nos programamos, tienen siempre que
comenzar de abajo, por cosas que en la grandiosidad de la obra hasta olvidamos,
pero que fueron cosas pequeñas en principio sobre lo que poco a poco se fue
creciendo?
Es como nos propósitos
que nos hacemos tantas veces cuando queremos hacer un cambio en nuestra vida.
Nos decimos de ahora en adelante no haré ni esto ni lo otro, y ya estamos
pensando en tantas cosas nuevas y distintas que vamos a hacer. Esos grandes propósitos
de grandes cosas, a pesar de lo grande, se los lleva el viento.
Hoy Jesús
cuando nos habla del Reino de Dios nos está enseñando a saber comenzar por lo
pequeño. Cuando pensamos en el Reino de Dios y cuando pensamos hoy en la
Iglesia querríamos una Iglesia triunfadora, una iglesia que hace grandes cosas,
una iglesia que se hace respetar por todas esas maravillas que decimos que
tiene que hacer. Pero la realidad de la Iglesia tenemos que vivirlo en lo
pequeño, la realidad de la Iglesia parte de cada uno de nosotros que en nuestra
pequeñez tenemos que aprender a hacer cosas pequeñas, que nos pueden parecer
insignificantes, pero que son las que están de verdad construyendo el Reino de
Dios.
Por eso hoy
Jesús nos habla de la mostaza, una semilla pequeña e insignificante, que no va
a producir un árbol grande, cuando más un pequeño arbusto, pero que será capaz hasta
de albergar el nido de un pajarillo; y nos habla de la levadura que
prácticamente es un polvo, una harina por explicárnoslo de alguna manera que ha
de mezclarse y prácticamente desaparecer en la masa pero que la hará fermentar,
y para eso tiene también su tiempo, para lograr el efecto deseado.
Hacernos
grano de mostaza, hacernos levadura que se disuelve en la masa, así comenzamos
la tarea de la construcción del Reino de Dios. Partimos de algo tan sencillo y
tan humilde como es un acto de fe. Un acto de fe que nos abaja de nuestros
pedestales para ponernos humildemente en la manos de Dios; un acto de fe que,
en cierto modo, es como voto de confianza que estamos dando a Dios (aunque esto
que estoy diciendo nos parezca muy atrevido); pero hablamos de la obediencia de
la fe, hablamos del reconocimiento de la grandeza de Dios y de su amor que será
lo que en verdad luego nos hará a nosotros grandes. Ponemos nuestra confianza
en Dios, es cierto, porque hemos sentido su amor sobre nosotros.
Pero
comenzamos a fiarnos y a dejarnos conducir; comenzamos a fiarnos y vamos a ir
comenzando a poner pequeños gestos y detalles de fe y de amor; esa fe que
ponemos en Dios nos hace creer en el hombre, nos hace confiar en la persona y
por eso comenzaremos a amar, a manifestar nuestro amor – que es dar las señales
del Reino de Dios en nosotros – a través de esos pequeños gestos de cercanía,
de ternura, de amor que vamos a poner en los demás.
La semilla germina,
y tiene su tiempo para germinar, y poco a poco irá brotando esa planta que luego
irá creciendo poco a poco. Tenemos que saber esperar. Eso que en el mundo en el
que vivimos de todo automático ya no sabemos tener, paciencia. Todo lo queremos
de forma automática, si el ordenador no nos responde tan deprisa como nosotros
queremos, nos desesperamos; si el teléfono móvil se nos pone lento, ya queremos
eliminarlo y buscar otro que sea más rápido.
Pero el
crecimiento siempre es lento, tiene su tiempo. No podemos hacer que un niño de
dos años, tenga ya la madurez de un adulto de cuarenta. Hemos de dejarlo
crecer, hemos de saber esperar sus propias etapas de crecimiento y de
maduración. Así nos sucede con el Reino de Dios, tiene sus tiempos, que son los
tiempos de Dios, que no es el automatismo que nosotros queremos dar; así es el
camino de la Iglesia, el camino de la transformación de nuestro mundo por la
levadura del evangelio.
¿Aprenderemos
a seguir los ritmos del Reino de Dios que arranca de las cosas pequeñas y como
levadura tiene que hacer fermentar nuestro mundo? Nos enseña también a respetar
el ritmo de las personas que tienen su tiempo para crecer y para madurar.
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