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lunes, 31 de julio de 2023

Aprendamos a seguir los ritmos del Reino de Dios que arranca de las cosas pequeñas y como levadura hará a su tiempo fermentar nuestro mundo

 


Aprendamos a seguir los ritmos del Reino de Dios que arranca de las cosas pequeñas y como levadura hará a su tiempo fermentar nuestro mundo

Éxodo 32 15-24.30-34; Sal 105; Mateo 13, 31-35

¿Por qué no hemos de reconocerlo? Todos cuando nos ponemos a soñar, soñamos con cosas grandes, cosas importantes, cosas que llamen la atención. Sentimos un no sé dentro de nosotros cuando vemos el éxito de los demás, que lo que realizan es muy valorado y tenido en cuenta, que quizás han realizado cosas grandes que nos hubiera gustado hacer a nosotros, y por eso al menos nos quedamos con nuestros sueños.

Bajándonos de los sueños, cuando hacemos nuestras programaciones de lo que podríamos hacer, de lo que es un plan para nuestra empresa o en la tarea cualesquiera que sea que nosotros realizamos, nos queremos programar a lo grande, realizar muchas cosas y muchas cosas importantes. Pero, ¿nos daremos cuenta de que esas cosas tan maravillosas que ahora vemos, o que nos programamos, tienen siempre que comenzar de abajo, por cosas que en la grandiosidad de la obra hasta olvidamos, pero que fueron cosas pequeñas en principio sobre lo que poco a poco se fue creciendo?

Es como nos propósitos que nos hacemos tantas veces cuando queremos hacer un cambio en nuestra vida. Nos decimos de ahora en adelante no haré ni esto ni lo otro, y ya estamos pensando en tantas cosas nuevas y distintas que vamos a hacer. Esos grandes propósitos de grandes cosas, a pesar de lo grande, se los lleva el viento.

Hoy Jesús cuando nos habla del Reino de Dios nos está enseñando a saber comenzar por lo pequeño. Cuando pensamos en el Reino de Dios y cuando pensamos hoy en la Iglesia querríamos una Iglesia triunfadora, una iglesia que hace grandes cosas, una iglesia que se hace respetar por todas esas maravillas que decimos que tiene que hacer. Pero la realidad de la Iglesia tenemos que vivirlo en lo pequeño, la realidad de la Iglesia parte de cada uno de nosotros que en nuestra pequeñez tenemos que aprender a hacer cosas pequeñas, que nos pueden parecer insignificantes, pero que son las que están de verdad construyendo el Reino de Dios.

Por eso hoy Jesús nos habla de la mostaza, una semilla pequeña e insignificante, que no va a producir un árbol grande, cuando más un pequeño arbusto, pero que será capaz hasta de albergar el nido de un pajarillo; y nos habla de la levadura que prácticamente es un polvo, una harina por explicárnoslo de alguna manera que ha de mezclarse y prácticamente desaparecer en la masa pero que la hará fermentar, y para eso tiene también su tiempo, para lograr el efecto deseado.

Hacernos grano de mostaza, hacernos levadura que se disuelve en la masa, así comenzamos la tarea de la construcción del Reino de Dios. Partimos de algo tan sencillo y tan humilde como es un acto de fe. Un acto de fe que nos abaja de nuestros pedestales para ponernos humildemente en la manos de Dios; un acto de fe que, en cierto modo, es como voto de confianza que estamos dando a Dios (aunque esto que estoy diciendo nos parezca muy atrevido); pero hablamos de la obediencia de la fe, hablamos del reconocimiento de la grandeza de Dios y de su amor que será lo que en verdad luego nos hará a nosotros grandes. Ponemos nuestra confianza en Dios, es cierto, porque hemos sentido su amor sobre nosotros.

Pero comenzamos a fiarnos y a dejarnos conducir; comenzamos a fiarnos y vamos a ir comenzando a poner pequeños gestos y detalles de fe y de amor; esa fe que ponemos en Dios nos hace creer en el hombre, nos hace confiar en la persona y por eso comenzaremos a amar, a manifestar nuestro amor – que es dar las señales del Reino de Dios en nosotros – a través de esos pequeños gestos de cercanía, de ternura, de amor que vamos a poner en los demás.

La semilla germina, y tiene su tiempo para germinar, y poco a poco irá brotando esa planta que luego irá creciendo poco a poco. Tenemos que saber esperar. Eso que en el mundo en el que vivimos de todo automático ya no sabemos tener, paciencia. Todo lo queremos de forma automática, si el ordenador no nos responde tan deprisa como nosotros queremos, nos desesperamos; si el teléfono móvil se nos pone lento, ya queremos eliminarlo y buscar otro que sea más rápido.

Pero el crecimiento siempre es lento, tiene su tiempo. No podemos hacer que un niño de dos años, tenga ya la madurez de un adulto de cuarenta. Hemos de dejarlo crecer, hemos de saber esperar sus propias etapas de crecimiento y de maduración. Así nos sucede con el Reino de Dios, tiene sus tiempos, que son los tiempos de Dios, que no es el automatismo que nosotros queremos dar; así es el camino de la Iglesia, el camino de la transformación de nuestro mundo por la levadura del evangelio.

¿Aprenderemos a seguir los ritmos del Reino de Dios que arranca de las cosas pequeñas y como levadura tiene que hacer fermentar nuestro mundo? Nos enseña también a respetar el ritmo de las personas que tienen su tiempo para crecer y para madurar.

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