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viernes, 12 de septiembre de 2025

Emprendamos un camino de sinceridad y humildad en el que vayamos poniendo nuestros granitos de arena que construyan un mundo de luz en que sepamos aceptarnos mutuamente


Emprendamos un camino de sinceridad y humildad en el que vayamos poniendo nuestros granitos de arena que construyan un mundo de luz en que sepamos aceptarnos mutuamente

1Timoteo 1, 1-2. 12-14; Salmo 15; Lucas 6, 39-42

Solemos decir que cada uno tiene su propia visión de las cosas, es cierto y merece todo respeto; pero también hay otro dicho que nos habla de que cada uno ve las cosas según el color del cristal a través del cual mira; nuestras visiones, pues, pueden estar marcadas por nuestras propias experiencias, lo que ha producido en nosotros una reflexión profunda sobre lo que nos va aconteciendo, sacando nuestras conclusiones y nuestras lecciones, o podemos vernos influidos también por lo que hay a nuestro alrededor, las ideas de los que caminan a nuestro lado o incluso por las manipulaciones que realizan los que quieren dirigirnos en una determinada dirección.

¿Cómo salir de una visión parcial o de una visión meramente subjetiva para llevar a una verdad que sea más absoluta y permanente? En eso está el hombre sabio, para lo que trabaja y reflexiona, para llevarnos a lo que es verdaderamente fundamental, para tener esa claridad de visión de lo que sucede e incluso de nuestra propia vida. Es la búsqueda en la que hemos de empeñarnos, es la inspiración que queremos encontrar en la verdadera y autentica sabiduría, es lo que buscamos en Dios, en su revelación y en su palabra. Y no siempre es fácil, pero ese camino de ascensión en nuestra vida hemos de emprender.

A eso nos quiere estar llevando la Palabra de Dios que escuchamos y que hemos de hacerlo con todo respeto y con una gran apertura de nuestro corazón. Es un camino de ascensión que no siempre es fácil. Hoy nos habla Jesús de los ciegos guía ciegos, que es un peligro y tentación en la que podemos caer. Nosotros mismos sin tener una claridad de ideas queremos influir en los demás. ¿Estaremos cayendo en el hoyo como nos dice Jesús?

Pero esto nos tiene que hacer pensar también en esa visión que nosotros podemos tener de los demás. No nos suceda como a aquella mujer que decía que su vecina lavaba mal su ropa y la tendía a secar llena de manchas, hasta que un día alguien le hizo comprender que las manchas no estaban en la ropa de su vecina sino en los cristales de su ventana; era necesario tener bien limpios los cristales de su ventana para poder ver con claridad, para que en verdad la luz radiante del exterior también penetrara en su casa.

Somos nosotros con nuestros prejuicios cuando juzgamos a los demás; la visión que tenemos de los demás está deforme porque en la retina de nuestro corazón guardamos mucha maldad que va a deformar la visión de las cosas, la visión de la vida de los demás. Necesitamos un colirio que nos cure y que nos limpie; en Jesús lo podemos encontrar; El ha venido a poner una luz en nuestro corazón que dará verdadero brillo a nuestra vida, que dará verdadero brillo a nuestros ojos, que nos hará tener una visión clara de la vida, que nos hará ver con nuevos y limpios ojos a los demás.

Hoy nos habla el evangelio de quitar la viga de nuestro ojo antes de querer quitar la parva que pudiera haber en el ojo ajeno. Es cierto que tenemos que corregirnos, porque nos amamos y nos ayudamos a caminar; pero tiene que brillar la delicadeza y la humildad, la delicadeza en las palabras con que nos acercamos al otro siempre derramando ternura, y humildad para saber aceptar que nosotros también somos débiles, tenemos nuestros tropiezos, también tenemos que dejarnos corregir por el hermano. Qué mal nos ponemos habitualmente cuando alguien nos expresa una opinión que pudiera contradecir lo que nosotros decimos o hacemos; cuanto nos cuesta tener la valentía de reconocer que también nosotros nos podemos equivocar; cómo rebrota tantas veces nuestro orgullo y nuestro amor propio prejuzgando que quien nos corrige lo que quiere es hundirnos o destruir lo que nosotros pretendemos construir.

        Si somos sinceros tenemos que reconocer que eso nos pasa con demasiada frecuencia, pero que triste es también el espectáculo que ofrece nuestra sociedad que en lugar de colaborar con buenos deseos se destruye mutuamente porque no sabemos aceptar lo bueno que nos puedan ofrecer los demás. Pongamos nuestros granitos de arena de sinceridad y de humildad que vayan construyendo una sociedad mejor. El Evangelio es una luz que nos guía en este camino que tendríamos que emprender. 

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