Jesús ora por nosotros para que no nos desalentemos y superemos esa desazón que se nos puede entrar en el alma
Hechos, 20, 28-38; Sal
67; Juan
17, 11b-19
Hay momentos en que contemplando el cuadro de la vida
que se nos presenta a nuestro alrededor sentimos una cierta desazón en el alma
y casi poco menos que quisiéramos abandonar el barco en el que vamos cruzando
la mar de nuestra existencia.
No es que queramos ser pesimistas pero contemplamos
tanta maldad en el corazón de tantos a nuestro alrededor que de alguna manera
nos sentimos como aterrados, envidias y malquerencias, vanidad y falsedad en
que se busca solo la apariencia, mentira e hipocresía de la vida donde todo
vale con tal de conseguir mis fines, corrupción e injusticia, materialismo y
sensualidad como sentido del existir, y así tantas cosas. ¿Podemos navegar en
ese mar embravecido de tanta maldad queriendo ser honrados, actuar con
rectitud, buscando un sentirnos humanos y hacer siempre el bien aunque nos
cueste? Ya decía sentimos una cierta desazón en el alma.
Es el mundo en el que vivimos, aunque tenemos que
reconocer que no todos actúan así, pero lo que sucede es que el mal brilla
quizá con mayor fuerza que lo bueno y lo justo que muchos llevan en su corazón
y que quiere ser en verdad norma y sentido de su actuar y con lo que quieren o
queremos hacer un mundo mejor.
Pero no podemos desalentarnos. Hoy hemos escuchado en
el evangelio que Jesús ora por nosotros y que no nos va a apartar o separar de
ese mundo. Fue a ese mundo al que El vino enviado por el Padre con la misión de
la salvación y a ese mundo nos envía a nosotros. Pero quiere darnos una
garantía. No nos faltará la asistencia y la fuerza de su Espíritu. Jesús mismo
ora al Padre por nosotros; sentado está a la derecha de Dios Padre en los cielos,
como lo hemos confesado en estos días de la Ascensión, intercediendo por
nosotros porque El es el Mediador de la Nueva Alianza.
‘Padre santo,
guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como
nosotros’, le hemos
escuchado pedir hoy en su oración sacerdotal. ‘No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo’, continua diciendo. Para
finalmente pedir por nosotros: ‘Conságralos
en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío
yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren
ellos en la verdad’.
Santifícalos, conságralos… dice Jesús. Que nos llene de
su gracia y de la fuerza del Espíritu. Que nos mantengamos en la unidad. ‘Que sean uno como nosotros’, pide. Es
importante esa unidad, esa comunión que tiene que haber entre los que creemos
en Jesús y buscamos realizar el Reino de Dios.
Decíamos que brilla fuerte el mal que impregna nuestro
mundo, pero tenemos que hacer brillar con fuerza el bien, la bondad, el amor.
Sepamos abrir los ojos para encontrar a nuestro lado a todos esos que luchan también
por la verdad, por el bien y por la justicia; que sepamos valorar todo lo bueno
que hacen tantos y sentirnos en comunión con ellos para que unidos hagamos
brillar con mas fuerza la luz del amor que transforme nuestro mundo.
Un gran pecado nuestro es que muchas veces vamos a
nuestro aire, queremos hacer el bien pero nos aislamos de los otros, no sabemos
unirnos de verdad con todo lo bueno que podamos encontrar. Es importante esa
petición que Jesús está haciendo por nosotros para que no nos desalentemos ni
decaigamos, para que superemos esa desazón o esa desgana que nos puede entrar
en muchas ocasiones.
Unidos nos sentiremos más fuertes para hacer el bien y
así vencer las sombras del mal que quieren entenebrecer nuestro mundo.
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