Contemplar y celebrar la glorificación de María en su Asunción es sentirnos estimulados porque ella es nuestro modelo y nuestro consuelo que nos llena de esperanza
Apoc. 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Cor. 15, 20-27ª; Lc. 1, 39-56
En la vida necesitamos puntos de referencia que de alguna manera nos
marquen el camino; no solo es señalarlos la verdadera ruta sino además
servirnos como de estimulo para que sigamos avanzando a pesar de que en
ocasiones el camino se nos vuelva dificultoso o nos aparezcan los problemas. No
son simples señales de trafico que nos dicen por donde ir correctamente, y que
si las seguimos con fidelidad estamos seguros de no errar en nuestra ruta.
Eso sería como muy elemental y más que marcas materiales, o leyes y
normas que nos digan lo que podemos o no podemos hacer, como decíamos, lo que
necesitamos son estímulos en quienes vemos que han hecho ese camino y nos están
dando esperanza porque de alguna manera nos dicen que ellos lo hicieron antes
que nosotros y nosotros podemos hacerlo también. Son los ejemplos que podemos
encontrar en los demás; una persona que vemos vivir en rectitud a pesar de los
avatares de la vida es la mejor prédica que podamos tener para nosotros vivir también
en esa misma rectitud.
Son los ejemplos que podemos admirar en nuestros padres o las personas
que influyen en nuestra educación. La altura moral que podemos descubrir en
nuestros educadores es el mejor testimonio que podamos recibir para cultivar en
nosotros nuestra propia personalidad. No simplemente copiados sino que su
testimonio es estimulo que se puede convertir en fuerza interior para nuestro
crecimiento personal.
En el camino de nuestra vida espiritual y cristiana tenemos el
evangelio que nos señala cual ese ideal de nuestra vida para vivir intensamente
el Reino de Dios que nos anuncia Jesús. Por supuesto sabemos que no nos falta
la gracia del Señor que fortalece nuestras vidas para alcanzar esa plenitud de
vida eterna que nos ofrece Jesús con su salvación.
Pero esa gracia de Dios llega a nosotros en el testimonio de los
santos que ante nosotros se presentan como modelos de lo que es vivir ese
camino del seguimiento de Jesús y al mismo tiempo son estimulo para nosotros
para superar cuanto hayamos de superar y vencer para vivir plenamente el Reino
de Dios. Es así siempre como hemos de ver los santos al lado de nuestra vida,
no como unos talismanes que nos van a solucionar los problemas milagrosamente
sin que nosotros pongamos de nuestra parte ese esfuerzo en el seguimiento de Jesús.
Eso podemos decir del conjunto de los santos que nos acompañan en
nuestro caminar, sean los santos que en el transcurso de la historia nos han
quedado ahí como modelos permanentes de nuestra vida cristiana, sean los santos
que caminan aun a nuestro lado cuando el camino junto a nosotros pero cuyo
testimonio podemos contemplar en su entrega, en su dedicación y en la santidad
de sus vidas.
Pero ¿qué no podemos decir de María, la madre de Jesús y nuestra
Madre? La hemos endiosado por llamarla la Madre de Dios, y lo es, y parece que
algunas veces la hemos hecho supraterrena y la hemos colocado demasiando alta
en sus altares, olvidando que ella fue una como nosotros, que caminó también
sobre el barro de esta tierra al lado de Jesús y así es el mejor ejemplo de
Madre que a nosotros nos puede acompañar en el camino de nuestro seguimiento de
Jesús.
Hoy precisamente la contemplamos glorificada en su Asunción al cielo y
la hemos llenado demasiado de mantos y de joyas, que sí es cierto le ofrecemos
en nuestro amor de hijos, pero que pudieran alejarla de nosotros y no
terminemos de ver cuales son las verdadera joyas que adornan su vida y en lo
que es verdadero ejemplo y estimulo de lo que tiene que ser nuestro seguimiento
de Jesús.
‘Ella es figura y primicia de la Iglesia’, como la proclama la
liturgia de este día de su glorificación. Así tenemos que verla, contemplarla.
El evangelio de hoy la presenta caminante para el servicio, cuando va a casa de
su prima Isabel donde sabe que la pueden necesitar.
Somos, sí, ese pueblo peregrino, ese pueblo caminante aquí en medio de
nuestro mundo y también con una misión. Nuestra misión no es otra que la del
servicio, la del amor. El mundo que nos rodea necesita de nuestro amor,
necesita ver nuestra dedicación al servicio de los demás, necesita esa palabra
y esa luz que les puede ayudar e iluminar para encontrar también un sentido
nuevo y un valor nuevo de cuanto hacemos. Es el testimonio del servicio que
nosotros hemos de dar, aunque muchas veces nos cueste salirnos de nosotros
mismos.
Y contemplamos hoy a María, que se pone en camino, cuando quizás ella
necesitaba en su incipiente maternidad ayuda de los demás, pero es capaz de
olvidarse de si misma para ir al encuentro de Isabel. ¿No es eso lo que
nosotros también tendríamos que hacer? Tenemos el peligro y la tentación tantas
veces de reservarnos para nosotros mismos. Miremos a María, que nos estimula
con su ejemplo, con su amor, con su caminar para que aprendamos y tengamos
fuerzas para hacer lo mismo. ‘Consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino
en la tierra’, que repito la proclama hoy la liturgia.
Hoy, como decíamos, la contemplamos glorificada en su Asunción al
cielo. Es la gloria de la Iglesia, es la gloria que un día esperamos nosotros también
alcanzar. Hacemos este camino del Reino de Dios con la esperanza de la gloria
del cielo. Sabemos que podemos alcanzarla. Jesús nos decía que El iba a
prepararnos sitio. Con esas metas de eternidad feliz y dichosa junto a Dios
caminamos este camino de nuestro mundo sembrando esas semillas del Reino de
Dios con nuestra entrega, con nuestro servicio, con la responsabilidad con que
queremos vivir el momento presente de nuestra vida, sin perder nunca la alegría
de la fe porque hay esperanza en nuestro corazón.
Miramos a María y nos sentimos estimulados a seguir haciendo ese
camino; miramos a María y sentimos fuerza en nuestro corazón porque no nos
falta la gracia del Señor que ella intercede por nosotros y para nosotros;
miramos a María y pretendemos parecernos a ella para ser luz para nuestro
mundo, para llevar esa luz de Cristo como ella supo y sabe seguir llevándola
para iluminar nuestros caminos.
La llamamos en nuestra tierra María de Candelaria, y así la celebramos
también gozosamente en este día, porque nos trajo la candela, nos trajo la luz,
sigue iluminando nuestro camino con la luz de Jesús. Hoy doblemente en nuestra
tierra nos sentimos llenos de gozo en esta fiesta de María, por cuanto
significa su Asunción y glorificación, por cuanto la podemos llamar Madre de
Candelaria para iluminarnos de su luz, que es siempre la luz de Jesús.
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