Vistas de página en total

jueves, 17 de agosto de 2017

Qué dichosos seríamos si fuésemos capaces de aceptarnos y perdonarnos siempre porque así mereceríamos la bienaventuranza de Jesús para los que son misericordiosos de corazón

Qué dichosos seríamos si fuésemos capaces de aceptarnos y perdonarnos siempre porque así mereceríamos la bienaventuranza de Jesús para los que son misericordiosos de corazón

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Sal 113; Mateo 18,21. -19,1
Una buena convivencia en armonía y paz es lo que todos deseamos; saber entendernos y comprendernos, aceptarnos mutuamente sabiendo que todos tenemos limitaciones y podemos errar, procurar siempre el bien de los demás ofreciendo con generosidad nuestros servicios, nuestras buenas acciones son cosas que deseamos.
Pero bien sabemos que aunque lo intentemos con buena voluntad no siempre es fácil. Surgen las incomprensiones, aparecen en ocasiones los malos modos y exigencias, tenemos la tendencia a querer dominar y que se hagan las cosas según nuestro gusto, y llega un momento en que nos sentimos molestos y ofendidos por lo que alguien hace o dice.
Lo bueno seria que supiéramos superarnos, olvidar esos malos momentos, pero algunas veces se repiten las cosas, parece que no se termina de entender que no somos los únicos ni los reyes caprichosos del mundo, y nos vienen resentimientos por lo que el otro pudo decir, o quizá incluso pensar de nosotros y no digamos nada cuando sentimos que algo nos hiere y toca fibras sensibles de nuestro corazón y nuestra vida.
Es cuando tendría que aparecer nuestra capacidad de comprender y perdonar, pero parece que no siempre está el horno para bollos, como suele decirse, y surge en nosotros una mala reacción con la que también quizá podemos ofender, o al menos nos sentimos resentidos en el corazón y ya no somos capaces de disimular, olvidar y perdonar. y cuando las situaciones se repiten una y otra vez ya no lo queremos dejar pasar y vienen esos distanciamientos, el recelo, el resentimiento y hasta los deseos de venganza; ya se rompió aquella bonita e idealizada convivencia que tanto deseamos porque comenzamos a ponernos barreras de no aceptación porque no somos capaces de perdonar.
Es el eterno problema que no sabemos resolver y que tanto daño nos hace cuando aparecen resabios de odio dentro de nosotros hacia el que me haya podido haber ofendido en alguna ocasión.
Es lo que se nos está planteando hoy en el evangelio. ¿Seremos capaces de perdonar? ¿Perdonaremos y olvidaremos restituyendo de nuevo aquellas buenas relaciones de amistad que se habían perdido? Pero cuando hay reincidencia en la ofensa ¿hasta donde tengo que llegar? ¿Cuántas veces tengo que perdonar?
Es la pregunta y el planteamiento que surge en los labios de Pedro, pero que refleja lo que pensamos en nuestro interior. Ya sabemos bien la respuesta de Jesús porque hasta tantas veces jugamos con sus palabras. Lo que Jesús nos está diciendo ahora no es sino una consecuencia de lo que ya nos propuso en el sermón del monte. Allí llamaba dichosos y bienaventurados a los que fueran misericordiosos en su corazón, a los que habían quitado toda maldad de su espíritu para vivir en la sencillez y en la humildad, a los que en verdad querían la paz y la buscaban no solo para si sino también para los demás.
Luego cuando nos hable del amor nos hablará del amor incluso a los enemigos, a los que no nos hacen bien, por los que además de querer perdonar tenemos también que rezar. Y nos habla Jesús del sol que sale sobre buenos y malos, de la lluvia que Dios envía a justos e injustos para decirnos como es el amor del Señor por todos a pesar de que le hayamos ofendido. Y nos dirá Jesús que tenemos que ser compasivos como nuestro Padre del cielo es compasivo.
No nos extraña, entonces, que Jesús nos diga ahora que no solo tenemos que perdonar siete veces sino setenta veces siete, para decirnos cómo siempre tenemos que perdonar. Y para que lo entendamos nos propone una parábola que nos habla de ese amor infinito de Dios que nos perdona aunque grandes sean nuestras deudas, nuestros pecados, y que entonces así tenemos que saber perdonar esas pequeñas cosas que nos puedan hacer nuestros hermanos. Es que nuestra vida tenemos que envolverla en la misericordia, y así siempre tenemos que perdonar.
Qué paz podemos sentir en el corazón cuando somos capaces de perdonar. Porque cuando no perdonamos somos nosotros los que lo pasamos peor porque no somos capaces de quitar esa mala semilla del rencor y resentimiento de nuestra vida, siempre lo estaremos recordando y siempre estaremos sufriendo a causa de ello. Pero cuando sabemos perdonar, la paz vuelve a nuestro corazón. Con el perdón estamos llenando de la hermosa semilla de la generosidad nuestro corazón y nuestra vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario