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martes, 17 de noviembre de 2009

Un testimonio de fidelidad hasta la muerte

Mc. 6, 18-31
Sal. 3
Lc. 19.1-10


Ayer comenzamos a leer el libro de los Macabeos, que continuaremos escuchando toda esta semana, salvo algún de celebración especial. Nos narra la resistencia de los hermanos Macabeos – de ahí su nombre – contra las acciones de Antioco Epifanes que pretendía suprimir la religión judía bajo el signo del paganismo.
Lo que ayer escuchamos nos describe el cuadro con la deserción de muchos judíos que renegaban de su fe para realizar cultos paganos, abandonando las leyes y costumbres judías. Pero como terminaba diciéndonos ayer ‘hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no contaminarse ni profanar la Alianza. Y murieron…’
Hoy nos presenta el texto un personaje concreto, Eleazar ‘uno de los principales maestros de la ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno’. El prefería ‘una muerte honrosa a una vida de infamia’. Pretendían ayudarla a salvar la vida con la simulación. Como hemos escuchado ‘él adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de canas honradas e ilustres, de su conducta intachable y sobre todo digna de la ley santa de Dios’ rehusó lo que le ofrecían. ‘Enviadme al sepulcro… no es digno de mi edad ese engaño…’ No quería dejar tampoco un mal ejemplo para los jóvenes y prefirió la muerte, ‘dejando un ejemplo memorable de heroísmo y virtud’.
Es un testimonio hermoso muy válido también para los hombres de nuestro tiempo. Un anticipo de lo que fueron y siguen siendo los mártires cristianos de todos los tiempos. La fidelidad al Señor por encima de todo, incluso de la propia vida.
Es un texto de la Palabra de Dios que nos sigue hablando a todos señalándonos muchas cosas. ¿Hasta dónde llega nuestra fidelidad al Señor y a sus mandamientos? En todo aquello que hacemos, ¿nos preguntamos seriamente cuál es la voluntad del Señor? La fe no es algo que vivimos ajenos al resto de la vida, como si sólo fuera para algunas cosas. Todo lo que hagamos siempre ha de conformarse con lo que es la voluntad del Señor para que todo sea siempre para la gloria de Dios.
Con qué facilidad nos disculpamos y hasta tratamos de justificarnos cuando no somos fieles al Señor en el cumplimiento de sus mandamientos. Para todo queremos tener disculpas, pues siempre queremos poner por delante nuestras conveniencias. Nos respaldamos fácilmente en lo que todos hacen, para no querer ir a contracorriente de lo que hacen los demás, como se dice ahora lo políticamente correcto; como si la bondad o la maldad de las cosas se definiera simplemente por lo que dice o hace la mayoría. No confundamos las leyes de los hombres con la ley del Señor. Hay muchas cosas que están en profunda contradicción con lo que son nuestros principios y valores cristianos y es ahí donde tenemos que decantarnos, hacer nuestra opción en conciencia poniendo en verdad a Dios por encima de todo.
Por encima de todo está lo que es la ley del Señor plasmada en el corazón de todo hombre en la ley natural que se ve luego enriquecida por la ley positiva del Señor y por el Evangelio para nosotros los cristianos. Hemos de reconocer y no es tratar de disculpar o justificar que por la mala formación hay en muchos una gran confusión en este aspecto.
Que el Señor nos haga valientes en nuestra fe, la valentía de los mártires si fuera necesario. No tendremos que llegar quizá al martirio cruento, pero el heroísmo está en la fidelidad de cada día, incluso en las cosas pequeñas. Porque el que no sabe ser fiel en lo poco, en lo pequeño, no sabrá serlo en las cosas importantes. Necesitamos en nuestro mundo testigos, testigos de fidelidad al Señor, testigos que alienten nuestra fe y nuestra esperanza.

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