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domingo, 15 de noviembre de 2009

Verán venir al Hijo del hombre con gran poder y majestad


Dan.12, 1-3;

Sal. 15;

Heb. 10, 11-14.18;

Mc. 13, 24-32


Hay aspectos de nuestra fe, que son contenidos muy específicos del Credo que profesamos, que algunas veces parece que tenemos apartados a un lado, como un coche que no utilizamos y que nos parece que no necesitamos. Todo el contenido de nuestra fe es importante porque esa fe que profesamos envuelve totalmente nuestra vida, algo más, nos tiene que impregnar desde lo más hondo y es lo que da un sentido pleno a nuestra existencia.
Hoy hemos escuchado decir a Jesús en el Evangelio. ‘Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a los elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo’. Nos habla de su vuelta, su retorno, su segunda venida al final de los tiempos. Un aspecto en el que no solemos pensar, que forma parte de nuestra fe y que ha de alentar fuertemente nuestra esperanza cristiana.
Complementando, si lo queremos decir así, esto que Jesús nos ha dicho hoy le escucharemos también declarar ante el Sanedrín cuando el pontífice la pregunta si El es el Hijo de Dios. ‘Tú lo has dicho. Y yo os digo que veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Padre y viniendo entre las nubes del cielo’. A la afirmación de que es el Hijo de Dios une el anuncio de su venida al final de los tiempos.
Igualmente este texto nos recordará la alegoría del juicio final ‘cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los ángeles con El, se sentará sobre un trono de gloria’. Y también, ¿qué es lo que decimos en el Credo? ‘Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin’.
Todo esto lo expresamos en distintos momentos de la liturgia. Por una parte en la plegaria eucarística, al hacer memorial de su muerte, resurrección y ascensión al cielo decimos ‘mientras esperamos su venida gloriosa te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo… sacrificio agradable a ti y salvación para el mundo entero’.
Por otra parte pediremos vernos libres de todo mal, llenos de paz, ‘libres del pecado, protegidos de toda perturbación mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’; así decimos en el embolismo del padrenuestro.
Me ha parecido importante subrayar en nuestra reflexión estos textos de la Escritura y de la liturgia porque tenemos que ver que lo que creemos y lo que celebramos están muy unidos entre si y con la vida que vivimos; y también para resaltar esa virtud de la esperanza en la venida del Señor y en la vigilancia para estar preparados para su encuentro que ‘no sabemos el día ni la hora’.
Jesús, cuando nos habla de todo esto, nos ha propuesto la pequeña parábola de la higuera y sus brotes en la primavera anunciadores de la plenitud de un verano cargado de frutos. ‘Cuando las ramos se ponen tiernas y brotan las yemas, deducimos que el verano está cerca’, nos dice. Por eso, nos añade Jesús: ‘Sabed que el Señor está cerca, a la puerta’. Estemos atentos entonces para ver las señales de la venida del Señor, como las yemas que brotan en la higuera.
Esto entraña vigilancia, estar atentos. En la antífona del aleluya antes del evangelio se nos dijo con palabras de Jesús. ‘Estad siempre despiertos y pidiendo fuerza para mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre’. Despiertos y en pie, nos ha dicho.
Hay quienes al pensar estas cosas se ponen nerviosos y llenos de temor. No es lo que el Señor pretende. El quiere que nunca perdamos la paz. Es un encuentro con El. Tendría que ser de gozo y de alegría, como cuando vamos a encontrarnos con quien amamos y sabemos que nos ama. Como cristianos, a pesar de nuestras flaquezas y debilidades, tendríamos que vivir siempre llenos de Dios. ¿Por qué temer, entonces, ese encuentro pleno y definitivo con El?
Simplemente Jesús nos pide vigilancia. Vigilar es saber dar a cada momento la importancia que tiene. Cada situación que vamos viviendo en cada momento de la vida es como una llamada del Señor para vivirla según el Espíritu y el Evangelio. Hay que estar atentos, pues, a las personas que nos rodean, a las circunstancias que vivimos para saber decidir en todo momento cómo vas a vivir esa relación con el otro, esa situación en la que nos encontramos según nos enseña el Evangelio. Es así como nos estamos manifestando como cristianos. El Espíritu del Señor nos irá iluminando allá en lo hondo del corazón y si nos dejamos conducir por El siempre haremos la bueno, lo mejor, lo que más agrada a Dios.
Llegará el Señor y nos encontrará como el administrador fiel atento a su responsabilidad, como los siervos eficientes que en cada momento saben lo que tienen que hacer. El juicio de Dios sobre nuestra vida será entonces benevolente y se cumplirá en nosotros aquello que hemos escuchado hoy al profeta Daniel. ‘Muchos de los que duermen en el polvo despertarán para una vida eterna’. Seremos, entonces, como ‘los sabios que brillarán como el fulgor del firmamento… como las estrellas por toda la eternidad’.
Como decíamos al principio, estos aspectos de nuestra fe, estos artículos de nuestro Credo es bueno recordarlos y tenerlos muy presentes, muy en cuenta porque todo ello motivaría más nuestra vida para vivir en esperanza, para vivir un vida más santa.

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