Vaciemos nuestro corazón y nuestra vida de tantos ruidos que en la posesión y en la satisfacción de las cosas materiales nos insensibilizan para abrirnos a lo espiritual y trascendente
Jeremías
17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31
Algunas veces nos sentimos tan llenos y tan satisfechos con las cosas
materiales que nos parece que ni nada nos puede dar mejor felicidad, ni nunca
se nos va a terminar todo eso que poseemos y a lo que nos apegamos. Pensando
solo en disfrutar de esos bienes nos cegamos de tal manera que ni somos capaces
de ver lo que pueda haber en nuestro entorno ni de pensar en algo superior a
eso material de lo que disfrutamos y que nos de una mayor trascendencia a
nuestra vida. Nos sentimos llenos, satisfechos, insaciables porque siempre querríamos
tener mas y poder incluso de disfrutar de mas cosas, todo se nos queda en esas
satisfacciones que llene o satisfaga nuestros sentidos y perdemos un aspecto
muy importante de nuestra vida que es todo lo espiritual.
Había un hombre rico que vestía de púrpura y banqueteaba
espléndidamente cada día. No pensaba en ninguna otra cosa, no era capaz de ver
algo distinto y que pudiera darle un sentido nuevo a lo que hacia. Así comienza
la parábola que nos propone Jesús hoy en el evangelio. Y a ese hombre rico se
contrapone el pobre mendigo que nada tenía, con su cuerpo cubierto de llagas,
tirado a la puerta del rico del que no recibía ni la más mísera migaja, sin ningún
consuelo humano, y que solamente unos perros le lamían las heridas de sus
llagas.
Una parábola que comienza haciéndonos una descripción de situaciones
que se siguen dando hoy, en las que nosotros podemos estar cayendo. Descripción
dramática de cuanto sucede en nuestro mundo dividido por la pobreza y por
tantas miserias que lo azotan de una forma o de otra.
Ya en estos primeros párrafos de la parábola con esta descripción que
nos hace tendría que hacernos pensar en los graves problemas de nuestro mundo,
pero puede ser un acercamiento también a esas actitudes y posturas que podrían
aparecer en el día a día de nuestra vida. Como aquel hombre rico también
tenemos la tentación de cerrar los ojos, de mirar para otra parte, de pasar por
la calle insensible a muchas miserias que podríamos contemplar en nuestro
entorno si fuéramos capaces de abrir nuestros ojos de manera distinta. Si se
despertara un poquito nuestra sensibilidad para ver y mirar de manera distinta
lo que nos rodea, a los que nos rodean, ya estaríamos sacando una hermosa
lección de esta parábola.
Una parábola por otra parte con la que Jesús quiere también abrirnos a
la trascendencia de nuestra vida. Nos habla de la muerte tanto del pobre Lázaro
como del rico y nos habla de una situación que va más allá de la muerte, y que
nos quiere abrir también a una trascendencia espiritual de nuestra vida, de lo
que hacemos.
Nos está hablando también de la salvación eterna. Aquel hombre desde
el abismo en que se ve sumergido ahora en la eternidad cuando ha vivido hasta
entonces una vida al margen de Dios quiere encontrar consuelo y alivio para sus
penas. Ha vivido lejos de Dios y lejos de Dios permanecerá por toda la
eternidad. No quiere sin embargo que le suceda de manera semejante a sus
hermanos que aun viven en este mundo y suplica para Abrahán envíe a Lázaro que
con apariciones milagrosas avise a sus hermanos para que cambien de sentido de
vida cuando aun tienen tiempo.
Tienen a Moisés y a los profetas que son los que han de escuchar, le
responde Abrahán. Es una expresión con la que se quiere señalar cómo en la vida
tenemos tantos mensajeros de Dios a quien podemos escuchar, tenemos la Palabra
de Dios que resuena continuamente y a la tantas veces hacemos oídos sordos,
tenemos el medio de saber darle esa trascendencia a nuestra vida dándole un
sentido espiritual también a lo que hacemos y abriendo nuestro corazón a Dios
poder en verdad cambiar nuestra vida.
Somos muy dados a buscar las cosas milagrosas y extraordinarias porque
parece que eso si nos llamaría más nuestra atención y olvidamos ese verdadero
milagro de amor que es el que cada día podamos escuchar la Palabra del Señor
que desde la Biblia, desde la celebración sagrada, desde el magisterio de la
Iglesia puede llegar de verdad a nosotros si abrimos nuestro corazón a Dios.
Vaciemos nuestro corazón y nuestra vida de tantos ruidos que en la
posesión y en la satisfacción de las cosas materiales nos insensibilizan para
abrirnos a lo espiritual, para darle verdadera trascendencia a nuestra vida,
para abrirnos de verdad a Dios y a su Palabra.
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