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sábado, 18 de abril de 2020

Ni Magdalena se quedó con la noticia para ella sola ni los discípulos se pudieron quedar encerrados en su gozo sino que fueron a todos para llevar la noticia de la resurrección de Jesús


Ni Magdalena se quedó con la noticia para ella sola ni los discípulos se pudieron quedar encerrados en su gozo sino que fueron a todos para llevar la noticia de la resurrección de Jesús

Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16, 9-15
El evangelio de Marcos que en sí mismo es el más breve de los cuatro evangelios es también el que con mayor brevedad nos relata las apariciones de Cristo resucitado a los discípulos. Lo que hoy se nos presenta es ese resumen de las apariciones de Cristo resucitado que el evangelista concreta en la aparición a María Magdalena, a los dos discípulos que se marcharon de Jerusalén coincidiendo con el relato que nos hace Lucas de los discípulos de Emaús,  y una aparición al grupo reunido en el Cenáculo.
Hay algo sin embargo que se nos quiere de alguna manera resaltar y es que a los discípulos les costó aceptar el hecho de la resurrección de Jesús hasta que por si mismos ellos no experimentaron su presencia. Viene María Magdalena podríamos decir que con mucho entusiasmo y alegría porque Jesús se le había aparecido y no la creen; vienen los discípulos de Emaús contando, como diría Lucas, todo lo que había sucedido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan, y no los creen. Ahora se les aparece Jesús y les recrimina que no creyeran a quienes le habían visto resucitado.
¿No nos sucederá de alguna manera así a nosotros también? Es cierto que nuestra fe se fundamenta en la resurrección del Señor porque como nos dirá san Pablo si Cristo  no  ha resucitado vana sería nuestra fe, pero también es cierto que por la manera en que vivimos nuestra fe damos la impresión que no somos tan entusiastas en proclamar con nuestra vida la resurrección del Señor.
En ocasiones daría la impresión que dudamos porque no vivimos ese entusiasmo y esa alegría de la fe. Muchas veces los cristianos damos la impresión que estamos siempre como los discípulos en viernes santo por la tristeza con que vivimos, por la poca esperanza que ponemos en la vida frente a las luchas y a las dificultades. Y digo estar en viernes santo porque vivimos en tristeza y parece que en angustia, con miedos y cobardías, encerrados en nuestros reductos pero no terminamos de hablar abiertamente de ese Jesús en quien creemos como nuestro Salvador y que es la única salvación del mundo.
Quizá tengamos momentos de euforia, de entusiasmo, de alegría en los momentos en que celebramos la pascua, cuando celebramos y vivimos la Vigilia pascual de la resurrección del Señor, donde cantamos una y otra vez esa alegría de la resurrección. Pero lo hacemos encerrados en nuestros templos, reunidos quizá solamente con aquellos que viven como nosotros esa noche la alegría de la pascua, pero cuando nos salimos de ahí se nos acabaron los cantos, se nos acabó la alegría y el entusiasmo, ya no somos capaces de proclamarlo claramente ante el mundo que nos rodea porque quizá decimos que no nos entienden o acaso tememos que incluso se rían de nosotros diciéndonos que estamos medios locos.
Jesús no quiso que Magdalena se quedara solo para ella con la alegría de haberlo encontrado resucitado; los discípulos de Emaús no se quedaron allá en su pueblo disfrutando de aquella cena que se quedaría a medias y comentando solo entre ellos lo que les había sucedido sino que volvieron corriendo sin temor a la noche hasta Jerusalén para contarlo a los demás. Y hoy vemos en el evangelio que Jesús después de recriminarles que no habían creído ahora les manda que tienen que ir al mundo entero para llevar aquel evangelio, aquella Buena Noticia y a todos llegara la salvación. Las puertas del cenáculo tendrían que abrirse para salir fuera, para ir al mundo, para llevar esa buena noticia, como veremos que hicieron cuando se sintieron llenos del Espíritu de Jesús en Pentecostés.
¿Y nosotros seguiremos encerrados solo con nuestros grupos y en nuestros recintos? Sería una vivencia pobre y triste de nuestra fe. La alegría de la fe en Cristo resucitado tenemos que llevarla al mundo entero. Comencemos ya por los que están cerca de nosotros sin olvidar que tenemos que ir a todos.

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