Compartir con los demás las maravillas que la misericordia del Señor realiza en nosotros es una forma de hacer un anuncio de Jesús
Samuel 15,13-14.30; 16,5-13ª;
Sal 3; Marcos 5,1-20
‘Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho
contigo por su misericordia’. Estas palabras de Jesús al hombre del que había
expulsado a los espíritus inmundos puede ayudarnos a reflexionar.
Hemos de reconocer que en algunas ocasiones somos muy habladores para
contar nuestras aventuras y fantasías, pero que sin embargo no siempre nos
damos a conocer allá en lo más hondo de nosotros mismos y hay cosas de las que
no queremos o no sabemos hablar. No significa que tengamos que ir contándole
nuestros secretos a todo el mundo, pero sí reconocemos que aunque habladores de
cosas materiales o terrenas por llamarlas de alguna manera, sin embargo de lo más
íntimo de nosotros, de nuestra vida espiritual no hablamos.
Seguro que tenemos alguna experiencia de nuestra espiritualidad, de lo
que es la vivencia de nuestra fe, pero de eso nos cuesta hablar, nos cuesta
compartir con los demás, nos encerramos y nos lo guardamos para nosotros
mismos, sin pensar cuanto bien podríamos hacer a los demás en esa comunicación
de nuestra experiencia de Dios, de lo que realmente vivimos en nuestro
encuentro con el Señor allá en la intimidad de nuestro corazón. Esto de alguna
manera a todos nos sucede, e incluso hasta entre los que viven una vida
religiosa en común esas cosas no se comparten.
Cuanto bien podríamos hacer en nuestros hogares si hubiera esa sincera
comunicación espiritual entre esposos, entre padre e hijos, entre hermanos.
Quizá nos reducimos a decirle a nuestros hijos tienes que rezar, tienes que ir
a la iglesia, tienes que ser bueno… pero ¿qué saben ellos de lo que verdad
nosotros vivimos en nuestro interior en nuestro encuentro con el Señor? No es
cuestión solo de decirles que tengan que rezar, sino que ellos descubran de
verdad lo que es la oración a través de lo que es nuestra oración.
Hemos comenzado nuestra reflexión recordando lo que Jesús le había
dicho a aquel hombre de quien había arrojado la legión de espíritus inmundos.
Aunque las gentes de Gerasa no quieren saber de Jesús e incluso le piden que se
vaya a otro lugar – esto nos daría para más reflexiones – aquel hombre agradecido
por haberle curado quiere irse con Jesús, quiere formar parte del grupo de los
discípulos cercanos a Jesús. Pero Jesús le dice que se quede, que vaya a
contarle a su familia lo que Dios en su misericordia ha hecho con él. Es la
Buena Nueva que tiene que anunciar, porque es el Reino de Dios que se ha
plantado en su corazón.
Que seamos capaces de compartir con los nuestros esas maravillas que
la misericordia del Señor obra en nosotros. Una forma de bendecir a Dios y
alabarle agradecido por cuantas cosas realiza en nosotros es hacer ese anuncio
a los demás, pero un anuncio que nazca de nuestro compartir más profundo, un
anuncio que arranca de lo que el Señor hace en nosotros.
Cuando decimos que tenemos que realizar una nueva evangelización, un
nuevo anuncio del Evangelio, partamos de esa experiencia de Dios que tenemos,
contemos a los demás cuánto de bueno el Señor realiza en nosotros. Es una buena
nueva, la buena noticia que tenemos que trasmitir; así hacemos anuncio de
verdad de Jesús; no solo le vamos a decir a la gente que hay que tener fe, que
hay que venir a la Iglesia para escuchar la Palabra de Dios; hagámoslo de esa
experiencia vital de nuestra vida y nuestro anuncio será más creíble.
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