Nos ha visitado el sol que nace de lo alto para traernos la salvación y Maria siempre nos conduce hasta la luz de Jesús
Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40
‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el Sol
que nace de lo alto’, había cantado y profetizado Zacarías en el nacimiento
del Bautista. Daba gracias y bendecía a Dios porque ha visitado y redimido a su
pueblo’.
Hoy a los cuarenta días del nacimiento de Jesús le vemos entrar en el
templo, en brazos de María para ser presentado al Señor conforme a la ley de
Moisés con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas o dos pichones. Pero
allí estaba el anciano Simeón esperando esa visita del Señor; hombre anciano y
justo que esperaba el futuro consuelo del Señor para su pueblo. Ahora da
gracias, ya puede morir, sus ojos han visto al Salvador, en sus brazos está ese
Sol que venía de lo alto para iluminar nuestras tinieblas, para que el pueblo
pueda cantar verdaderamente la gloria del Señor.
Es lo que hoy estamos celebrando. Es la luz que brilla para iluminar
las naciones; es la luz que viene a disipar para siempre nuestras tinieblas de
muerte con su redención; es el Señor que viene a visitar a su pueblo; es la
liberación de Israel, pero es la liberación de todos los corazones porque ha
venido a liberar a los oprimidos; es el Señor.
Por eso la liturgia de este día hace resaltar dos cosas. Por una parte
la luz iniciando la celebración con nuestras velas encendidas en nuestras manos
porque vamos al encuentro del Señor. Esa luz que se nos dio en nuestro bautismo
para que mantuviéramos siempre encendida hasta que vayamos al encuentro
definitivo con el Señor. Es esa luz de la fe y del amor que va a iluminar para
siempre nuestra vida; la tenemos que llevar en el corazón, tenemos que
sentirnos envueltos de esa luz para que nosotros también iluminemos, no con
nuestra luz, sino con la luz de Jesús. A la hora de nuestra muerte va a estar encendida
junto a nuestro cadáver esa luz de Cristo resucitado en el símbolo del cirio
pascual. Es una luz que es anuncio de vida y de resurrección.
Por otra parte necesariamente cuando contemplamos a Jesús entrar en el
templo hemos de verlo en brazos de su madre. Hoy, siendo una fiesta de Jesús,
es eminentemente también una fiesta mariana. Contemplamos a María, la que tuvo
la misión de traer esa luz al mundo con el Sí de la anunciación. Por eso,
recordamos como en el momento del nacimiento de Jesús todo eran resplandores de
luz, manifestándose así la gloria del Señor con el cántico de los ángeles.
Nosotros los canarios tenemos una hermosa y bien significativa imagen
de la Virgen, la portadora de la luz, la Candelaria como nosotros la llamamos.
Así la contemplamos en su imagen, en sus brazos Jesús verdadera luz del mundo,
pero como para recordarnos que tenemos que mirar hacia la verdadera luz para
dejarnos iluminar por ella, en su mano porta también una candela encendida. No
es la luz de la candela la que nos alumbra, sino que es Jesús, verdadero sol
que nace de lo alto, como antes decíamos, que viene con el calor de su amor
para iluminar nuestra vida con la luz de la fe.
Contemplamos, sí, a María, que siempre nos estará señalando la
dirección de la luz porque siempre nos estará llevando a Jesús, porque siempre
nos estará diciendo, escuchadle ‘haced lo que El os diga’. Que
escuchemos esa voz de la madre que no hace otra cosa que trasmitirnos la voz de
Dios. En ella vemos un hermoso signo de cómo hemos de escuchar a Dios para
llenarnos de su luz. Que María de Candelaria nos envuelva siempre con la luz de
Cristo para que nunca volvamos a caer en las tinieblas del pecado. Es la visita
de Dios a su pueblo que ha llegado a nosotros con su amor y nos ha redimido.
Caminemos siempre a su luz igual que caminamos peregrinos hoy tantos canarios
hasta Candelaria porque siempre en esa peregrinación de nuestra vida estará con
nosotros su luz.
Luz que nos compaña y nos conduce a Dios hermosa imagen
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