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martes, 2 de febrero de 2016

Nos ha visitado el sol que nace de lo alto para traernos la salvación y Maria siempre nos conduce hasta la luz de Jesús

Nos ha visitado el sol que nace de lo alto para traernos la salvación y Maria siempre nos conduce hasta la luz de Jesús

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40
‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el Sol que nace de lo alto’, había cantado y profetizado Zacarías en el nacimiento del Bautista. Daba gracias y bendecía a Dios porque ha visitado y redimido a su pueblo’.
Hoy a los cuarenta días del nacimiento de Jesús le vemos entrar en el templo, en brazos de María para ser presentado al Señor conforme a la ley de Moisés con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas o dos pichones. Pero allí estaba el anciano Simeón esperando esa visita del Señor; hombre anciano y justo que esperaba el futuro consuelo del Señor para su pueblo. Ahora da gracias, ya puede morir, sus ojos han visto al Salvador, en sus brazos está ese Sol que venía de lo alto para iluminar nuestras tinieblas, para que el pueblo pueda cantar verdaderamente la gloria del Señor.
Es lo que hoy estamos celebrando. Es la luz que brilla para iluminar las naciones; es la luz que viene a disipar para siempre nuestras tinieblas de muerte con su redención; es el Señor que viene a visitar a su pueblo; es la liberación de Israel, pero es la liberación de todos los corazones porque ha venido a liberar a los oprimidos; es el Señor.
Por eso la liturgia de este día hace resaltar dos cosas. Por una parte la luz iniciando la celebración con nuestras velas encendidas en nuestras manos porque vamos al encuentro del Señor. Esa luz que se nos dio en nuestro bautismo para que mantuviéramos siempre encendida hasta que vayamos al encuentro definitivo con el Señor. Es esa luz de la fe y del amor que va a iluminar para siempre nuestra vida; la tenemos que llevar en el corazón, tenemos que sentirnos envueltos de esa luz para que nosotros también iluminemos, no con nuestra luz, sino con la luz de Jesús. A la hora de nuestra muerte va a estar encendida junto a nuestro cadáver esa luz de Cristo resucitado en el símbolo del cirio pascual. Es una luz que es anuncio de vida y de resurrección.
Por otra parte necesariamente cuando contemplamos a Jesús entrar en el templo hemos de verlo en brazos de su madre. Hoy, siendo una fiesta de Jesús, es eminentemente también una fiesta mariana. Contemplamos a María, la que tuvo la misión de traer esa luz al mundo con el Sí de la anunciación. Por eso, recordamos como en el momento del nacimiento de Jesús todo eran resplandores de luz, manifestándose así la gloria del Señor con el cántico de los ángeles.
Nosotros los canarios tenemos una hermosa y bien significativa imagen de la Virgen, la portadora de la luz, la Candelaria como nosotros la llamamos. Así la contemplamos en su imagen, en sus brazos Jesús verdadera luz del mundo, pero como para recordarnos que tenemos que mirar hacia la verdadera luz para dejarnos iluminar por ella, en su mano porta también una candela encendida. No es la luz de la candela la que nos alumbra, sino que es Jesús, verdadero sol que nace de lo alto, como antes decíamos, que viene con el calor de su amor para iluminar nuestra vida con la luz de la fe.
Contemplamos, sí, a María, que siempre nos estará señalando la dirección de la luz porque siempre nos estará llevando a Jesús, porque siempre nos estará diciendo, escuchadle ‘haced lo que El os diga’. Que escuchemos esa voz de la madre que no hace otra cosa que trasmitirnos la voz de Dios. En ella vemos un hermoso signo de cómo hemos de escuchar a Dios para llenarnos de su luz. Que María de Candelaria nos envuelva siempre con la luz de Cristo para que nunca volvamos a caer en las tinieblas del pecado. Es la visita de Dios a su pueblo que ha llegado a nosotros con su amor y nos ha redimido. Caminemos siempre a su luz igual que caminamos peregrinos hoy tantos canarios hasta Candelaria porque siempre en esa peregrinación de nuestra vida estará con nosotros su luz.

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