1Rey. 8, 1-7.9-13
Sal. 131
Mc. 6, 53-56
Sal. 131
Mc. 6, 53-56
Dios se manifiesta y se hace presente en medio de su pueblo. Lo estamos viviendo en nuestra celebración porque podríamos decir eso es lo vivimos y experimentamos cuando vivimos con todo sentido nuestra celebración cristiana. Dios está en medio de nosotros, se nos manifiesta de manera especial cuando lo celebramos, porque no celebramos a un Dios ausente o lejano de nosotros, sino al Dios amor que vive en medio de nosotros y nos inunda con su presencia y con su gracia.
Pero es también lo que nos manifiesta la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado. Los dos textos, el del Antiguo Testamento, como el Evangelio eso en cierto modo es lo que nos vienen a decir.
En el texto del libro de los Reyes se nos narra la liturgia de la consagración del templo de Jerusalén, que al final construye el rey Salomón y la traslación del Arca de la Alianza, signo de la presencia de Yavé en medio del pueblo, desde la ciudad de David, desde Sión, hasta el templo recién construido. Mañana escucharemos la oración de Salomón. Pero en la imagen de la nube que llenó el templo se manifiesta la gloria del Señor, la presencia del Señor en medio de su pueblo. ‘La gloria del Señor llenaba el templo’, nos dice el texto sagrado hasta el punto de no poder seguir oficiando el culto y los sacrificios.
¿Qué nos manifiesta el Evangelio? El Emmanuel anunciado por los profetas se hace presente en medio de su pueblo. Es Jesús, el Hijo de Dios encarnado que camina en medio de su pueblo. No es ahora la nube como un signo de la presencia del Señor, sino Dios mismo hecho hombre el que está en medio de los hombres. El Dios que se hace presente con su amor; el Dios que nos trae la gracia y la salvación.
Y la gente acude hasta Jesús porque saben que tiene palabras de vida eterna y quieren escucharle; acuden a Jesús porque en El encuentran vida y salvación, le llevan los enfermos de toda clase para que Jesús los sane, pero ellos mismos son los que se acercan a Jesús aquejados de sus males, del mal más profundo que daña la vida del hombre, para encontrar el perdón y la gracia.
Sintamos también nosotros esa presencia de Dios que nos llena de su gloria. No será una nube como la que llenaba el templo de Jerusalén, pero sí se hace presente en medio de nosotros el misterio de Dios que sólo podremos descubrir por la fe. ¿Qué es lo que estamos viviendo ahora mismo nosotros aquí en la celebración? Ese misterio de Dios que descubrimos, sentimos, vivimos, experimentamos desde la fe, por la fe.
No son unas palabras cualesquiera las que nosotros escuchamos, no es un pan o una copa de vino cualquiera la que tenemos en medio de nosotros. Por la fe descubrimos la Palabra de Dios que nos habla. Por la fe descubrir el misterio de Cristo que se nos da y se hace alimento por nosotros y le podemos comer en el pan de la Eucaristía que no es un simple pan sino que es su cuerpo verdadero.
Pero por la fe lo sentimos en medio de nosotros en el amor y por el amor. Porque sabemos que en el hermano está Cristo mismo; porque sabemos que lo que le hagamos al hermano es a Cristo mismo al que se lo estamos haciendo. Tuve hambre y me disteis de comer, estaba desnudo y me vestiste, sediento y me diste de beber… cuando lo hiciste con uno de estos humildes hermanos.
Por la fe y en el amor en la comunión de los hermanos sentimos que se hace Cristo presente, y desde esa comunión de hermanos llegaremos a vivir la más honda comunión con Cristo, la más honda comunión con Dios.
Que se nos abran los ojos de la fe; que se despierten los sentidos del alma para ver y descubrir a Dios, para sentirle también allá en lo más hondo de nuestro corazón. Dios está presente y en medio de su pueblo, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Adoremos ese misterio de Dios que se nos revela.
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