Tener la tierra preparada es tener deseos de algo mayor y mejor, de crecer en nuestra fe y de llenar de vitalidad la vida
Jer. 3, 14-17; Sal.: Jer. 31; Mateo, 13, 18-23
En ocasiones los niños nos parecen impertinentes con sus preguntas;
una y otra vez nos están preguntando; ¿por qué? ¿por qué? Nos preguntan
una y otra vez, todo lo quieren saber, nos preguntan por todo. Un buen padre
que quiere ser en verdad educador de sus hijos trata siempre de responder, es
más, trata incluso de fomentar ese interés y esa curiosidad, porque es el
camino del aprender y del saber.
No solo es la ‘impertinencia’ de los niños, sino que nos
encontramos con personas que siempre están indagando, preguntando, queriendo
saber razones, no se conforman con el conocimiento que ya tengan de los hechos
o de las cosas sino que quieren saber más; seguro estaréis pensando en una
curiosidad malsana que puedan tener algunas personas que lo que preguntan y
averiguan les da pie a sus cotilleos, comentarios, criticas, juicios… Pero,
aparte de esto, creo que sí es necesario que tengamos cierta curiosidad en el
alma, porque queremos saber, porque queremos aprender, porque queremos
profundizar en las cosas y no nos contentamos con cualquier respuesta.
Es algo innato en nuestro ser y será lo que de verdad nos hará crecer
en la vida, trazarnos metas altas en nuestras más nobles aspiraciones, y nos
llevará a esa sabiduría de la vida que en verdad no lleva a la madurez y a una
mayor plenitud de nuestra existencia. Personas que se contentan con todo, que no
sueñan con algo mejor, que no luchan y se esfuerzan por crecer y madurar, que
viven de una manera amorfa su vida, son como personas sin vida; les falta ilusión,
les faltan deseos en su alma y se vuelven conformistas que es una forma en
cierto modo de morir.
Es hermoso encontrarse personas mayores, que ya quizá por sus años no
esperamos que quieran embarcarse en nuevas aventuras de la vida, pero que sin
embargo son inquietos, quieren aprender de todo y buscar fuentes de
conocimiento y de saber donde sea. Pesarán los años, el cuerpo puede ya
encontrarse debilitado pero no les falta vitalidad hasta el último minuto y eso
es vivir la vida con intensidad. Nos encontramos sin embargo personas que han
llegado ya al tiempo de una jubilación de sus trabajos y las vemos envejecer
como a la carrera, porque ya no son capaces de querer emprender algo nuevo, de
darle vitalidad a su vida, de darle un sentido y un valor a su vida cuando aun
pueden hacer mucho por los demás.
Perdónenme mis amigos que me leen que mi reflexión haya ido tomando
estos derroteros. La comencé desde la idea que nos ofrece el evangelio hoy en
que los discípulos le preguntan a Jesús por el sentido de las parábolas que ha
pronunciado y quieren que se las explique. Ese deseo de saber, de entender más
y mejor lo que Jesús les va hablando del Reino de Dios, me llevo a está reflexión
de las preguntas que nos hacemos o necesitamos hacernos en la vida.
Y ahora me planteo si esa curiosidad, digámoslo así, ese deseo de
saber más y entender claramente las cosas lo tenemos en todo lo que afecte a
nuestra fe y a nuestra vida cristiana. Quizá en otros aspectos de la vida
tenemos esa curiosidad y deseos de aprender de lo que antes hablábamos, pero en
cuanto se refiere a nuestra fe o a nuestra vida cristiana quizás seguimos
andando con nuestro conformismo y no entran dentro de nuestras preocupaciones y
deseos.
Esa buena tierra preparada de la que nos habla hoy la parábola del
sembrador y Jesús nos explica pasa precisamente por ese camino de búsqueda, de
deseos de algo nuevo y mejor, de ese roturar nuestro corazón arrancando esas
hierbas del conformismo para hacer esa semilla nueva que se echa en la tierra
de nuestra vida pueda dar fruto. Hemos de tener deseos de saber más, de conocer
mejor, de profundizar más hondamente en las cosas que atañen a nuestra fe que
son al mismo tiempo en las cosas más profundas de nuestra vida.
Algunas veces parece que estamos más atentos e interesados en ideas o
pensamientos de orden religioso o filosófico que nos puedan venir de acá o de
allá y enseguida los presentamos como la panacea de todo lo mejor para nuestra
vida, sin antes haber preocupado debidamente de conocer en verdad lo que es
nuestra fe y el sentido de nuestra vida cristiana, dando por sentado que ya nos
lo sabemos sin haber nunca profundizado en ello. Puede haber cosas buenas y
bonitas en esas otras ideas que se nos presentan, pero ¿habremos descubierto de
verdad lo bueno y bello que está en el fondo de nuestro sentido cristiano de la
vida, de lo que el evangelio nos ofrece?
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