Desterremos de nosotros todo apriorismo que nos lleve al juicio, la discriminación y la condena viviendo el estilo nuevo de los valores del Reino de Dios
Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan
7, 40-53
Con qué facilidad con nuestros apriorismos nos hacemos nuestros
juicios y detrás de los juicios con sus críticas y murmuraciones surgen las
discriminaciones que terminan en condenas. A priori, a primera vista, nos
dejamos engañar por las apariencias en muchos casos muy subjetivas por nuestra
parte, juzgamos a las personas, los consideramos unos ignorantes porque somos
nosotros los que nos lo sabemos todo, ponemos nuestras pegas porque son de tal
o cual familia, de tal o cual lugar.
Y porque no saben, prejuzgamos nosotros, no pueden opinar, no tienen
derecho a decir nada, los miraremos con desconfianza, los encasillamos o los
encerramos en unos guetos, no nos queremos mezclar con ellos o los miraremos
mal, no queremos que estén en nuestro entorno o los queremos expulsar lejos de
nosotros, los quitamos de en medio, de la sociedad, de la vida, de nuestro
mundo.
Pensemos lo que hacemos en este sentido con mucha gente de nuestro
entorno a los que siempre miramos con desconfianza y nos damos mil razones,
porque algún día cometieron algunos errores, porque son hijos de tal o cual
familia y muchas cosas más que bien nos entendemos; pensemos lo que hacemos con
el emigrante que quizá viene a pedirnos una ayuda a nuestra puerta o lo
encontramos por la calle, por lo que quizá haya hecho algunos los prejuzgamos a
todos; pensemos en lo que estamos haciendo hoy desde altos ámbitos del poder o
de la política con el problema de los refugiados; no tenemos más que recordar
lo que estos mismos días se está decidiendo en nuestra comunidad europea.
Me hago esta reflexión y estas preguntas porque de alguna manera es
también traducir a nuestra realidad lo que estaba pasando con Jesús, como nos
cuenta hoy el evangelio. No todos
aceptaban a Jesús y también ponían sus pegas y en cierto modo discriminaciones.
Al escucharle hablar algunos con muy buena voluntad y muy buenos deseos se
preguntan si Jesús es un profeta o acaso es el Mesías. Pero estarán los que
siempre ponen sus pegas, o más incluso, los que ya por sistema rechazan a
Jesús. Que si de Galilea no podía ser el Mesías porque siendo hijo de David
tenia que proceder de Belén – lo que ya entraña un desconocimiento de quien era
realmente Jesús –, que si los profetas no surgían nunca en Galilea porque era
llamada algo así como la tierra de los gentiles, como su reacción a la libertad
con que Jesús se expresaba y anunciaba una nueva forma de vivir el Reino de
Dios que anunciaba.
También nosotros cuando queremos ser en verdad fieles a la novedad que
nos ofrece el evangelio que transforma nuestros corazones y nos hace vivir en
unos nuevos valores, vamos a encontrar resistencia. Es la lucha que ya Jesús
nos anunció que nosotros padeceríamos también.
Resistencia que incluso podemos quizás encontrar en los más cercanos
que no quieren salir de sus rutinas y que rehuyen todo lo que pueda ser
compromiso por los demás. Es la lucha que mantenemos en nuestro interior con
nosotros mismos para vivir ese sentido nuevo de nuestra relación con Dios y con
los demás en ese deseo de hacer que nuestro mundo sea mejor donde desaparezcan,
por ejemplo, aquellas discriminaciones a las que hacíamos referencia al
principio de esta reflexión.
Hemos de tener claro nuestro camino y lo que nos exige ser en verdad
seguidores de Jesús. Sabemos que en ese camino no estamos solos porque El nos
prometió que siempre estaría con nosotros y no nos faltará la fuerza de la
gracia, la fortaleza del Espíritu del Señor. Vivamos valientemente nuestro
compromiso por hacer un mundo mejor.
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